Entrega XXVI Diario de la Pandemia (Fase III – Retorno)

Por Efraín Bucler

Día 127 – Lunes 20 de julio

Día del amigo diferente. Esta vez no habrá encuentros en la casa de Nico. Avisó temprano por WhatsApp con los saludos por las dudas que algún distraído se quiera mandar. Yo estoy en el trabajo leyendo el mail con las preguntas que me mandaron de La Linterna. Las comparto con mis compañeros durante el desayuno y terminamos armando una especie de encuesta. La mayoría piensa que el sistema de salud va a colapsar, que el aislamiento es necesario y que la gestión de la pandemia es mala.

“Al final le terminamos echando la culpa al gobierno y la gente, o sea nosotros, hacemos cualquier cosa con la cuarentena”, dice el Viejo. Y sigue: “comemos sándwiches comprados por ahí, mucha gente va a salir hoy a festejar el día del amigo, hacemos changas”. Sin querer o queriendo, me mira y pregunta si se equivoca. Le digo que no se equivoca y bajo un poco la cabeza para ‘confesar’ que no me reúno con parientes pero sí hice algunas changas cerca de mi casa. Me río para mis adentros porque debe ser difícil encontrar en mi barrio una changa para un técnico en electromedicina.

“Tal vez”, dice Adrián, “estas semanas de aislamiento estricto y la cantidad de gente contagiada y muerta haya servido para que todos entiendan que el virus no es joda y que en realidad la salud está en riesgo. Poné eso en la entrevista” cierra y se va a atender un teléfono que suena en la oficina.

El Viejo dice que va a ser muy difícil que el sistema de salud porteño resista la pandemia. Pero piensa que hay una posibilidad que aguante solo si controlan un poco más las actividades que se abren y “si todos nos cuidamos un poco más de hacer macanas” y me mira fijo. Su voz se pierde entre mis pensamientos hasta que desaparece por completo. Ya saben que soy el que rompió el protocolo y salgo a hacer trabajos extras. Pero tienen problemas económicos como yo, así que no se van a poner en ortivas conmigo, pienso. El Viejo me zamarrea y me pregunta qué opino y le digo que sí, que es una posibilidad.

Escucho: “La posibilidad” de José Unidos.

Día 128 – Martes 21 de julio

Vuelta al descanso y el frio dejó congelado el fondo de mi casa. Apenas si me asomo por la ventana para ver cómo están las perras que duermen acurrucadas en la misma cucha. Miro el cuaderno de anotaciones que compré en marzo para registrar los trabajos extras y ahora uso para esto.

Pero no me sale nada. Leo las preguntas en el celular y tampoco sé qué responder. Agotamiento físico y mental, síndrome burnout, o simplemente pandemia. Elige tu propio destino, me digo en voz baja.

Escucho: “El sueño de otro lugar” de La Suma de Todos los Tiempos.

Día 129 – Miércoles 22 de julio

Escucho una melodía que viene desde afuera. Una canción vieja que me hace recordar cuando mi cuñado musicalizaba los asados. Me termino de despertar y preparo algo para desayunar. La vista del patio es triste… todo el pasto quemado por las heladas, los árboles de los vecinos con las ramas peladas. Esos colores grises y verde musgo, hongo. Humedad y frio. Y pandemia, pienso. 

Por la tarde me siento cerca de la estufa con la notebook a mandar las respuestas, que son el resumen de las opiniones de todo el equipo de trabajo del Taller de Reparaciones en Electromedicina. Por ahí a alguien le importa lo que tenemos para decir y nos escucha al fin.

Escucho: “Ya nadie va a escuchar tu remera” de Los Reyes del Falsete (cover de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota).

Día 130 – Jueves 23 de julio

Vuelta al trabajo y tengo la certeza de haber cargado todo en el auto, salvo cuando llego al peaje de Hudson y no encuentro el Permiso de Tránsito plastificado. Lo pongo siempre contra el parabrisas y no está. Paso de largo por el cuarto carril y nadie me para ni controla a los que vienen atrás tampoco. Así las cosas, llego casi veinte minutos antes. Ya no me lamento por la falta de control, sino porque podía haber tomado unos mates más antes de salir de casa.

Mientras estamos acomodando unas piezas y repuestos que llegaron suena el celular, es un mensaje de alguien que dice que le pasaron mi número y que es encargado de una farmacia y perfumería de Belgrano y quiere colocar dos tótems para sanitizar las manos y unos sensores. Le contesto a escondidas de Jorgito. Arreglamos para ver el trabajo más tarde y me quedo un poco entusiasmado. Cuando llego, me espera un empleado de seguridad que me rocía las manos con alcohol y me toma la temperatura. Después me lleva hasta el fondo con el encargado. Vemos el trabajo, los tótems, los sensores, le paso un listado de materiales y lo que voy a cobrar. Si empiezo mañana lo termino el sábado al mediodía. Hace una llamada y me dice que está todo ok y que mañana puedo empezar. Me pide que salga por una puerta lateral al negocio. Me dice que esa puerta la usan para que ingresen y salgan algunos clientes especiales. Me señala un rincón a la izquierda que está repleto de envases vacíos, bidones y esas cajas azules plásticas y me pide que haga de cuenta que no vi nada. Yo levanto el pulgar, me pregunto si habrá algo de autenticidad en todo esto y salgo a buscar mi auto para regresar a casa.

