Salud Pública ante el Covid-19 La desprotección permanente (Segunda parte)

Abordamos la situación sanitaria del AMBA durante la pandemia de Coronavirus desde la perspectiva de sus protagonistas. Un intento de radiografía de una región sumida en la desprotección y donde, una vez más, el problema y la solución está en lo comunitario

Por Martín Silva

El Área Metropolitana de Buenos Aires o simplemente AMBA, es ese lugar impreciso donde las fronteras se marcan y transgreden constantemente. También las fronteras políticas. Pero se puede afirmar que lo compone la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y un anillo de 40 partidos provinciales que la rodean. Unos diecisiete millones de personas habitan y transitan de un lado y otro de esta región que contiene dentro de sí el 50% del Producto Bruto Interno nacional. En ese universo que condensa riquezas y pobrezas, tecnología de punta y casas sin agua potable, está la mitad de los recursos sanitarios del sistema público y privado. También se concentra el centro epidemiológico del país: el 90% de los casos de contagios por Covid-19 están en el AMBA.  

Ciudad de Buenos Aires

La madrugada de mediados julio se presenta como un desafío para Gastón que debe viajar desde Monte Grande hasta el Hospital Álvarez de la Capital Federal. Tiene que andar esquivando los charcos y pozos del asfalto con barro congelado durante las tres cuadras hasta la estación para tomar el tren Roca. En el camino, bajo las pocas luminarias aparecen y desaparecen espaldas y mochilas de vecinos y vecinas que van echando humo para los costados por la respiración agitada.

Gastón tiene una tarea pero no un cargo y en eso, dice, se evidencia la poca disposición del gobierno porteño por la salud pública: “hace quince años que trabajo en el mantenimiento del hospital, tengo personal a cargo o sea que respondo por cada error y acierto de ocho personas pero no me pagan ni un peso extra”. Con el paso de las semanas los nosocomios porteños fueron dejando de lado la atención clínica y especializada en pos de acumular camas para afrontar la pandemia. Cientos y cientos de pacientes llegan desde los barrios en las ambulancias del Sistema de Atención Médica de Emergencia que comanda el Dr. Alberto Crescenti. 

En el Hospital Santojanni, el panorama es similar: “ya está todo el segundo piso completo y ahora van a abrir el tercer piso… Hasta tuvieron que inaugurar una segunda morgue”, dice Cristian, un trabajador administrativo. Él ingresa cada mañana desde la calle Pilar hasta el hall donde le realizan el triage (le toman la temperatura y hacen unas preguntas vinculadas a posibles síntomas), luego continua por un pasillo largo y al fin, una puerta doble hoja de vidrio lo espera para llegar a su oficina. Dos letreros pegados en dicha puerta le señalan el camino: a la izquierda uno en verde reza “NO FEBRILES”, a la derecha otro rojo dice “FEBRILES”. Y una vez que pasa la puerta, una delgada línea roja pintada en el piso divide a quienes trabajan en las salas de Coronavirus y quienes no. Y, aunque Buenos Aires tenga un presupuesto de $70 mil millones para Salud, Cristian se desespera por conseguir que las empresas prestadoras y otras dependencias del Gobierno de la Ciudad le hagan llegar lo más pronto posible las camas, porta sueros y mesas de luz para las salas que se abrirán.

Algunos pacientes asintomáticos o que no presentan gravedad son llevados a los hoteles que el gobierno de Horacio Rodríguez Larreta alquiló para la cuestión. Allí los reciben en habitaciones individuales o dobles. Cuatro veces al día les acercan bebidas, comidas e infusiones. Incluso amenities como una tabla de salamines de Tandil o tortas elaboradas por la factoría de Maru Botana. Otros, son llevados desde las comunas de la periferia a los refugios de Costa Salguero o los montados en clubes como San Lorenzo de Almagro.

