Capítulo IV - Él Mató Había una vez una canción

La potencia y calidad de algunos y algunas letristas le dieron a nuestro colaborador rienda suelta para elucubrar historias a partir de ciertas canciones…

Por Efraín Bucler


-¿Doctor,… me escucha? Es por su padre que lo llamo. Cuando escuche el mensaje por favor llámeme urgente al teléfono de su casa.

El médico miró su reloj. Eran apenas las ocho y cuarto de la noche. Alarmado por el tono de la chica, se alejó de la cocina y buscó un recoveco para hablar con detenimiento. Al primer tono de llamada atendieron el teléfono.

– ¡Hola, doctor Alejandro!

– ¿Que pasó, Ana, es por mi papá decís?

– Si es su papá… está en el techo. Me encerró en la casa. No quiere bajar. Dice que hay ladrones y que él se va a encargar. Por favor, háblele usted. A usted lo va a escuchar.

– Pará un poco, Ana. Explicáme cómo es eso que te encerró. Si no puede caminar.

– Pero había sido que sí camina, don Alejandro. ¡Usted hubiera visto! Se apuró y todo para dejarme acá adentro. Yo no quiero gritar porque los vecinos se van a asustar. Además con la pandemia, quién va a salir a ayudarme. Y no quería llamar a la policía… su papá, don Alejandro. ¡Dios mío qué hizo, qué hizo!

El hombre comenzó a calmarla, a su manera, como profesional acostumbrado a comunicar malas noticias a familiares en crisis de nervios. En un instante logró que la cuidadora le detalle todo lo ocurrido con su padre y le indicó que vaya a buscar un juego de llaves de emergencia que guardaba en el botiquín del baño que estaba en la ‘pieza  grande’.

– No está, señor Alejandro. Capaz se la llevó también su papá. Es muy vivo y muy inteligente también.

– Si, seguramente las haya sacado antes. ¿Vos me dijiste que te sacó el celular…cómo me tenés agendado?

– Como Doctor Alejandro.

– Bueno, eso es bueno. Quedate tranquila, ahí lo llamo a ver si lo hago bajar. En breve te aviso cómo seguimos.

El aire del pasillo del hospital estaba mucho más frío que la cocina, igual el doctor prefirió quitar una silla de una sala contigua y sentarse para intentar una conversación más o menos sensata con su padre. Si es que tenía el celular de Ana. Si es que le atendía.

– ¿Qué querés? ¿Otra vez me venís a joder?

– Papá escúchame soy tu hijo Alejandro. Por favor papá, ¿se puede saber qué estás haciendo en el techo de casa?

– Ah. Sos vos. ¿Y cómo sabes dónde estoy?

– Ana me dijo, papá. Llamó al celular y escuchó que sonaba en el techo.

– ¿Y qué quiere esa? Yo le dije que había gente que entraba a robar y me niega todo. Debe estar en complicidad. Tenemos que echarla. Nos va a robar a nosotros también.

– Papa. Papa, escúchame no hay ladrones. Tiene razón Ana. Bajá de ahí por favor y volvé a entrar. Estás en recuperación y no podés moverte. Tampoco podes tomar frío.

– Tengo abrigo. Me puse el cárdigan que me regaló tu madre. A ella le gustaba como me quedaba. Si muero….lo voy a tener puesto.

– De lo único que te podés llegar a morir es de una neumonía, papá. Qué haces ahí si vos estabas postrado. No podías caminar. Y ahora estás en el techo. ¿Por qué mentiste, por qué papá?

– Hace como tres días que puedo caminar. Le iba a decir a esa Ana que metiste en casa. Pero justo vi por la ventana que entraba un encapuchado a lo de Juanito. Y le comenté a la chorra esa y me dijo que no era nada. Que no me preocupe. Y ahí me di cuenta que está en complicidad.

El hombre añoso miró hacia abajo alarmado por un ruido. Dos gatos se trepaban de la rama de un árbol de naranjas que estaba en la vereda, para asaltar una bolsa de residuos que colgaba de un gancho, fijado al tronco. Pronto otros tres gatos más le disputaban el botín a puro maullido. Cáscaras de frutas, pedazos de pañales, yerba y saquitos de té caían a la vereda mientras los perros de las casas linderas se desesperaban en su intento por saltar portones y rejas para emprender contra los felinos.

– Papa lo que dice Ana es verdad. No pasa nada. Estamos en pandemia, hay un virus. Se llama Coronavirus y viene de Asia. Es respiratorio y tiene un grado de transmisión tan alto que estamos en una pandemia mundial.

