A 20 años del 2001 El Soundtrack de una rebelión popular

¿Cuántos punks y cuantos heavys hubo entre aquellos muchachos que protagonizaron los sucesos de diciembre de 2001 y que luego se sumarian a distintas formas de militancia en favor del cambio o la revolución social? Nada es casualidad

Por Javier Becerra

“¡Esas condiciones de vida petrificadas deben ser puestas en danza encontrando su propia melodía y contándola! Hay que sumergir a la gente en el terror a fin de darle coraje”

(Karl Marx)

Ahí viene Darío Santillán, “sin carroza y sin sombrero” como decía la vieja canción anarquista, tan solo trae una gran sonrisa y una remera de Hermética como único distintivo. Para muchos será una casualidad, para otros la expresión de un mero pasatiempo musical, y para otros tantos un resabio de una adolescencia todavía fresca. Para nosotros es mucho más que todo eso. Darío Santillán es quizás el icono mas destacado de una generación que debió atravesar a los tumbos toda la década del ‘90 para poder protagonizar la rebelión popular del 2001, la primera en la historia en voltear un gobierno antipopular electo por el voto popular.  

“¿Pero que tendrá que ver Hermética?” se podrá preguntar el lector que solo ve a la conciencia como producto directo de la relación individuo-partido político. La posibilidad de alguien asuma su carácter de sujeto en la historia puede contar con varios mojones en esa formación, y como ha sucedido en otros lugares en el mundo, las subculturas juveniles pueden jugar bajo contextos y situaciones determinadas un rol importante en la formación primaria de la conciencia política y social. Esta situación es mucho más relevante allí donde las formaciones que tradicionalmente se arrogan el papel de organizadoras o impulsoras de la formación de dicha conciencia no existen, han sido derrotadas o simplemente ocupan márgenes microscópicos que las hacen invisibles a los ojos de la mayoría.


La rebelión popular del 2001 contó a los jóvenes como parte de sus principales animadores. La inmensa mayoría de los asesinados por la policía en aquellas jornadas eran menores de 30 años. Esa juventud, provenía en la mayoría de los casos del conurbano bonaerense y venía de atravesar una década en la que la desocupación había hecho estragos con cualquier tipo de planificación y ensueño en torno a la conquista del “trabajo formal”. Las referencias políticas e ideológicas que se suponen podían haber canalizado el descontento, como sucedía en el pasado, venían de derrotas categóricas.

La restauración capitalista en la URSS había volteado la gran referencia estratégica del marxismo, que pasa a cuarteles de invierno y a cristalizarse en muchos casos a grupos de estudio o minúsculas organizaciones sin peso material en la realidad. Las ideas de la posmodernidad y la ofensiva en el plano ideológico de la burguesía fueron grandes. El menemismo, por su parte, había logrado victorias estratégicas sobre el movimiento obrero con la privatización de actividades económicas fundamentales. Huelga tras huelga eran derrotadas. La imposición de la Ley Federal de Educación también significó la derrota del movimiento estudiantil que la resistió. El rearmamento de la policía, principalmente de la bonaerense duhaldista con sus razzias y su “gatillo fácil” imponían cualquier tipo de arbitrariedad sobre los jóvenes. El indulto a los genocidas terminaba de dar el marco a lo que parecía la victoria definitiva del capital sobre el trabajo.

La enorme masa de jóvenes de extracción obrera no encontraba puntos de referencia cercanos en la izquierda, que, si bien seguía reclutando jóvenes, solo lo lograba en puntos particularísimos. Pero la juventud tampoco encontraba referencias en las formaciones políticas tradicionales. La UCR, que había capitalizado gran influencia sobre la juventud a principios de los ’80, y que incluso se arrogó autoridad política y material sobre importantes bandas de rock, estaba en desbarranque y sería, además, la responsable final de la crisis definitiva en 2001. El peronismo por su parte, era el responsable directo de las peores calamidades sociales jamás imaginadas por ningún peronista. La realidad no tenia nada que ver con aquellas viejas historias que los mayores contaban sobre las virtudes sociales del justicialismo. Los adolescentes y jóvenes de los ‘90 no le debían absolutamente nada al peronismo ni respetaban tampoco su liturgia. La “escuela del sindicato” tampoco era referencia para una generación expulsada del trabajo formal y de cualquier posibilidad de sindicalización.