Escucho: “Fake plastic trees” de Radiohead.

Día 131 – Viernes 24 de julio

Vuelta a los viajes en micro con la mochila llena de herramientas. El retorno a Fase III trajo más gente al transporte público. Me siento cerca de la puerta delantera, que es la única que tiene este interno, y veo como tres pibes se van pasando SUBE sin que el chofer lo vea o lo quiera ver. Cuando llego a Constitución veo gente haciendo esa triple fila de ganado.

Trato que pase lo más rápida posible la jornada laboral, no me meto en discusiones ni me ofrezco para ir a comprar nada. Jorgito me pregunta por qué estoy tan callado. Le contesto que no tengo nada para decir y que estoy pensando en un trabajo que me ofrecieron. Me dice que lo haga igual, que ya fue la cuarentena. Que está lleno de gente que va a trabajar sin permiso. Y que cumpla con las medidas de bio seguridad.

Le digo que sí pero me gustaría poder decirles sin vergüenza que ya elegí, más allá de los casi cinco mil infectados en un solo día, de la curva que no baja y de no saber cuándo va a terminar esta pandemia.

Escucho: “Te arrepiento” de Massacre.

Día 132 – Sábado 25 de julio

Viajar un sábado a Capital otra vez me trae recuerdos de épocas mejores, sin el apuro de ir y venir que tienen todos durante la semana. Es mucha la gente que se pasea por las veredas y calles de Belgrano. Es muy raro ver bares y pizzerías cerradas, los grandes negocios con esas persianas negras y los carteles apagados. Entiendo un poco la necesidad de abrir los comercios pero no me termina de cerrar la idea.

Llego enseguida a la farmacia y me apuro a terminar el trabajo. Hacemos las pruebas con el encargado y llama al dueño que estaba en una oficina. Me saluda con el codo, me felicita por el trabajo, dice algo sobre la situación económica y termina su discurso echándole la culpa al gobierno nacional y “a los de provincia”. Me pregunta si acepto transferencia o mercado pago y le digo que es con un 8% de interés. Me da el efectivo y salgo rápido para la provincia de Buenos Aires.

Escucho: “Provincia de Buenos Aires” de El Mató a un Policía Motorizado.

Día 133 – Domingo 26 de julio

Me despierto cerca del mediodía y me pongo a trabajar en este Diario. Llama una de mis hermanas y me avisa que murió nuestra madre. Llora, apenas si puede hablar. Le digo que vamos para allá. Corto el teléfono y me quedo un rato, no sé cuánto, llorando también. 

Nos preparamos para salir. Abrigo, pañuelos descartables, tapabocas, alcohol en gel, todo va con nosotros hasta lo de mi vieja. El acuerdo fue entre hermanos y rápido: nada de velatorios de veinte minutos para diez personas en una cochería, nada de trámites en cementerios. En su casa y junto a todos los hijos y nietos de Buenos Aires, mi vieja se despidió y la despedimos. Las imágenes a veces me parecen de un filme de mafias, todos de ropas oscuras con los portones y ventanas cerradas. Por momentos somos la familia que supieron construir mis padres, con grupos de hermanos, cuñados y sobrinos por todos lados, charlando de música o de trabajos. La realidad vuelve de a ratos cuando voy a la pieza a saludar y hablar con mi vieja para mis adentros. Un hermano le pone Sandro en el celular, otro conecta por WhatsApp a nuestra hermana del interior que no pudo viajar.

Son unas cuantas horas las que estuvimos y sin embargo recuerdo cada detalle, cada rostro y la forma de llorar de los que estábamos ahí. Rodeada de su familia, en su casa, en un barrio mucho mejor del que recibió, se fue mi madre. Una mujer que crío seis hijos y los siguió cuidando hasta donde le dio la vida.

Vienen a llevarla. Conozco ese momento, el peor de todos. Pero lo tengo que pasar y después sólo queda el dolor del hijo. También conozco ese dolor. Saludamos a cada una de las 26 personas que se quedan en una reunión familiar de la que decido no formar parte. Llegamos a casa. Mañana no trabajo y tal vez pueda empezar una semana de descanso. Eso también será gracias a mi madre. 

Escucho: “Luciérnaga” de AmenSur.

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