Entrega XVI Diario de la Pandemia (Cuarta Fase)

Por Efraín Bucler

Día 57 – Lunes 11 de mayo

Arranca el primer día hábil de la nueva etapa de la cuarentena en Argentina. La mayoría del país empieza a creer que está en la Cuarta Fase. Mientras, aquí en el AMBA las cosas siguen como están. Al parecer, la restricción para que solo los trabajadores esenciales viajemos en transporte público es aceptada y viajo en un micro semi vacío. Miro por la ventanilla el paisaje de la autopista y los autos siguen siendo tantos como siempre. Y cargan a dos o tres personas que van a trabajar como yo, o a arriesgarse.

En el trabajo, la charla en el desayuno se carga de malas noticias porque los casos positivos de Covid-19 en la Villa 31 son más de trecientos y hay casos en Zavaleta y en al 24 y en la 1-11-14. “Esto puede ser un desastre”, dice Adrián.

De todas maneras hay que seguir, pienso. Preparo la caja de herramientas porque pronto salimos con el Viejo para el hospital Udaondo a ver una máquina de rayos que falla. Me espera ahí Guille, un amigo del trabajo y la música. A la entrada de su oficina hay un trapo de piso con más lavandina que agua sonde me limpio los zapatos y me rocía con alcohol las manos. Me cuenta que allí también el personal está rotando y que se siente tranquilo porque se cuida más de lo recomendado, incluso. Yo le comento de mi protocolo Bucler y me dice que también tiene su protocolo y lo llama cuídate querete. Y empezamos a recordar los sketchs de Todo por dos pesos. Termino los arreglos pero no hay tiempo para las pruebas, así que mañana le toca al Viejo volver para ver si funciona todo. “Demasiado para un día lunes”, me dice Guille y nos saludamos hasta vaya a saber cuándo.

Regreso a casa con los dos juegos de ropa de trabajo en una bolsa de residuos dentro de la mochila. Las voy a lavar aparte, tal vez en un tacho y en el patio. Y me doy cuenta que si sigo así, el virus de la paranoia me va a ganar primero. Necesito aferrarme a lo seguro, pienso. Así que empiezo a prepararme para levantar un poco el ánimo y pongo una de las carpetas de música que seleccioné para viajes pandémicos, aunque me doy cuenta que el desamparo sigue latente.

Escucho: “High and dry” de Radiohead.

Día 58 – Martes 12 de mayo

Rompo el aislamiento para ir a trabajar. En realidad, tengo un permiso para ir a trabajar pero en Capital Federal y voy a la otra capital, a La Plata. Voy en micro por las dudas si hay controles más o menos estrictos. Y cuando atravesamos el arco de entrada a la ciudad, sube una policía que apenas si mira el papel. Así que sigo tranquilo mi viaje, mirando el paisaje del Camino Centenario; hace tiempo no vengo por estos lados. Paso por Villa Elisa, City Bell, Gonnet, al fin el distribuidor y me bajo en la circunvalación del cuadrado platense, en la Avenida 32. Ahí espero un montón de tiempo para tomar otro colectivo que me lleva al oeste. Hay controles en todos los cruces de avenidas pero solo para los autos, es una buena idea haber venido en colectivo después de todo, pienso.

En la farmacia, la encargada me lleva hasta un mostrador donde está la balanza que dejó de funcionar. Me cuenta que con la pandemia trabajan más que nunca con las recetas magistrales. Y que tienen dos sucursales más que necesitan poner a punto las balanzas. El trabajo está listo enseguida pero hago una prueba más para no tener que volver. Guardo las herramientas mientras la encargada verifica que esté todo funcionando. Me paga y agarro el rollo de billetes sin contarlo. Salgo por la puerta de la persiana metálica y camino para el lado de Abasto.

La Avenida 520 muestra un paisaje desolador, es el mediodía y a los comercios cerrados se le agregan los puestos a un lado y otro de la banquina y los montados de improviso en las veredas de las casas: pan casero, prepizzas, trapos y flores. Los barrios del oeste platense, ligados desde siempre a la producción agrícola y la construcción de nuevos barrios desde cero vuelven a conocer la pobreza. Se la percibe en la cantidad de personas pidiendo en los semáforos. El colectivo es un blindado y también una pantalla que muestra esa cara de la pandemia que también asusta, la miseria.

