Crónica
Calor en República Dominicana: todxs sabemos que el gobierno es una mierda
En este agobiante verano/agobiante gobierno, escuchamos música por todos lados en todo momento. ¿Qué pasaría si volviéramos al silencio introspectivo? Rita Crass ensaya unas preguntas y también da unas pautas para pensar en posibles respuestas. Mientras tanto, lidia con el calor como si estuviéramos en República Dominicana.
Por Rita Crass
Tenemos que agradecerle al “creador” que existe el invierno. En verano todo es rudo. La música en mi barrio es todo el día. Así como es la lata en la radio, es la música bailantera de moda todo el día. Las veinticuatro horas. Y usted piensa que va terminar; y no, no termina. Y usted piensa que no puede haber algo peor. Sí, hay algo peor: el verano. La música a todo volumen. Va al furgón del tren para escapar de la música y el calor. Y no. Usted se encuentra atrapadx, con dos músicas al hilo, un hombre que canta temas de folclore inentendibles y otro haciéndole competencia con su wafle poniendo música actual. Parece República Dominicana esto. ¿Hay algo más bello que la competencia de músicas superpuestas con un paisaje rápido como lo es el ferrocarril? El precio de abrir la ventana una de estas noches de verano modernas –arriba de los 28 grados– es muy alto.
Hace calor y tu cuerpa lo sabe. No hay nada que sea tentador, nada que sea mejor, nada que sea tan encantador que un buen helado en verano. Lo venden barato en el barrio pero en los lugares céntricos no. El precio de abrir la ventana es arriesgado, porque además de que se abre un mundo, el sonido de la gente –que pareciera que siempre estamos en República Dominicana. Festejan. Da igual. “No hay plata” dicen, cantando.
Tenemos que agradecer que existe el invierno. Y que gracias al invierno la gente puede meramente reflexionar. Como yo, acerca de los sueños y los deseos.
No hay brisa de verano reparadora. No hay posibilidad de diálogo con el calor. No hay tampoco diálogo con el gobierno, ya todos sabemos que es una gran mierda.
Y el calor arriba, el calor corta. La posibilidad de que los mosquitos quiten horas de sueño está latente. El sueño nunca fue más ambicioso como en estos últimos tiempos. ¿En qué sueña usted?, ¿en qué sueña su maridx? ¿Los sueños son alimentos para las personas que trabajan internamente? ¿Y que soñamos? ¿Deseamos subir las escaleras del cielo –como dice el poeta alemán– subir y nunca bajar? ¿Los argentinos este febrero del 2024 que caraj* sueñan?
Pregunto, y no hay respuesta, mi perra RitLove revolea los ojos y acomoda su cabeza debajo de la cama. Con la experiencia de la ola de calor de la semana pasada, ella ya encontró el rincón de la casa más reconfortante. Me vigila a mí y me acompaña mientras me hago preguntas con filo filosófico, pero con respuestas empíricas. Una de ellas, la más cercana en la línea de tiempo, es que los argentinos desean que la música suene fuerte. No importa lo que dice, todo tiene que sonar fuerte. Y mientras menos nos escuchemos mejor. También que la televisión suene fuerte, que las lapiceras suenen fuertes, que las lapiceras escriban con su tinta más joven un trazo duro y penetrante en las hojas y en las computadoras, pero que todo eso suene también fuerte.
El tema no es lo que suena, sino que suene fuerte todo. Y tampoco importa lo que se diga, sino que eso que se diga sea siempre fuerte.
Damos Lata. Eso somos. Laterxs.
No se escribe con timidez, se escribe con F, Federación. Fermento. Ferrari. Escribimos con fuerza y rápido, pedimos esa misma fuerza en las cosas más simples.
Yo no quiero molestarle a usted. El sol tapa mi energía. La de usted, ¿usted en qué sueña, qué desea? Quiero que el entretenimiento me mantenga despierta hasta emborracharme de diversión, que un cuento alimente mi fantasía y construya lo que no puedo construir con mis manos. Que la música tape las discusiones de los vecinos, el vaivén del ventilador y las bocinas de los autos, cruzar las vías del amor, calentarme con la fiesta del día, escuchar el acelerador a fondo todo el tiempo –de todos los autos– y barrer todo, sin preguntar primero.
Spoiler: también hay argentinos amando con fuerza y forzando el amor hasta lastimarse. Volviendo a los deseos, pero más que nada volviendo a los sueños, ocupémonos de los sueños populares, que no restan de ambición. Para soñar no hace falta sólo dormir: es necesaria la fantasía y también hay que alimentarse bien. Los argentinos no estamos comiendo bien, no estamos durmiendo bien y nuestros sueños… resisten todo, porque no pueden interpretarse entre lo bueno y lo malo. Analizar los sueños es algo tan antiguo como placentero, Artemidoro lo hizo en Grecia y después vinieron muchos más a completar su trabajo y abrir más dudas que certezas hasta acabar con la gran pregunta: ¿soñamos deseos o presagios? Si la realidad fuera en contra de todo lo que deseamos, ¿dejaríamos de soñar el gran sueño popular?
Sólo hay música detrás, como en cualquier “República Dominicana”, mientras escribo estas líneas.
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