Los libros y el destino La luna frente al rostro bibliománcico

La bibliomancia es un juego donde -a veces por orden, otras por azar, otras por intuición u otras ya por gusto- se recita una vez al día lo que el propio libro quiere decir. El propio libro dice. Se está frente a las letras y sus voces (las miles de voces) que habitan en cada libro y hacen acto de presencia como halo estridente

Por Sanderico

Los libros son de la biblioteca del Salón de lxs rechazadxs, un “pequeño espacio de arte” ubicado -lejos y hace tiempo- por el prístino barrio del Once. Bibliomancia se define como espacio que está dedicado al “ocio más que al arte” y que si trata de ser más qué, en un juego de palabras dadas, el “ocio” leída al revés pude leerse y sonar “oiko”, que en griego significaría lisa y llanamente “casa”. Entonces, más qué casa, todo una economía de saberes, más que casa, toda una fuente económica de palabras, más que  una casa: una bibliomancia.

En las bibliomancias no hay métodos rígidos ni horarios puntuales, se trata simplemente de generar otro tipo de vínculo con la creación artística. Se presentan en formato Instagram TV donde la presentadora como “oráculo” saca un libro de la biblioteca, cuenta historias o antecedentes acerca de ese libro; otras veces realiza encuentros con bibliotecas ajenas; hace recomendaciones, difusiones de talleres fotográficos, de poetas y escritores; presenta “curriculums del fracaso”; arma muestras, sorteos, juegos y de todo un poco como un bricolaje. Y como la palabra indica: la mancia con la biblioteca propone adivinar vestigios del día.

Lucía Luna es la intermediaria entre esos dos extremos, por un lado la biblioteca y por el otro el libro. Luna es la presentadora, casi médium, en rostro apacible y sereno, a veces oscuro, otras como un haz de luz, que con ese mismo rostro pone al descubierto el asombro en cada libro. En otras como una bruja que invoca fantasmas: es preciso estar atentxs a que oscurezca para que la noche vuelva a encontrar cada entrega de las bibliomancias. Casi siempre la difusión y el encanto de las palabras apremian en cada episodio.

En los episodios de Bibliomancia se agarra un libro y se recita lo que hay en él, como un espejo, una luna frente al rostro de ese espejo, se ha de asimilar con el vidrio de la pantalla de la computadora o celular que quiere reflejar algo. Como analogía de pregunta poética oriental surge la siguiente: “Si un metal bien pulido puede ser un espejo, ¿qué diferencia podría haber con el corazón?”. En las bibliomancias se podría decir lo mismo, que si los libros como el metal, son pulidos, -agréguese leídos  y oídos-, ¿qué diferencia puede haber entre las páginas, lo que dicen, con su corazón?

El corazón del libro es el secreto. Porque siempre algo se nos escapa y es confidente en el libro. El Salón de los rechazados intenta revelar. También reverberar o acomodar algo del día. A veces hay palabras justas y precisas. Otras, pensamientos obnubilados de hechos importantes o anecdotarios, basados en el recuerdo del autor y de lo que sale en cada libro. Ya no es la suerte, ya no es la cita, ya no es la moda del encuentro. Es algo más. Porque siempre hay algo más en cada libro. Y lo mejor de todo es que no hay una presentación formal o académica.

Dejando el apocalipsis y la mentada peyorativa de “clase” -aunque sea imposible- la disposición y el Covid obligaron a anquilosarse. Observemos la rosa, es decir algo bello: en esta pandemia hubo muchas rosas gratuitas. La bibliomancia no dejó de ser una de ellas, sea por la destrucción del orden especifico del tiempo, ya sea por la mística en cada encuentro con el libro, ya sea por la armonía y a veces futilidad, ya sea por lo autodidáctico del asunto, entre cierta pasividad o vaguedad, la perplejidad entre cada episodio, en un nuevo comenzar y despertar -sin el hábito que se tiene tan pronunciado del capitalismo, que exige a desmedida tener actitud y ganas para todo-. El libro se alza con ademán, en todo tiempo y sobre todo el tiempo, arriba del tiempo. Las bibliomancias proponen arribar a un mundo desconocido. Cada nuevo libro es “un conócete a ti mismo”. También se corre el ego, como algo lúdico y juvenil, casi de niñez, con ojos de asombro a veces, con petulancias u autoboicots otras.

A medida que unx se va adentrando, se esclarece el camino de cada página. Pensemos en una paradoja con las redes en este tiempo: por un lado el terror y el miedo que generan, y por el otro, la restitución de las redes como enlaces, muchas veces engañosas pero otras tantas otras como símbolo de cooperación y apoyo. A su vez, no tendríamos la posibilidad de disfrutar de ciertas presentaciones online de manera gratuita, que por distancia o tiempo no llegaríamos nunca a ver, a su vez también conferencias o presentaciones, una especie de apertura hacia la apropiación del arte en todo su esplendor. No faltaron quienes restringieron y se vieron deslegitimados o no respaldados por su derecho de propiedad intelectual -en un contexto crítico  la privación es una mezquindad repudiable-. Por cierto, nadie quedo sin la posibilidad de ver videos, escuchar vivo de música, obras de teatro, clases, abierto en general, de gente que quizá jamás llegaría a ver.

Una necesidad de ofrenda se dio en la bibliomancia: pedagógico que sobresalta, intenso, a veces lento, otras rápido y en otros momentos, aburrido. Como la vida misma, cuando alguien lee, verte caricia en sus versos, que nunca son los propios, si no que aún, con más respeto son ajenos, y por tal motivo, más atención con ellos. Los textos reclaman un vuelo y cierta sutileza. Lucia Luna genera ambas. Que ya van más de cuatrocientos en lo que transcurre la pandemia. Un logro y lo más honesto: no se rechaza a nadie.  

Para cada unx hay variedad en lo que pueda escuchar. Cada programa dura lo que el libro dicta. La cantidad de episodios como cataratas hacen la tarea imposible.


Por último, sabemos que en Japón (gran inspiración de Luna) por un lado está prohibido mostrar públicamente los sentimientos (llorar es vergonzoso, la tristeza y melancolía presuntamente veladas) pero por otro lado se manifiesta un aprecio profundo a ciertas tendencias de revivir fantasmas.

Acerca de Kumiko (nombre en japonés y su sobrenombre) y sus fantasmas, Luna no lo dice pero lo sabe: que todo libro es sagrado, y que en alguna parte de Japón se cultiva esa fortaleza, esa guarida, la tradición sintoísta cultiva el tesoro de los secretos mitológicos, tanto de estudiantes y aprendices con maestrxs (Zenzeis), porque aprendemos de la cuna hasta la tumba.

Quizá a veces sea mejor resguardar o básicamente seguir haciendo esta labor oracular, espectral y fantasmagórica, de revivir ciertos fantasmas, sabiendo que su poder, con algún misterio a la hoja y a la hora del día, al pronunciar sus líneas y su fortaleza (como la presencia infranqueable de los espíritus) al cerrarse el libro, como el agua o la arena se desvanecen.


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