El Gran Buenos Aires

En los hospitales del conurbano, si bien no cerraron sus consultorios externos, el paisaje también se fue transformando a medida que la pandemia mostró sus índices más duros. Las playas de estacionamiento que habían quedado desoladas fueron acaparadas por las ambulancias del SAME Provincia. El personal se redujo por las licencias a trabajadores y trabajadoras que conforman los “grupos de riesgo”. Las Guardias quedaron con un mínimo de profesionales y el resto va rotando para evitar que los contagios por Covid-19 se lleven puesto el sistema entero. “Ya casi nadie se viene a atender”, dice Guillermo con un dejo de lamento desde el Hospital Oñativia de Rafael Calzada, “algunos por miedo y otros por desinformación, porque piensan que el hospital cerró. Pero bueno, acá estamos igual, en la paradoja que la gente se anime a curarse”.

Carmen es enfermera universitaria y trabaja en uno de los Centros de Atención Primaria de la Salud (CAPS) en las afueras de Florencio Varela. Llega en su auto y cada vez con más cuidados porque, se sabe, atravesamos semanas de muchísimo contagio: “estamos viviendo el día a día con una cuota de desasosiego porque nos enfrentamos a un virus desconocido, con síntomas que mutan continuamente en su forma invasiva”. Semejante declaración de parte de una mujer que está hace treinta años en La Primera Línea del tercer cordón del conurbano resulta todo un alerta.  

En el GBA se encuentra una gran cantidad de las personas contagiadas que subsisten en barrios no tan agraciados y con el 35% de la población sin cobertura médica. Para esta gente no hay hoteles, ni salamines, ni tortas. Los refugios para pacientes que deben ser aislados se encuentran en lugares como el gimnasio de la Universidad Nacional de Quilmes, el polideportivo La Patriada de Florencio Varela o la Casa de Retiro del Colegio San Pablo Apóstol de El Pato de Berazategui. Y las camas son de madera de pino con colchones de goma espuma. 

Cuidar a quienes cuidan

María Fernanda Boriotti, presidenta de Federación Sindical de Profesionales de la Salud de la República Argentina (FeSProSA), advirtió a mediados de junio que “los trabajadores y trabajadoras de salud tenemos ya 8000 infectados y más de 25 fallecidos, con salarios congelados y sin negociación colectiva”. Y señaló: “necesitamos de medidas urgentes en respuesta a nuestros reclamos  de las autoridades en todos los niveles del estado”. Otro de los reclamos de las asociaciones gremiales es el bono de $5 mil anunciado a por el Ministro de Salud de la Nación, Ginés González García en abril pero que comenzó a pagarse recién a finales de junio y alcanzó sólo a 420 mil personas de un total cercano a las 900 mil que trabajan en el sistema de salud en Argentina.

Para los trabajadores y las trabajadoras de la salud comenzó a tener importancia un riesgo que era mínimo hasta la llegada del virus, ya que si bien lidiaban con la muerte casi diariamente, nunca antes estaba la posibilidad de perder su propia vida en ello: “hubo que reinventarse para tomar medidas de cuidados preventivos, discutir formas, horarios, tipos de aislamiento en cada sector, modalidad en el tipo de atención según posibilidad de los integrantes del equipo”, señala Carmen, quien recibió todos los elementos de bioseguridad recién a finales de abril. 

El Hospital Gandulfo de Lomas de Zamora cuenta con el trágico record de la primera muerte de una trabajadora de la salud por Covid-19 en la región: “María Esther Ledesma había solicitado en varias oportunidades la licencia correspondiente, (…) le fue denegada, la compañera continuó trabajando, enfermó y finalmente falleció”, decía el escueto comunicado de la CICOP a finales de mayo. La tragedia de Ledesma no terminó allí, ya que contagió a su madre, que falleció el pasado 1 de junio; fueron infectados también su hijo, un hermano y uno de sus sobrinos, quienes tuvieron que ser internados. 

A fines de abril, el personal del Hospital Evita Pueblo de Berazategui protestó por la falta de insumos para afrontar la crisis. La respuesta efectiva llegó el 22 de junio, cuando el gobernador de la provincia, Axel Kicillof se presentó junto con el intendente Juan José Mussi. “Hoy estamos inaugurando 32 camas para Covid-19 frente a esta emergencia, en un lugar donde antes había 8. El pueblo de Berazategui, el personal del hospital y su director se lo merecían”, dijo. Y se jacto de haber “cuadruplicado la capacidad” del nosocomio. Berazategui, habría que recordar, tiene una población estimada que llega a los 400 mil habitantes. Y el predecesor de Mussi fue su propio hijo, Juan Patricio.