“Revivir a un joven muerto civilmente”

Pero en los ‘90 una parte importante de la juventud no se mantuvo quieta. Contra la idea de la existencia de una juventud “despolitizada” a la que se intentó reagrupar bajo la denominación de “Generación X”, nacieron embriones de contracultura de la mano de distintas subculturas juveniles que hasta ese momento habían sido minoría. Mientras que los grandes medios solo daban cabida a expresiones juveniles más bien superficiales o contemplativas de la vida, en paralelo se desarrollaron expresiones que comenzaron a interpelarse e interpelar sobre la nueva realidad post “estado de bienestar”. Se había abierto una brecha en el mundo del Pop y en los presupuestos culturales admitidos en ese momento que enseñaban qué era lo que se debía oír y cómo se debía responder a lo que se escuchaba. La adolescencia se había transformado como nunca antes en la historia del capitalismo argentino, en un nicho comercial para el cual había productos de todo tipo. Música, ropa, accesorios, programas televisivos, películas, ídolos, etc. Había que moldear una nueva generación bajo los principios del “fin de la Historia” y de las nuevas posibilidades de consumo bajo el crédito y la paridad cambiaria. Sin embargo, había comenzado una disputa contra estas concepciones.

Justamente la paridad cambiaria, junto a las novedades tecnológicas, habían posibilitado el abaratamiento de equipos que permitían armar bandas e incluso grabaciones independientes. Sellos pequeños y radios independientes van a dar espacio a nuevas expresiones que no estaban en la agenda de las grandes discográficas o medios masivos. Las novedades del capitalismo triunfante habían ampliado aquel viejo sueño de los punk setentistas del ‘Hazlo tú Mismo’. Floreció un circuito de lugares para tocar que incluía muchas veces la ocupación del espacio público para festivales autogestionados por las bandas.

El crecimiento de una masa de jóvenes vestidos de negro fue tan notorio que los “especialistas” de todo tipo salieron a su cruce bautizándolos como “tribus urbanas” y tratando de analizar su comportamiento social. Era común que en los programas para adolescentes “normales” los “chicos malos” aparecieran como heavys o punk mal caracterizados.  Como sucede siempre con las subculturas juveniles, pasan durante algún tiempo desapercibidas hasta que finalmente ganan notoriedad a partir de un “escándalo”. El enfrentamiento con la policía en la puerta de un show, la resistencia a las razzias o las peleas con los neonazis fueron las señales de alerta para abordar las novedades. Heavys y Punks fueron las dos “tribus” más destacadas de esa etapa, y aunque ambas tenían ya una larga existencia en el país, los ‘90 significaron un autentica novedad en ambos casos.

Finalmente habían empalmado con un público numeroso que además era de extracción obrera. Las dos subculturas se hacían eco de la nueva “base social” de la que se nutrían. Los heavys dejaron de lado su temática fantástica para el abordaje de temas sociales, y el punk se corrió del eje de las libertades a secas para tratar temas propios de la juventud del conurbano. Geográficamente ambas se corrían del pequeño circuito capitalino para encontrar eco en lo más profundo del conurbano. 


Como sucede en estos casos siempre es conveniente saber discernir a las bandas del público. Las primeras siempre bajo presiones comerciales, mientras que los segundos cuentan con mayor libertad. Algunas veces el público se adapta a los giros artísticos o de mercado de los músicos y en otros casos actúan como una presión sobre los mismos para que eso no suceda. También puede ocurrir que abran directamente un nuevo camino para encontrar la evolución artística o ideológica. Siempre el rock fue una combinación de propuesta comercial y conspiración cultural permitiendo por momentos que los presupuestos culturales admitidos para los jóvenes que indicaban una forma de comprender al mundo y la sociedad fuesen puestos bajo cuestión. La brecha superestructural entre “gustos musicales” fue finalmente llevada a la vida cotidiana. La desmitificación de los gustos hegemónicos era en definitiva la desmitificación de la vida social.

En general el rock combativo de los ´90 fue en esencia anti menemista, anti represivo y tributario de la “justicia social”. Las preguntas que los jóvenes se hacían a partir de la obra de las bandas que levantaban esta especie de “programa” tuvieron que salir a buscar las respuestas en otro lado, encontrando la posibilidad con ello de ampliar ciertas posiciones políticas primarias. Es aquí donde una porción de las subculturas comienza un diálogo con la política y con ciertas formas de hacerla. El vínculo con las acciones y festivales antirrepresivos impulsados por Correpi y otros organismos contará con la presencia activa de jóvenes provenientes de estas subculturas. Los festivales organizados por Madres de Plaza de Mayo o Hijos, cuando ambos organismos se mantenían independientes del Estado, sumaban bandas y un público que comenzaba a tomar cada vez más conocimiento y simpatía por la causa. Un nuevo peldaño en la conciencia es escalado con la incorporación de un esbozo de balance de la Dictadura y con la compresión de que radicales y peronistas, los dos partidos “del orden” por aquellos años, habían sido cómplices de la represión y garantes de su libertad. Un par de ideas claras quedan cristalizadas: la independencia absoluta frente al Estado y que con radicales y peronistas “ni a la esquina”. Estos elementos “nuevos” fueron siendo incorporados como insumos a las subculturas juveniles.  

