Un ensayo a partir del EP
Acorazado Potemkin, La Internacional y la función del arte
La conciencia crítica y el contexto político es tomado por el trío de rock para darles forma de denuncia social en un Ep que funciona como un piedrazo en momentos necesarios. Y es también una excusa para preguntarnos por la función del arte
Por Carolina Figueredo
“El arte no es un espejo para reflejar la realidad, sino un martillo para darle forma”, decía Bertolt Brecht. Más acá en el tiempo, Rodolfo Walsh afirmaba que “(…) hubo quien sostenía que no podía existir un arte en función de la política; es parte de ese juego destinado a quitarle toda peligrosidad al arte, toda acción sobre la vida, toda influencia real y directa sobre la vida del momento… no concibo hoy el arte si no está relacionado directamente con la política; si no está eso, para mi le falta algo para poder ser arte”.
La pregunta por la función del arte no es nueva y tampoco existe una sola respuesta. Ha servido a diferentes fines desde sus comienzos y esos propósitos han cambiado a lo largo del tiempo. En la Antigüedad, el arte tenía una función ritual, mágica; en la Edad Media una función simbólica expresada en el arte sacro; y en los siglos posteriores una función estética o incluso didáctica. Es a partir de las vanguardias del siglo XX que pudo verse desde otra perspectiva y se transformó en subversiva e innovadora.
Ahora bien, la intención de disociar al arte del resto de los aspectos de la sociedad, como si se tratara de un ámbito abstracto e impoluto, expresión de un lujo de no-realidad, fue y es siempre una intencionalidad de las clases altas que esparce esta idea al resto de los habitantes. Asimismo, las llamadas clases populares o “subalternas” toman la cultura entre sus manos y la moldean según sus posibilidades e intereses, que son múltiples, gestando una oposición a la cultura dominante.
Ejemplos del arte como ejercicios de resistencias desde el siglo XX, reconocidos en mayor o menor medida, sobran en todas las ramas: el Guernica de Pablo Picasso, una de las obras más representativas de la lucha antifascista; los movimientos beatnik y el hippismo; la revolución cultural de mayo del ‘68, con la Escuela de Frankfurt como influencia directa, barricadas que derribaron conservadurismos de todo orden y una prosa que trascendió el tiempo; Eugene Ionesco y su teatro del absurdo; la oposición al concepto de razón positivista y arte burgués mediante la rebeldía, la destrucción y lo espontáneo que significó el dadísmo; el manifiesto irracional y onírico del surrealismo; el situacionismo, con su denuncia a la “sociedad del espectáculo” en los años 50; el periodismo clandestino de los años 60 y 70 (y aquí sería injusto nombrar algunos dejando otros fuera); el cimbronazo que significó el punk no solo a nivel musical; los fanzines y el copyleft; las pinturas, grabados y murales de Antonio Berni, que tenían como protagonistas a marginados por la sociedad; el polifacético e inclasificable Xul Solar; el Cristo crucificado sobre un bombardero norteamericano de León Ferrari; el denominado Arte de Resistencia, performances de larga duración que suelen incluir aislamiento, silencio e incluso dolor; el feísmo, corriente estética que reivindica lo que está por fuera de los cánones de belleza impuestos, tanto en artes visuales, plásticas, literatura, moda, el cine y actualmente en las redes sociales (“El grito de Edvard Munch”, las películas de Tim Burton, los diseños de Vetements); el desarrollo de las tecnologías informáticas; el culture jamming o sabotaje cultural, que apunta contra la publicidad y el consumo, con actos como el subvertising o la disidencia gráfica en la era digital; la utilización del espacio público por parte de graffiteros y las intervenciones del artista anónimo Banksy; instituciones artísticas como el New Museum con la trienal “Songs of Sabotage” o la trienal de fotografía “Breaking Point” de Hamburgo; géneros musicales como el techno de Detroit, el hip-hop, el rap, la electrónica experimental, la industrial, el ruidismo, y varios etcéteras; “nuevos activismos artísticos”, que están marcando aún la transición entre los siglos XX y XXI.
A pesar de que el artista moderno es muchas veces concebido como autorreferencial, este paneo es solo una muestra de las muchas expresiones que pueden darse en forma de proyectos, muestras, actividades formales e informales y una conjunción de estas con el ámbito político y social, que mayormente se enuncian en los márgenes y de los cuales intentamos humildemente dar cuenta en La Linterna Noticias. Esas nuevas formas híbridas entre lo cultural y lo político la entendemos como una contestación a lo establecido que se simboliza en lo creativo, lo espontáneo y en la pasión, a la vez que inauguran senderos de liberación a nivel individual y colectivo.
En el marco de lo anteriormente expuesto, podemos situar a Acorazado Potemkin como un grupo que toma al arte como un ejercicio de resistencia. En primer lugar, a sí mismos, a evitar un encasillamiento: “muy rockeros para el tango y medio tangueros para el rock”, se mueven también por las aguas del punk y el post-punk con mucha naturalidad. Resistencia a observar la obra pasivamente: unx se adentra a sus canciones con todos los sentidos, con todo el cuerpo. Por último, lo que los caracteriza: la resistencia frente al sistema que nos oprime, sea el poder social, económico o simbólico, que de por sí están enlazados. En el modo de pararse frente a la realidad que nos rodea se halla su concepción artística.
