Punk y Mujeres (Parte I) “Identidad…es la crisis ¿no lo ves?”

La innovación del movimiento punk fue tan grande y disruptiva que permitió el ingreso a jóvenes que rompían todo tipo de barreras: entonces, ese también podía ser un lugar para las mujeres.

                                                                       Por Javier Becerra

La revista Rolling Stone del 11 de marzo de 1977 cubrió un show. “Las Slits hicieron su debut en escena, como teloneras de los Clash en el Roxy de Londres… Tendrán que soportar el doble de handicap de su sexo y de su estilo que lleva hasta el extremo el concepto del amateurismo iluminado… Las Slits responderán a los cargos de incompetencia al incitar a los miembros del publico a subir al escenario para tocar mientras que las cuatro mujeres bajaban con el público para bailar”. En pocas líneas, que podemos interpretar en clave de elogio como también en clave despectiva, la Rolling Stone dejaba en claro de que se trataba esa nueva forma de hacer y de escuchar rock. Si la innovación del movimiento punk era tan grande y disruptiva que permitió el ingreso a jóvenes que rompían las barreras entre las bandas tradicionales y la pasividad del público, allí podría haber un lugar para las mujeres.


El movimiento punk había abierto las puertas para el ingreso masivo de las mujeres como nunca antes había sucedido en la historia del rock y de un modo completamente distinto al tradicional. Esto no significa que con anterioridad no hayan existido mujeres destacadas en la escena, pero el movimiento punk significo un salto en cantidad imposible de disimular sumando mujeres músicas, pero también diseñadoras, artistas plásticas, fotógrafas y editoras, que expresaban las caras visibles o ejecutoras de una participación que además se ampliaba entre un público que también las reclutaba. Todo esto en el breve lapso de un par de años.

Hasta el advenimiento del Punk las mujeres habían sido consideradas por la industria del rock como simples consumidoras pasivas de productos que a la vez eran de “uso privado”. Estaban catalogadas como parte esencial de un mercado que demandaba música extremadamente comercial, superficial y de baja calidad artística, un estilo que popularmente era conocido en los Estados Unidos como “Bubble Goom” antes de la imposición del término ‘pop’ (Y MUCHO ANTES DE QUE POP TAMBIEN HICIERA MUSICA DE CALIDAD). Como público, las mujeres representaban a una minoría absoluta que en todo caso participaban de shows y conciertos como apéndices de una pareja. La participación pública se presentaba como patrimonio masculino mientras que las mujeres quedan reducidas a la esfera de lo privado.

El rock de “alto status” casi no contaba con mujeres destacadas entre sus filas, y cuando esto sucedía era por medio de una intervención solista luego de un largo y sacrificado peregrinar. Muchas veces el propio rock era aceptado como un pasatiempo pasajero entre las adolescentes durante la década de 1960, época en la que comenzaron a ser estereotipadas como una horda histérica y acrítica presas de algún tipo de enamoramiento por los músicos varones más que como legítimas fans de una banda de rock. La ejecución de un instrumento o las posibilidades de armar una banda eran ya cuestiones muy distantes de lo socialmente aceptado y -hay que aceptarlo- de lo verdaderamente deseado por muchas jóvenes.

La sociedad de la segunda posguerra con el inicio de los comúnmente conocidos como “30 gloriosos años del capitalismo” (1945-1975) había corrido abruptamente a las mujeres del plano de la vida social y laboral. La reinserción de los excombatientes en las fabricas y lugares de trabajo removió de esos puestos a las mujeres empujándolas a la vida familiar casi con exclusividad. El “Estado de bienestar” que había significado la mejora de las condiciones salariales principalmente en los países centrales, impulsó una política ‘pronatalidad’ promoviendo el famoso baby boom y toda una orientación en favor del cuidado de los niños por parte de las madres dentro del hogar. Esto se vio favorecido por la caída abrupta de la tasa de mortalidad infantil gracias a las mejoras en la alimentación y las novedades sanitarias de la época.

La reconfiguración de la economía capitalista promovió a la vez la producción en gran escala de nuevos productos que facilitaban las tareas domésticas, haciendo de la nueva generación de “amas de casa” un nuevo mercado consumidor de esos productos. Las nuevas condiciones de “pleno empleo” estaban basadas en el desplazamiento de las mujeres de la escena laboral trayendo con ello toda una serie de modificaciones en la vida social. Una suerte de orden conservador en el hogar había resurgido de la mano de las mejoras económicas en el primer quinquenio de los “gloriosos 30” donde visiblemente las mujeres eran corridas de la vida pública.