– Mentira. Estamos rodeados de chorros y esa Ana es la que les pasa los datos de las casas.

– Bajá papá por favor. Vamos a tener que llamar a la policía.

– ¡Esos son más chorros que los ladrones! Ayer pasó un patrullero y saludó a un encapuchado que después entró en lo de Salinas.

– No son encapuchados papá. La gente anda con barbijos y con máscara. Es por el virus del Covid 19.

– Calláte la boca vos. Qué sabes si estás todo el tiempo en el hospital ese… enfermando a la gente.

El esfuerzo del último reclamo a su hijo le generó un acceso de tos. Y buscó el pañuelo del bolsillo izquierdo del cárdigan.

– ¿Papá estás bien?

– Que te importa.

– Basta de pavadas papá. Sos un hombre grande. Sabés leer y entendés muy bien las cosas. Ahora escucharme; tuviste un ACV y mientras te recuperabas estalló una pandemia. Empezó en China y después se fue para Europa y llegó al país… hace un mes y medio que estamos encerrados. Por eso no hay nadie en la calle. Solo estamos autorizados a trabajar el personal esencial…. médicos, transporte de alimentos y un par de actividades más. Podes bajar a casa y leer el diario, pedile a Ana que siempre los guarda. 

– Vos déjate de pavadas. ¡A papá mono con bananas verdes! Acá la gente tiene miedo porque se le meten en las casas. El flaco que entró a lo de Salinas hasta se sacó las zapatillas y tiró un aerosol para no dejar huellas.

– Eso es alcohol en spray por el virus.

– Déjame tranquilo. Ahí viene ese chorro, el de anoche. Otra vez va a entrar a lo de Juanito…todo tapado. Uy…¡Entró nomás el hijo’unagran!

-¡Bajá papá!

– No. Tengo que resolver esto. Este chorro no va a joder más. Y los otros van a aprender. 

– No es un chorro papá por favor bajá y entrá a casa.

La voz, el tono de voz del padre era de tranquilidad. Una jocosidad se percibía en las afirmaciones que hacía a su hijo. Mientras, abajo y encerrada, Ana intentaba averiguar lo que pasaba. Si tenía que llamar a la policía, si la iban a echar, si el abuelo mentiroso iba a poder bajar solo.

– Mira papá, basta. Estoy dejando la guardia para ir a bajarte a paradas de la terraza.

– No hace falta hijo…tranquilo vos que tu padre se encarga de todo. Cómo decía mamá, “Antonio siempre va a estar para los vecinos”.

– ¿Qué vas a hacer ahí papá?

– Nada. Ya está. Limpio a éste y no van a joder más. Los otros van a aprender que con Antonio no se jode.

Dejó el celular a un lado porque una sombra se acercaba desde la avenida. La luna blanca, grande y brillante iluminaba algunos charcos del asfalto roto. Las casas cerradas, las veredas oscuras y vacías. En el silencio espectral pensó que algo malo le sucedería. Tiró la frazada al piso y se acostó encima. El abuelo se mantuvo con el torso apenas levantado para que esa figura que avanzaba rápido por el medio de la calle no lo viera.

Cuando llegó a la esquina, don Antonio agarró el celular y le susurró a su hijo que si algo le pasaba, se encargue de pagar el cementerio de su esposa.

– ¿Papá qué vas a hacer, qué fue ese ruido? ¿Qué tenés ahí…. qué vas a hacer? Estate quieto, papá, que voy yendo en el auto. Estoy, estoy por Eva Perón, en cinco minutos llego a casa papá.

‘Tarde piaste pollito’, dijo el padre para sus adentros y se acomodó hasta colocarse en posición de tiro, como había aprendido en la colimba. Luego, tomo el celular con cuidado y casi susurrando se dirigió al hijo médico que venía en camino.

– Tengo la carabina, hijo. Y ya lo tengo en la mira. Voy por el chorro. Te dejo.

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1 comentario sobre “Capítulo IV - Él Mató
Había una vez una canción

  1. Me encanta esto Efraín! Como que ya sabes o te imaginas que el tipo puede estar con un rifle en la terraza, pero la particularidad de los personajes y el tiempo que atraviezan le dan singularidad especial a la historia y queres seguir hasta el final.
    Nose si es la propuesta, pero escuchar la canción mientras se lee queda muy bien! Saludos.

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