En una sociedad cada vez más virtual, más descorporizada, donde reinan las potencias del engaño, los artificios de la ilusión y la perversión de la apariencia, un acto de protesta concreto donde se pone en evidencia la importancia de la función social y política del arte, es un martillazo. O parafraseando a Juan Pablo Fernández: “la primera es un piedrazo, la segunda es política”.
El carácter transformador del arte es tomado por el power trío -que además de Juan Pablo en voz y guitarra, tiene a Federico Ghazarossian en bajo y a Luciano “Lulo” Esaín en la batería y los coros- para tamizarlo por un lenguaje artístico propio y contundente. Asiduos concurrentes en festivales solidarios y fechas en reivindicación por alguna causa social, sindical o política, desafían un modo convencional de concebir “la industria musical”. Ellos saben que a través de la música, las letras, el movimiento y las expresiones estéticas en general se pueden engendrar aspectos relacionados con la justicia, la reivindicación, la identidad, la voluntad y el deseo.
Y es así como el pasado 1º de mayo a las 00 horas el terceto se valió de las plataformas digitales para lanzar su primer Ep que contiene una versión de “La Internacional” (himno oficial del movimiento obrero internacional) y otra de su ya clásico “El pan del facho”. El envío fue subido a Spotify, Bandcamp y demás plataformas de streaming. Así como también en Youtube pueden verse los clips de ambas canciones que los muestran en la grabación en directo en Goodshit Creative Music Studio.
“La Internacional”, emblema de la clase trabajadora fue el himno oficial de la Segunda Internacional, órgano que a partir de 1889 tuvo como objetivo reunir las fuerzas de los diversos partidos socialistas y laboristas en pos de una coordinación a nivel mundial. La letra original es del francés Eugène Pottier, cantante y poeta, escrita en medio de la represión desatada contra la Comuna de París. Pierre Degeyter le puso música en 1871.
La batería de Lulo marcando el ritmo, la guitarra y el bajo al unísono, la voz que comienza con “Arriba los pobres del mundo”. De las muchas versiones que existen de este clásico, eligieron una que les sienta muy bien, o hicieron que les siente bien de todas formas. La solemnidad que podría tener se fractura y asoma un cross en la mandíbula. Un homenaje a sí mismos y a toda la clase explotada en clave punk rock. Y como si fuera un lado B de este single, grabada en una sola toma, una nueva versión de “El pan del facho”. Base bajo-batería marcando un compás marcial, riffs aquí y allá y una letra incendiaria. Segundo cross a la mandíbula, knock out a la indiferencia.
Una producción necesaria para estos tiempos en la que la condición mundial de pandemia expone a nuevas necesidades y desafíos a la clase explotada. Una situación donde unos pocos disfrutan de los dividendos económicos tirando migajas a los trabajadores y exhibiéndolo casi pornográficamente. Queda claro que lo esencial es luchar contra este sistema de cosas y que un mundo mejor con dignidad e igualdad es posible. Como dice una parte del verso de La Internacional, “los nada de hoy todo han de ser”.
La posición estética y artística y la subversión simbólica del discurso dominante que ejecuta Acorazado Potemkin es digna de reivindicación en los tiempos que corren. Distintas formas de observar el mundo, de crearlo y recrearlo, de narrar la cotidianidad de determinada manera y no de otra, de pensar “otro porvenir”. El activismo artístico y el modo de comunicarlo forman parte del motor de la historia de las ideas y de las transformaciones sociales.
Retomando a Bertolt Brecht, tratar de entender la resistencia cultural en general para pensar en el arte como un motivo de procesos de transformación en particular, eficaz para concebir nuevos lenguajes performativos y mayor creatividad humana.
El trío que se formó en 2009 ya tiene en su haber cuatro discos: Mugre (2011), Remolino (2014), Labios del río (2017) y Piel (2019). Además de tocar en el circuito clásico para las bandas independientes en Buenos Aires, se han presentado con éxito en La Plata, Córdoba y Rosario. Durante la pandemia realizaron un streaming y dos recitales respetando el distanciamiento social, uno en el Parque Centenario y otro en el predio porteño al aire libre de Mandarine Park. Sus integrantes pasaron por agrupaciones icónicas del under: Juan Pablo formó parte de Pequeña Orquesta Reincidentes, Federico de Don Cornelio y la Zona y Los Visitantes y Lulo de Motorama, Flopa-Manza-Minimal y Playmobil. Asimismo, tienen un presente que también complementan con otros interesantes proyectos: Lulo es baterista de Valle de Muñecas y Delta jazz Band mientras que Federico es contrabajista de la Orquesta Los Crayones y Me Darás Mil Hijos.