Sin embargo, como ya hemos señalado en entregas anteriores, los “30 gloriosos” no fueron ni 30 ni fueron tan gloriosos. Promediando la década del ’60 las tendencias económicas favorables se comienzan a revertir propiciando el aumento de la desocupación y de la recesión económica. Un nuevo ascenso de luchas obreras recorrerá al mundo en su respuesta principalmente a partir del Mayo Francés de 1968. Esto irá de la mano de un nuevo ascenso de las luchas de la mujer y el cuestionamiento de numerosos aspectos del orden social. El tiempo de ocio como subproducto del consumo capitalista fue cuestionado por los situacionistas franceses en un graffiti que llegará hasta los tiempos del movimiento punk: “¿que hay para hacer o que hay para ver?”. Era un llamamiento a la juventud a volver a ser sujetos. Las jóvenes mujeres tomaran estos planteos en ambos lados del Atlántico, participando de las revueltas obreras o de distintas expresiones de la lucha feminista. El movimiento hippie será un primer episodio al cuestionamiento del destino que los “30 gloriosos” pretendían imponer a sus madres.


¿Pero qué sucedía en Inglaterra en vísperas del surgimiento del Punk? En 1970 se había implementado una Ley de Paridad Salarial que buscaba equiparar salarios entre varones y mujeres. A partir de la Ley, la masa salarial entre mujeres logró aumentar tan solo un 13% entre las trabajadoras formales, llegando a alcanzar solo el 63% de la masa salarial masculina. Algunos años después, en 1975, otra ley, la Ley de Discriminación Sexual, pretendía igualar las posibilidades de acceso al trabajo para las mujeres. Durante algún tiempo laboristas y conservadores se jactaban de la legislación “feminista”, pero sin embargo esta ocultaba el crecimiento de las desigualdades. Es que en paralelo a las nuevas leyes, la recesión económica y la desocupación crecían empujando a una masa cada vez mayor de mujeres a buscar empleo para mantener familias con maridos desempleados o simplemente complementar y mejorar los ingresos familiares que venían en permanente caída.


De este modo, hubo más mujeres trabajando, pero en empleos de medio tiempo e informales en las que quedaban por fuera de cualquier protección legal. Esta nueva situación se constató en el gran salto de mujeres casadas con hijos que salieron a buscar empleo. Mientras que en 1961 solo el 23% de las mujeres legalmente casadas con hijos trabajaban, en 1971 la suma salta al 46%. Para ese año el 53% de las mujeres de entre 16 y 60 años contaba con algún empleo.

La desprotección de las mujeres no era solo en el ámbito informal. Allí donde estaban o podían estar sindicalizadas, los gremios daban vuelta la espalda a sus necesidades. Una masa importante de las mujeres con empleo formal trabajaba en importantes fabricas (un 23% de ellas).

Otra realidad era la atravesada por la gran ola de mujeres inmigrantes de origen antillano o asiático, llegadas a Inglaterra a partir de mediados de ellos ‘60s. Entre las asiáticas se contaban numerosas mujeres con formación calificada e incluso profesionales empleadas en importantes industrias y sometidas a las mayores desigualdades en materia de derechos. Las manifestaciones racistas en su contra también eran moneda corriente impulsadas por el fascista Frente Nacional que reclamaba la expulsión de toda la población no británica.

Inglaterra era un polvorín a mediados de los años ‘70. La violencia sobre las mujeres, además, iba en ascenso en todo sentido. Los asesinatos en la vía pública eran moneda corriente y la prensa y el Estado los encubría debajo del aberrante argumento de que las victimas eran “prostitutas”. La realidad demostraría que eran jóvenes mujeres que salían a trabajar o adolescentes que salían simplemente a disputar el espacio publico a los varones. La lucha contra el estado de sitio impuesto a las mujeres para su “protección” y una oleada de huelgas de obreras serán el escenario social sobre el que las mujeres del movimiento punk irrumpirán. “¡Algunas personas creen que las chicas deben ser vistas pero no escuchadas, pero pienso que…a la mierda con la esclavitud!”, arrancaba el que sería uno de los himnos del punk interpretado por una jovencita hija de un trabajador portuario somalí re bautizada como Poly Styrene.


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