Todos los hospitales han evidenciado una saturación en los recursos físicos e insumos que fue menguando a partir de la llegada de los barcos con dichos elementos que la provincia compró al gobierno de China. Hasta dónde llegarán o para cuántos alcanzarán es una incógnita difícil de dilucidar hoy. Pero sí está el dato indiscutible que la región del Gran Buenos Aires encara la “cuarentena intermitente” con una ocupación de casi el 60% de sus cinco mil camas de Terapia Intensiva. En cuanto al recurso humano, el porcentaje de infectados se mantiene cercano al 15% de los casos que, ya sea por la estructura hospitalaria, la poca capacitación o por la simple desidia, es uno de los mayores índices del mundo. 

Recalculando

La incógnita es si se pudo encarar de otra manera la gestión de la pandemia de parte del gobierno nacional, provincial y los intendentes municipales. Al respecto, Carmen piensa que “la situación actual evidenció la falta de comunicación y trabajo mancomunado en el sistema de salud a nivel distrital que hubiese sido de vital aporte a nivel epidemiológico”, por lo que hubiese replanteado “generar redes para fortalecer la interacción” entre los trabajadores y las trabajadoras de la salud.

Por su parte, Pedro Lynn opina que “estamos por entrar en otra etapa de la pandemia que va a requerir muchísimos más esfuerzos de parte de la sociedad en general”. Aunque se muestra más optimista respecto de las medidas tomadas en el orden nacional: “de por sí, estoy convencido que lxs estatalxs en general y lxs trabajadorxs del Ministerio en particular están comprometidos con semejante responsabilidad y en eso encuentro el optimismo para seguir intentándolo”.

Y no es menor tener en cuenta una perspectiva de género en torno a la cuestión. En una entrevista para el programa “Texto y Contesto” de la señal TeleSUR, la militante feminista Alba Carosio planteaba que “los estados han fallado todos, es más, la Organización Mundial de la Salud ha fallado”, ya que implementaron una cuarentena “sin visión de género ni de clase ni de territorio”, respecto a la desprotección a que son sometidas la mujeres, niños y niñas en el confinamiento con sus agresores, por un lado y las penurias económicas por la que pasan las clases populares, por el otro: “tomaron la medida más simple, es como si dijeron ΄encerráte en tu casa y no importa cómo vivís΄, tenés que morirte para poder vivir”

Cuando termine la pandemia y el SARS-CoV-2 se vaya al fin, quedarán restos de un país sumido en el miedo, la paranoia y –seguramente– la miseria. La cantidad de víctimas entre personas infectadas y fallecidas se terminará de configurar en estos días de apertura “escalonada” o “intermitente”. Es contradictorio que cuando los registros llegaban a los dos mil contagios diarios, la dirigencia política decidió endurecer el Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio pero cuando los números se duplicaron simplemente se resolvió flexibilizarlo, dejando a la buena voluntad de cada persona el desarrollo de la pandemia. Así nomás.

Con los hospitales a punto de colmar su capacidad de camas, con el personal médico estresado y con los insumos limitados, la medida parece más una transferencia de responsabilidades de parte de los gobernantes hacia la población: si el sistema colapsa, dirán, es porque todos y todas salieron a la calle y quebraron la cuarentena. Entonces, no habrá ganado ni la libertad, ni la economía, ni mucho menos la salud. Recordaremos cómo algunos grupos de poder lograron quebrar el brazo a una dirigencia elegida por el pueblo hace apenas unos meses. 

Porque el Coronavirus además de dejarnos usos y costumbres en cuanto al distanciamiento, también logró desnudar la desigualdad social, la falta de empatía y visión de género de las clases dirigentes, la debilidad del sistema de salud y las miserias humanas. Nos deja una sociedad que debe resolver comunitariamente los aspectos de una pandemia mundial en medio de la desprotección permanente.

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