Llego a casa. Dejo las herramientas y parte de la ropa afuera. Ya está hecha la faena, pienso. Ahora sí, a disfrutar de lo poco de día libre que queda con música tranquila y vida familiar.

Escucho: “Sonnet” de The Verve.

Día 59 – Miércoles 13 de mayo

Otro día de descanso en casa, pienso. Por suerte este mes las changas ayudan a la economía. En tiempos de pandemia, esa ayuda es una montaña menos que escalar. Prendo la tele cerca del mediodía para ver qué dicen las noticias. El alerta está en la Ciudad de Buenos Aires, más precisamente en geriátricos y villas, dicen. Es por eso que el resto del país empieza a abrir sus actividades y la región del AMBA sigue tal cual, explican también. Es un espectáculo atroz cómo Ciudad y Provincia de Buenos Aires se tiran los números de contagios como si hubiera una disputa para ver quién hace las cosas bien y quién no.

Recuerdo aquella reunión con Casan cuando nos dijo que la transmisión del virus estaba en la fase de transmisión entre las clases bajas. Y que eso constituiría una catástrofe. Parece que eso es lo que viene, pienso.

Pero bueno, es mi día de descanso y no lo voy a gastar en analizar a los gobernantes así que me pongo a jugar en el patio con las perras y de paso estirar un poco las piernas y disfrutar del sol. La naturaleza es tan sabia que se las agarra con la única especie capaz de destruirlo todo.

Escucho: “Do the evolution” de Pearl Jam.

Día 60 – Jueves 14 de mayo

“El trabajo pedido es demasiado para las cuatro personas que componemos el sector por el momento”, dice Jorgito al teléfono. Parece que es un subsecretario o algo así del Ministerio de Salud que quiere saber por qué no estamos haciendo funcionar todo en los treinta y tres hospitales de la Ciudad. “Es todo lo que le puedo decir, no hay impericia ni falta de compromiso”, sentencia. Saluda con la amabilidad de siempre y corta. Toma una fibra azul y escribe en la pizarra: “Udaondo – Vélez Sarsfield – Ferrer – Rivadavia – Santojanni – Ramos Mejía – Durand” y traza las líneas para hacer un cuadro de doble entrada y planificar el resto del mes. El viejo le dice que haga uno por escrito y se lo envíe a la secretaria de Casan para asegurarnos que no se agreguen más trabajos hasta terminar éstos. “Ésto –dice Jorgito señalando el cuadro- siempre y cuando no salte un caso entre nosotros y nos tengamos que aislar”.

Hace tiempo que ya no bromeamos con la posibilidad de contagiarnos. Debe ser porque el avance de la pandemia nos pone de frente con el virus cada vez que ingresamos a alguno de los hospitales que figuran en la pizarra. El paisaje es tan distinto en esos lugares que a veces no llevo el equipo de mates para no tener que ingresar a una oficina a cargar el termo. O lo que es peor, que me nieguen el ingreso porque el que contagie sea yo.

Cuando los demás salen de la cocina yo me quedo sentado en silencio esperando que el tiempo corra solo. Pero a las agujas hay que ayudarlas, pienso, así que me voy por el largo pasillo hasta la administración para firmar remitos de reparaciones anteriores. Nélida, la secretaria de la administradora, me dice que ya no viaja en transporte público, que la pasa a buscar una hermana que trabaja en el Ministerio y entonces se retira antes de las 14 y que por eso su apuro en hacer firmar los remitos. Me llena de palabras el cerebro y no le puedo seguir el ritmo.

Ya en mi sector, acomodo los papeles y, aprovechando que estoy solo en la oficina, pongo música. Justo me llega un mensaje de WhatsApp que dice: “dio negativo Efraín. Gracias por todo”. Es Marcelo del Piñero. Zafó, pienso y no sé por qué algo de alivio me recorre el cuerpo.

