Capítulo III - Lykke Li
Había una vez una canción
La potencia y calidad de algunos y algunas letristas le dieron a nuestro colaborador rienda suelta para elucubrar historias a partir de ciertas canciones…
Por Efraín Bucler
Diez minutos antes del mediodía estaba parado frente a la joyería. Cruzó la vereda y sin que el policía de mitad de cuadra lo notara, simplemente sacó el arma de la cintura y entró al local apuntando a quien sea.
−Se quedan quietos; las manos arriba del mostrador y quietos. Tocan la alarma y los mato a todos.
−Está todo en la caja. Tranquilo. Llevate todo y andate que está lleno de policías. Además están las cámaras, nene− dijo una de las empleadas.
−Y vos quién sos para decirme nene, vieja ortiva. Vení para acá y arrodillate. Acá adelante mío.
Miró a los otros dos empleados mientras apoyaba el arma en la frente de la señora y les previno:
−Tiene silenciador: si no me dan la clave de la puerta esa donde está el collar, la quemo.
El más viejo se adelantó un paso y preguntó si podía acercarse a abrir. Después de una seña de aprobación del ladrón destrabó la cerradura y volvió detrás del mostrador. Tomy sacó el celular para ver la foto y asegurarse que la joya era la que vino a buscar. Guardó ambas cosas en el bolsillo del saco y salió con la tranquilidad que había entrado al local.
Subió a un taxi, luego tomó el subte y por fin un Peugeot 208 gris lo llevó hasta la calle Iturri, a pasos del cementerio. Dos horas más tarde un viejo, de rostro serio y aroma de perfume caro bajó de una camioneta plateada con un morral de cuerina negra en la mano derecha que arrojó sobre la mesa donde el Nene apoyaba los brazos.
−¡A ver cuándo traes las cosas a horario vos!
−Y a ver cuándo dejas de zarparte con la gilada, mirá como te tiembla la mandíbula: vas a tener bruxismo si seguís así.
−Nada de gilada, Nene. Ya vas a tener setenta años…si llegás. Y tomá lo tuyo. Al final vas a tener más guita que los ladrones.
−La mitad son gastos.
−Es que compartís mucho vos.
−Lo que necesito es un laburo grande, Viejo. Uno que me deje para desaparecer unos meses. Uno grande, digo, más grande.
Miró al Nene por encima de los lentes y se le acercó en gesto de confesión para emprender un nuevo negocio.
−Tengo un laburo pero no sé si dártelo a vos. Es un colega que tiene el aniversario de casados y quiere un prendedor. Pero está en una casa, acá nomás en Colegiales.
−¿Para cuándo lo necesita?
−En agosto recién pero si lo tenés mañana te lo compra. Ofrece seis palos pero podés sacarle más. Que te queden siete para vos. Yo me quedo con el resto.
−Pásame la data por Signal y te contesto al toque.
−¡Siempre tan rápido vos, eh! Justo hoy almuerzo con él, así que esta tarde te lo paso. Cuídate, Nene.
El joven agarró los cuatro fajos y los guardó en la mochila. Salió por una puerta lateral y siguió camino al mercado de la esquina. Compró pan lactal, fiambre y una Coca de litro y medio. Pagó y guardó todo. En la Avenida Corrientes se tomó un taxi. Miró la hora en el celular y lo tranquilizó saber que tenía casi una hora para estar con Maga.
−Ayer no viniste y yo esperándote. ¿Siempre me tenés que dejar acá? ¡Sola con estas pendejas locas que me pegan y me sacan los cigarrillos!
Ella apretó fuerte el antebrazo del Nene, que intentaba darle algún tipo de explicación. Y el reclamo se hizo pedido y propuesta.
−Veníte esta noche, dale. El alambre del paredón del fondo está roto ayer lo vinos con Nadia y flasheamos con rajarnos ahí mismo, vo’.
−Te digo que esperes un poco… dos o tres laburos más y salimos para Mendoza, para Luján de Cuyo. Lore está allá y dice que tiene un lugar para mí. Y yo te llevo. De una que te llevo, boluda. Pero aguanta un poco más.
−¿Cuánto más? Me roban la ropa, me sacan todos los cigarrillos. La guardia de la noche es medio torta y busca manosearme todo el tiempo. No voy a aguantar. Vos no sabés.
−¿Y qué te pensás, que si te saco te voy a llevar a un quince? Hay que tener un lugar donde ranchar; tener alguna nota para aguantar dos o tres semanas.
−¿Todo son dos o tres para vos? ¡Dos o tres días, dos o tres robos, tres carajos Tomy! Sácame de acá. Ya me zarparon. Ahora me quieren violar: tengo una faca, mirá.
−¿De dónde sacaste eso pendeja? Guardalo sino querés que caiga yo también.
−¡Del miedo que tengo lo saqué! Boludo. Cagón.
Cuando Magalí alzó la mano derecha para pegarle, el Nene acercó su cara a la de ella. La besó y de inmediato le tapó la boca con el índice de la mano derecha.
