TRAS LAS HUELLAS DE “LET’S LINCH DE LANDLORD” (II Parte)

Punk, desalojos y guerra de clases en California. Un relato de entramados políticos, negocios inmobiliarios y un alto grado de conflictividad social detrás de la canción, en esta segunda parte de la historia de la canción de Dead Kennedys.

Por Javier Becerra


Existe cierta “historiografía” del movimiento punk en clave “populista” en la que éste es presentado como una respuesta al neoliberalismo, más particularmente al ascenso de los gobiernos de Margaret Thatcher en Gran Bretaña y de Ronald Reagan en Estados Unidos. Sin embargo, la “Dama de Hierro” recién asumió su primer mandato en 1979 mientras que “Bonzo” lo hizo tardíamente en 1981, años en los que el punk ya existía como movimiento. Es que en verdad el ascenso del movimiento punk hay rastrearlo en una etapa previa al denominado proceso de “desregulación de los mercados” o “restauración conservadora”, como se suele definir a las políticas de ambos gobiernos. Los 15 años que van desde 1960 a 1975 fueron decisivos en la gestación del fenómeno. Fueron 15 años que marcaron la decadencia de lo que muchos llamaron los “30 años gloriosos del capital”, periodo que iba desde 1945 a 1975 y en que se suponen 30 años de expansión homogénea del desarrollo y de la bonanza capitalista. Ese segundo quinquenio puso en evidencia todas las contradicciones del régimen a escala mundial, con crisis económicas, recesiones, desocupación y duros ataques a las condiciones de vida de la clase obrera del periodo de posguerra en las grandes potencias, y crisis, levantamientos e insurrecciones populares en la periferia, datos que no hacen más que corroborar que los 30 años no habían sido “ni 30 ni tan gloriosos” como decía el político, economista, profesor e investigador argentino Pablo Rieznik.

Haciendo un recorte más ajustado aún, los años que irán de 1970 a 1975 serán determinantes para definir los distintos niveles de maduración política del movimiento punk, según el país e incluso según la ciudad de origen. La explosión punk del año ’77, año para el cual ya se daba definitivamente por finalizado el periodo expansivo de la segunda posguerra, expresó distintos niveles de acumulación del movimiento con variantes tan disimiles como el movimiento en New York de tinte más bohemio, el inglés mucho más disruptivo desde lo político y social (mayores vínculos con la clase obrera) y el de San Francisco que estamos abordando ahora. Con cada fenómeno nuevo de la crisis el movimiento se hacía más corrosivo. De este modo es más fácil comprender las características de las primeras bandas que con 20 años, o más, aparecían en 1974 (New York) a las que con varios años menos surgían en 1977 (Londres y, un poco después, San Francisco). Hubo un rumbo político, más allá de lo estrictamente estético y musical que se fue moldeando por el propio medio político y social que definió contenido y forma.


Es en esos años donde debemos rastrear el origen del punk; en el convulsionado clima social y político de ese momento. Como veremos, todavía faltaban algunos años para que Ronald Reagan iniciara su gran avanzada del capital, pero California y más particularmente San Francisco ya era escenario de una creciente desocupación y de una ola de desplazamiento de los sectores populares de los centros de la ciudad. Pero todas las medidas antipopulares aun no estaban bajo el comando del elenco político clásico del reaganismo; eran dirigidas por sectores conservadores previos y muchas veces por progresistas y liberales. Muchos años después de haber compuesto “California über Alles”, Jello Biafra manifestó que desconocían que podía existir algo peor que Jerry Brown, el entonces gobernador del Estado al que calificaban de “fascista zen”. Todavía no había llegado la “evolución” de la nueva derecha norteamericana. Pero mientras tanto, los peores ataques contra las condiciones de vida y las libertades en general provenían de la acción u omisión de los sectores progresistas. El alcalde George Moscone, por ejemplo, quien había tenido una política abierta hacia la enorme comunidad gay de San Francisco y quien había depurado a la cúpula policial acusada de violar libertades democráticas en forma permanente, era absolutamente impotente frente a la orientación de desalojos forzados por parte de las corporaciones inmobiliarias. Fue precisamente bajo su gestión que se perpetró el desalojo del Hotel Internacional.