Escucho: “Feel good inc.” de Gorillaz.

Día 61 – viernes 15 de mayo

Ultimo día de la semana y desde temprano el noticiero de la radio alerta por los casos en las villas de la Ciudad de Buenos Aires, que ya no son solo los de la 31, sino que la 24 y la 1-11-14 están complicadas también. La escucho mientras voy en el auto con las ventanillas un poco bajas porque hace calor (o tengo calor) y hay que ahuyentar cualquier síntoma parecido a la fiebre. Cambio el stereo a modo auxiliar para poder escuchar algo de la música elegida para viajar en lugar de las malas noticias que, si van a llegar tarde o temprano, mejor que lo hagan tarde.

Pero, aunque logre aislarme un poco de la realidad, en el peaje de Dock Sud le tengo que ceder el paso a una ambulancia. El acompañante me saluda porque los dejo pasar y porque me ve el ambo y el permiso pegado al parabrisas. Yo veo que tienen puesto el mameluco blando y barbijos N95. Le hago seña con el pulgar para arriba y los pierdo en el horizonte de luces rojas de los autos que va a Capital Federal.

Y todavía no llegué al trabajo, lo que me espera, pienso.

Escucho: “Warning” de Green Day.

Día 62 – Sábado 16 de mayo

Voy temprano a hacer unas compras y veo pasar un camión de bomberos. Todos con mameluco blanco. Otra vez el mameluco, pienso. Van rociando las calles y veredas con agua y cloro. Algunos vecinos los aplauden desde sus casas y el que maneja responde haciendo sonar la sirena, lo que provoca que más vecinos salgan de sus casas y en un instante toda la cuadra participa del festival de la sanitización.

A la vuelta del mercado, la panadería y la verdulería me espera la familia para cocinar algo rico mientras escuchamos música. Saben que no fue una semana fácil, que no es un tiempo fácil y quieren aislarme emocionalmente del virus y la pandemia. Pero no logro desconectar porque el virus empieza a tener nombres propios y un lugar en el mundo. Empiezan a contagiarse personas que conozco. Eso no me entristece ni me da pánico pero tampoco lo puedo ignorar. Como esas verdades que todos saben y prefieren obviar.

Estoy en el patio de mi casa y la tarde es hermosa y soleada, una primavera en pleno mes de mayo. Como para darnos un tiempo más de mates al aire libre. Primavera, pienso, hasta entonces va a durar esto. Mientras tanto, a vivir contando casos, mirando curvas y estadísticas, comprando jabones, alcohol y lavandina.

Escucho: “Esperando la primavera” de Tobogán Andaluz.

Día 63 – Domingo 17 de mayo

Me levanto antes del mediodía y me entero que la tragedia se concretó. Las redes sociales y los canales de noticias anuncian el fallecimiento de Ramona Medina, más conocida como Ramona de la Garganta Poderosa. “Pensé que iban a hacer todo lo posible para que esté bien pero la dejaron morir nomas. Así le importamos los pobres”, me dice una vecina que se pone a mi lado mientras camino al almacén.

La miro en silencio, quiere seguir hablando pero en la esquina doblo a la izquierda porque a unos metros está la verdulería. Ella sigue caminando y hablando. Sola. Decepcionada. Pienso en Ramona también, entubada en la absoluta soledad durante tres días, desesperada por saber cómo estarían sus seres queridos. En el almacén hay un televisor más chico que en el mercado de la avenida. Y está sintonizado en un canal de noticias. El video de Ramona pasa una y otra vez, mientas panelistas de domingo comentan con cara de dolor la tragedia que no sufren ni conocen. Pero en ese video Ramona denunciaba un final próximo, anunciado para muchas personas como ella.

Termino de hacer las compras prácticamente sin hablar con nadie. Vuelvo a casa y empiezo a sanitizar toda la mercadería. Después de media hora me siento a tomar unos mates y a mirar qué pasa en los medios de comunicación y las redes sociales. Y aunque la bronca está presente todo el tiempo, lo único que siento es una profunda tristeza.

Escucho: “Mujeres Bellas y Fuertes” de Él mató a un policía motorizado.

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