−Para de bardearme, boluda. Tenés razón. Yo te quiero y te voy a sacar. Mañana vengo a sacarte. No digas nada. Acordate la contraseña que usábamos en la escuela 1,2…
Ella también le tapó la boca con la mano derecha y lo abrazo fuerte.
−Sí, sí, sí, me acuerdo. No digas más nada, anda y volvé mañana. Te espero y te quiero. Siempre te quiero. Siempre te espero.
Esa noche casi no durmió. Y tampoco quiso fumar el tercer porro porque tenía que estar atento a todo. Cuando todavía no había amanecido hizo la lista con las tareas y luego se levantó y empezó. Cuando al fin tuvo todo listo se fumó medio porro y ahí sí durmió unas cuantas horas.
La tarde se iba poniendo nublada y fría. El Nene trepó el paredón de la calle Curapaligue con la misma rapidez y eficacia de otras veces. El patio interno permanecía con ese piso y paredes de color gris institución del estado. Los restos de unas prendas tiradas y algún que otro cubierto. La garita de vigilancia vacía y dos gatos que apenas levantaron la cabeza y siguieron su rutina de sueño.
Por instinto o por ilusión ella esperaba detrás de la cortina de su pieza con la puerta abierta y la mochila llena debajo de la cama. Limpiaba sus zapatillas blancas con un trapo húmedo hasta que escuchó la señal.
−1, 2, 3… ¡Ahora!
La piba tomó la mochila llena de cascotes y la tiró contra la ventana. Cedieron los dos barrotes del centro y por ese pequeño espacio sacó el torso, luego la pierna izquierda y la otra. Se apoyó en el alfeizar y saltó al patio. Corrió hacia él que la esperaba contra el paredón.
Tomy juntó las manos sobre las rodillas y ella apoyo el pie para que la lanzara hacia arriba. Fue la primera en saltar hacia la vereda. Corrieron por Laferrere hasta Carabobo. De ahí un Volkswagen gris, bajo y ligero los perdió entre una jungla de autos, colectivos y camionetas. No terminaron de besarse por quinta vez que ya estaban en la estación de tren. En treinta y cinco minutos llegaron a la estación de Tigre; pura adrenalina que no calmó ni con los cuatro miligramos de Clonazepam. Bajaron temblando. Caminaron como en el aire unas cuadras hasta que llegaron al muelle.
−Ahí está…mira, es ese.
−Esa porquería
−¿Que porquería? Alta lancha, vo’. Mirá, si tiene hasta motor nuevo.
−¿Y tu tío? ¿No está?
−No le dije
−Bueh. ¿Y el que maneja, el piloto, cómo se llama?
−Le dicen el Nene pero se llama Tomás.
−Jodeme que vas a manejar. ¿Sabes llegar a la isla?
−Mejor. Sé llegar al Río de la Plata.
Subió apenas detrás de él. En la lancha había dos cajas de cartón con botellas, algo parecido a sándwiches y tres celulares. Cargadores portátiles y un parlante JBL rojo.
−Mirá, ahí dónde señala mi dedo ¿Ves? Ese es el Oriente. De dónde salimos vendrían ser el Occidente.
El sol en el horizonte empezaba a mostrar sus últimos destellos. Algunas nubes que todavía revoloteaban en el cielo se teñían de amarillo y bien pronto de bordó. Los hilos de humo de las chimeneas de las pocas fábricas costeras se perdían detrás de los pelos largos y negros de ella, que lo miraba con los ojos llorosos.
−¿Qué pasa Magalí, por qué lloras, boluda? ¿Te sentís mal, querés que volvamos?
−No. Te quiero mucho.
−¿Y por eso llorás?
−No. Lloro porque nunca pensé. Bah, siempre pensé. Siempre esperé salir. Del instituto, de mi casa. No sé, boludo, es tan… tan mierda y vos me sacaste.
El sacó la servilleta que envolvía uno de los sándwiches y le secó las lágrimas. Pero ella seguía chorreando gotas de llanto y moco. Y no paraba de decir quiero y gracias.
−Salimos, boluda. Salimos los dos. Mirá, acá hay plata y allá está el Río y después el océano. ¿Te acordás? El Océano Atlántico. Salimos, boluda, salimos.
Ella se lanzó sobre el pecho del Nene y lo abrazó como nunca en su vida lo había hecho. Sus ojos negros y abiertos resaltaban sobre la nariz blanca y apenas respingada. El viento del río le sacudía los pelos y envolvían la cara de Tomy, que miraba fijo hacia adelante mientras acariciaba con la mano libre la espalda de ella.
Maga se incorporó un poco. Ya no lloraba, solo le brillaban los ojos. Y tenía una sonrisa que opacaba la luna. Acercó su boca a la de él mientras sus brazos lo envolvían por la cintura.
−Una vida de mierda. Eso tenía yo. Y ahora estamos yendo al Rio de la Plata o al Océano Atlántico, donde sea. De noche, como en las películas. Corré, mandale nomas, acelerá. No pares hasta el Océano, que yo te sigo.