Festivales por la liberación de presos políticos y sociales o acciones en apoyo a grandes luchas como el Santiagueñazo, Cutral Co o Tartagal comenzarían a ser moneda corriente para los miembros de las subculturas y llegarían a plasmarse en la obra de varias de las bandas más destacadas.


Hubo un objeto que comenzó a ser cada vez más sujeto al punto de que el propio rock no podía dar más nada que valiera la pena saber. Los primeros misterios revelados acerca de la sociedad eran remplazados por nuevos y mas complejos misterios que solo encontrarían resolución en la calle y en la confrontación directa con el poder. Por supuesto, sería una exageración absoluta sostener que todo joven que pasó por la experiencia de las subculturas confrontativas en los ‘90 terminó siendo un militante por la revolución social en 2001, pero sí es cierto que la inmensa mayoría de los militantes que debutaron como tal en aquel momento, venían de aquella experiencia. Incluso, no se puede concluir que la evolución hacia el compromiso militante fuera una construcción exclusiva de las subculturas. Lo que sí está claro, es que, en esa larga década previa de preparación de la rebelión popular de 2001, las subculturas juveniles cumplieron un rol destacado. Los sucesos del 2001 fueron convocantes e interpelaron a nuevas bandas de rock y a un nuevo sector del público. Los acampes piqueteros en los que por ejemplo tocó La Renga o los festivales solidarios en torno a la defensa de la gestión obrera de Zanon fueron claros ejemplos. Pero esta ya es otra historia. Mientras que en nuestro relato sobre los ‘90 las subculturas juveniles y muchas bandas de rock se desarrollaron y evolucionaron políticamente en paralelo, la situación inmediatamente posterior al 2001 fue convocante en sí misma y permitió un salto casi inmediato en sectores que hasta ese momento se mantenían al margen. Algo similar sucedería con la música tropical, que durante un breve lapso expresó cierto contenido político o social más explícito.

Posiblemente la década de los ‘90 coronó el mejor diálogo que el rock pudo haber mantenido con la política en toda su historia, cerrando la década con una rebelión popular que derrocó a un gobierno impopular. Por supuesto, no hablamos de un diálogo lineal ni programado. Sencillamente se trató de la evolución de una generación que supo leer y entrecruzar los mensajes y las experiencias desde el llano, sin grandes interlocutores ni con “compañeros de ruta” que desde la política dieran indicaciones. Ese dialogo casi excepcional, contó por primera vez como protagonista a una masa de jóvenes plebeyos formando parte de las subculturas mas sumergidas, por un lado, y por el otro caminando hacia posiciones políticas y sociales avanzadas. Se puede decir entonces que la rebelión popular del 2001 tuvo su propio soundtrack.

2 comentarios sobre “A 20 años del 2001
El Soundtrack de una rebelión popular

  1. En el artículo se afirma: “En general el rock combativo de los ´90 fue en esencia anti menemista, anti represivo y tributario de la “justicia social”. Creo que el kirchnerismo supo mostrarse con esos tres componentes (no importa tanto para esta opinión en que medida los representó) y eso resultó en una atracción para sectores juveniles.
    “Posiblemente la década de los ‘90 coronó el mejor diálogo que el rock pudo haber mantenido con la política en toda su historia” se sostiene en el texto, me pregunto cómo habrá afectado a ese diálogo el grado de simbiosis que provocó el kirchnerismo con las demandas referidas del rock combativo de los 90

  2. Muy buena nota. Agregaría, para complementar, que los fanzines y otras publicaciones que circulaban en toda aquella movida -recitales, festivales, locales de rock etc- con sus entrevistas, con sus notas de opinión, muchas veces con difusión de problemáticas sociales entre banda y banda, o columnas de pura catarsis, fueron parte también del desarrollo de esa naciente conciencia durante la larga década de los 90.

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