El Hotel Internacional era un viejo establecimiento que había pasado varias etapas desde su construcción en 1854. Para la segunda mitad de 1960 ya era una residencia de filipinos estadounidenses jubilados y algunos viejos inmigrantes chinos. Estaba ubicado en el Manilatown en el Área de la Bahía de San Francisco. En 1968 sufrió una primera amenaza de desalojo como parte de la temprana “manhatización” de la ciudad. La idea de las corporaciones era la demolición de varias manzanas de la zona, entre las que estaba el Hotel, para fomentar un sistema de tránsito rápido. Ya parte de Chinatown había corrido esa suerte y por eso los inquilinos y vecinos organizaron la “Asociación de Filipinos Unidos” para hacer frente al inminente desalojo.

Varias presentaciones judiciales lograron evitarlo en un primer momento, aunque el proyecto inmobiliario logró desarraigar a varios miles de South of Market. El Hotel, desde aquella primera victoria, se convirtió en un centro de organización cultural y social del vecindario al que comenzaron a concurrir activistas de la Universidad de California, de Berkley y de la Estatal de San Francisco, la mayoría de ellos hijos de inmigrantes filipinos o asiáticos. Sin embargo, la embestida de desalojos no se detenía y por lo tanto, en 1977, una nueva amenaza apareció. El dueño del inmueble, Milton Meyer, manifestó al US Journal que “en mi opinión, me estoy quitando de encima un barrio pobre”. Los 179 ancianos que vivían en el Hotel Internacional corrían nuevamente el peligro de quedar en la calle. Aunque George Moscone manifestó su rechazo a la orden judicial, tampoco atinó a un plan de reubicación de los jubilados. La defensa del sitio quedo entonces en manos de las asociaciones por la vivienda, los vecinos, los activistas universitarios y las organizaciones de izquierda, quienes resistieron un primer embate policial ese año con un cordón humano de 5 mil personas que fue peyorativamente bautizado por la prensa como el “Cordón Rojo”. El 4 de agosto de 1977, finalmente, un asalto sorpresivo y violento de las fuerzas de choque de la policía, desalojó a los inquilinos para poco tiempo después demoler el edificio.

Humor gráfico sobre los efectos de la Proposición 13

Tras el asesinato del alcalde progresista George Moscone, llegó el momento de Dianne Feinstein quien asumió el cargo interinamente. ¿Por qué la nueva alcaldesa se convirtió en el blanco de Dead Kennedys? Hasta asumir el cargo ejecutivo, Feinstein posaba ella también de progresista y liberal. Muchos políticos de San Francisco se habían acomodado bajo la presión de los movimientos de lucha en ascenso, especialmente el del movimiento gay de la ciudad detrás de esa fachada política. Feinstein llegó a ser senadora nacional explotando esa imagen y ocultando y disimulando otras. Su gestión implicó el regreso de una policía descontrolada que solía hacer uso de su autoridad en forma violenta con el dato significativo de cargar ahora también contra los punks y sus lugares de reunión. Las redadas sorpresa y la cancelación de shows, fueron moneda corriente sobre el Mahubby Garden y más de una vez, Rebecca Moscone, hija del alcalde asesinado y activista punk, fue detenida. De esta nueva conducta de la policía y su vínculo con la dirección política de Feinstein, nació “Police Truck”.

Sin embargo, el ejercicio violento de la policía sobre el centro de la ciudad no era solo ideológico, obedecía a la estrategia de limpiarla de “indeseables” como parte de un nuevo salto del negocio inmobiliario. Moscone no enfrentaba los desalojos por limites en su concepción política; Feinstein los alentaba por principios. La nueva alcaldesa era, además, esposa de Richard C. Blum presidente de Blum Capital, la mayor empresa de inversión de capitales en el negocio inmobiliario de todo San Francisco. Feinstein era una lobbysta de su marido. Entre otras cosas, en 1980, Feinstein reemplazó la antigua ordenanza de “sentarse y acostarse” que permitía a los sin techo pasar la noche en casi cualquier lugar, por la de “obstrucción de acceso”. En 1979, Jello Biafra enfrentó él mismo como candidato a la alcaldía a Feinstein haciendo de ella el centro de su campaña (algo que veremos próximamente en un artículo especial).

Pero la política de la alcaldesa no era solo patrimonio de ella. Las tensiones permanentes entorno al problema de la vivienda llevó a la toma de una muy significativa medida, que en parte permitió dividir al movimiento anti-desalojos y, por otra darle nuevos aires al negocio inmobiliario, pero ahora sobre bases absolutamente legales para toda California. La Proposición 13 resultó en una trampa mortal para los que menos tenían. La Proposición fue votada en 1978 y confirmada por la Corte Suprema haciéndola intocable. Consistía en limitar los impuestos inmobiliarios, algo que en principio parecía sumamente positivo y muy bien visto por parte del activismo. El valor de las propiedades se congeló al valor de tasación de 1976, poniéndole un techo a los impuestos inmobiliarios en un 2%. Solamente se podía volver a tazar una propiedad en caso de una venta, ampliación del inmueble o refacción actualizando de ese modo el monto del 2%. La medida abarcaba a todo tipo de propiedades sin importar si eran casas, comercios, shoppings o industrias.


La Proposición 13 prendió (ganó con el 62 % de los votos) gracias al argumento de que pondría freno al enorme peso impositivo en California (en este estado se pagaba un 9% más de impuestos que en cualquier otro lugar de Estados Unidos) y que protegería a los propietarios jubilados, algo que podrían haber resuelto fácilmente segmentando las tarifas impositivas. Además, puso límite a los “impuestos especiales” que las legislaturas y concejos locales solían votar para la construcción de escuelas públicas, carreteras o viviendas. Se debía alcanzar los dos tercios de votos para ello.

Uno de los primeros efectos de la Proposición 13 fue la caída de la recaudación en un 60 % para 1979, al mismo tiempo que las nuevas y lujosas propiedades del centro de Los Ángeles, San Diego y San Francisco aumentaban su valor en un 170%. El 2% de impuestos era un chiste para sus propietarios. La Proposición, además, no tocaba los “activos intangibles” lo que permitía a las grandes fortunas pagar en proporción los mismos impuestos que los que menos tenían. Lo mismo sucedió con la falta de diferenciación de zonas o barrios en las que lugares con menos servicios resultaban igual de costosas que las céntricas. Las empresas, en caso de ventas o fusiones, podían presentar las escrituras originales evitando así una nueva revalorización de sus impuestos. El estado, finalmente, tuvo que imponer nuevos impuestos para intentar compensar el 40% perdido de la recaudación, lo que demostró que la Proposición 13 en definitiva no implicó ningún alivio fiscal.

La desigualdad fue enorme. Una mansión en proporción podía pagar menos o lo mismo que una vivienda obrera nueva. Una vivienda lujosa de 6.740 metros cuadrados con última tasación en 1976 podía pagar $4.625, mientras que una vivienda nueva de mil metros cuadrados en un suburbio pagaba $ 4.240 de impuestos. Cada generación de californianos pagó desde 1978 a la actualidad 4 veces más que la generación anterior. California se convirtió rápidamente en el Estado con la tasa más baja de propietarios del país y la mayor tasa de inquilinos. “Let’s Linch the Landlord” describe una situación típica de los inquilinatos en la que el propietario no quiere refacción alguna del inmueble para evitar una nueva tasación y con ello pagar más impuestos. El precio promedio de un alquiler en los Estados Unidos era en 1975 de 156 dólares aumentando en 1980 a 243 dólares, el mayor aumento (un 12%) desde 1920. Los alquileres, además, aumentaban un 13% más rápido que los salarios, pero en California aumentaba más rápido que en cualquier otro estado ($285 promedio).

La Proposición 13 afectó, además, otros aspectos sensibles. La educación publica (Escuelas K-12) de California se mantenía con los impuestos inmobiliarios, que al caer provocaron un enorme desfinanciamiento del sector. Mientras que entre 1968-1970 California invertía más que cualquier otro estado por alumno ($100 más), en el periodo 1980-1982 pasó a ser el que menos invirtió del país. La población por aula superaba también a cualquier otro Estado.

La Proposición 13 se mantuvo intacta hasta nuestros días. Cuando el viejo gobernador Jerry Brown, a quien Jello Biafra dedicara “California Uber Alles”, fue re electo en 2011, fue consultado sobre qué haría con la vieja proposición. Brown respondió “tengo malas noticias para Jello Biafra, la Proposición 13 se mantendrá”.

Como decíamos al principio, si New York era un desastre, California, y San Francisco en particular, no se quedaban atrás. Fue el escenario de un movimiento que aún tenía varias batallas más por delante y no solo contra los desalojos. “Lets’s Linch the Landlord” es una muestra magnifica de aquella realidad que hoy parece disimulada o directamente borrada para el mundo.


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