Damos comienzo a una serie de entrevistas a protagonistas que desde el margen ejercen en las diversas ramas del arte. En esta ocasión, Alejandro Rodríguez, fotógrafo y docente, activista y padre, nos comparte su visión sobre la fotografía y la magia de guardar recuerdos.
Por Carolina Figueredo
Habla sereno y pausado, tiene una sonrisa amena que hace agradable cualquier charla. No sólo sobre su profesión, la fotografía, sino de otras cuestiones que hacen a la vida. Comparte sus conocimientos sobre cultivos con la misma pasión con la que habla sobre la realidad social y las injusticias a las que nos somete la sociedad moderna.
Alejandro Rodríguez, 48 años, de Monte Grande de nacimiento y crianza, en la actualidad y por elección entre Ezeiza y Capital, ha sido el creador de muchas fotografías asombrosas desde la década del noventa, época dura para la militancia social. Porque Alejandro estuvo vinculado a los movimientos de base, a la “resistencia” no sólo política sino también cultural. Por aquellos tiempos, con su hermano Leonardo editaban el recordado fanzine Juventud Perdida e integraban un grupo mítico del under, La banda del Cuervo Muerto, con la que apoyaban causas que creían justas y solidarias.
Alejado de las noches de punk rock y ensayos, dedica su tiempo a la fotografía. Específicamente a enseñar aunque también a salir a las calles y retratar algún acontecimiento político o social que lo interpele. Estuvimos charlando con él y, además de mostrarnos su trabajo, nos contó lo siguiente.
La Linterna: ¿Cuándo comenzó tu deslumbramiento por la fotografía?
Alejandro Rodríguez: Tengo una imagen de mi niñez muy fuerte de un viaje al sur con mis padres y mi hermano mayor. Veníamos hablando del atardecer y mi viejo frenó en la ruta para verlo. Éramos chicos, tendría aproximadamente diez años. Estaba hermoso el horizonte. Mi viejo y yo bajamos, él sacó una y yo me la grabé en mi mente. Cuando revelamos la fotografía era muy parecida a lo que había visto. E hice esa asociación: de la foto que había sacado mi viejo y de mi recuerdo visual y quedé con ese momento congelado en… no sé… el corazón, no sé bien dónde. Es una imagen a la que recurro siempre, inclusive para tratar de encontrar paz en mí mismo. Es un clásico atardecer de ruta anaranjado con sus particularidades porque sé que mi viejo está al lado del auto, mi hermano y mi vieja adentro. Tengo la sensación también del aire fresco de la ruta. Después tengo otros recuerdos porque mi padre y mi madre le habían regalado a mi hermano Leo una cámara con sistema Polaroid pero marca Kodak. Jugábamos con esa cámara, nos daban un cartucho que traía para siete fotos que revelábamos en el momento. Tengo toda una colección de esa época en polaroids hechas por mi hermano y por mí. Ya cuando tenía 18 años y estaba terminando el industrial, me decidí a estudiar en la Escuela de Arte Fotográfico de Avellaneda.
LL: ¿Cuál es el aporte de la fotografía tanto al campo del arte como al campo social (si es que se pueden disociar)?
AR: A la fotografía le costó bastante ingresar al mundo del arte porque se argumentaba que el fotógrafo tenía que ser una especie de técnico que operaba una máquina, entonces no había creación. Eso se fue dejando de lado con el tiempo, con las discusiones, con las exposiciones: más allá de la operación técnica está la mirada de esa persona que opera. Hay claramente un autor, una manera de manejar la luz, de comprender la realidad y de enfocarse, que tiene que ver con la idiosincrasia de esa persona que está detrás del aparato.
Me gusta tener una mirada crítica respecto a qué tanto puede aportar una fotografía al campo social. Creo que puede ayudar como no. Puede aportar en cuanto a imágenes de lugares o situaciones lejanas que no podés ver con tus propios ojos, pero también está la interpretación de lo que se ve y de lo que se dice que se muestra. Así que termina entrando en el terreno de la subjetividad.
LL: Formaste parte de un colectivo de foto reportaje. ¿Qué podés contarnos acerca de eso?
AR: Formé parte de un colectivo fotográfico desde el año 2009 al 2017. Se llamaba En la vuelta y estuvo conformado por varios fotógrafos y varias fotógrafas. En 2008 teníamos una página web cuando no existía tanta velocidad en la información y estaba empezando a ser popular Facebook. La página estaba hermanada con un colectivo fotográfico uruguayo que se llama RevelArte. Trabajamos muy fuerte con los movimientos sociales. Estábamos en sus planes de lucha, visitábamos las cooperativas o proyectos productivos que tenían en sus barrios y esas fotografías iban a nutrir sus espacios de información y difusión. Colaboramos desde ese lado: una parte que era más documental y otra que era de foto reportaje en la calle. Éramos varios así que podíamos abarcar diferentes temáticas, teníamos una reunión semanal donde nos poníamos de acuerdo en la edición del material y en qué íbamos a hacer la semana siguiente. Fue una linda experiencia de trabajo colectivo y después cada cual siguió su propio camino. Hoy en día somos grandes colegas, camaradas y amigos.
LL: ¿Cuáles son las fotografías que tomaste que más recordás?
AR: Ufff, se me viene una catarata de imágenes imposible de contener. Todo el tiempo se están usando fotos que saqué. Mi hermano que tiene la editorial (N de la R: Madreselva) siempre me está solicitando alguna que recuerda que haya sacado. Hace unos días fui a imprimir una foto que me trajo muchas satisfacciones, creo que es una de las últimas que saqué en la calle, para la Reforma Previsional cuando hubo una represión muy fuerte. Esa imagen inmediatamente ilustró un periódico en España, después fue la contratapa de un disco, hicieron una remera, fabricaron cuadernos. También fue seleccionada para la segunda etapa de un concurso muy importante que se hace en la ciudad de Buenos Aires que todavía está en la etapa de juzgamiento. Esa es una de las últimas que me ha traído muchas satisfacciones pero también recuerdo otras que tienen que ver con el folclore popular o manifestaciones o algún viaje. Podría hablar de una u otra durante horas así que hago una síntesis con esa foto de la que hablé.
LL: Trabajaste con cámara analógica, algo casi de culto en la actualidad. Alguna vez comentaste que para los que trabajan con esa tecnología lo hacen con una perspectiva particular, “afilando” la mirada ya que no pueden disparar indiscriminadamente.
AR: Tengo una cámara analógica que está siempre cargada con un rollo y de vez en cuando la agarro y hago algunas fotografías. Después voy sacando los rollitos y los voy acumulando, no los revelo. Porque sale mucho dinero y porque también quiero que cuando lo haga pueda encontrarme con la sorpresa de ese momento que congelé y que me va a traer un recuerdo muy poderoso. Trabajar con lo analógico no es lo instantáneo entonces empezamos a tomar una distancia de esa imagen y tiene otra re significación. Lo mismo sucede con la fotografía digital cuando la conservás y vas a archivos que hiciste hace diez años. Pero la distancia que genera lo analógico al no traer el resultado inmediato es como mágica.
Cuando estudié fotografía, que era tecnología analógica y había que pagar insumos y tenía muy poca plata, tenías que apretar el botón en el momento en que sentías que estaba ocurriendo lo que querías comunicar, eso que te obligaba a apretar la obturación. Entonces estás más atento, más presente en la situación. La fotografía digital es otra manera de hacer fotografía, tal vez, esa cuestión de sacar y sacar y no detenerse tanto a observar. Lo bueno es tener la tecnología y hacer la práctica de la observación.
LL: ¿Cómo es el proceso de revelado en el formato en el que trabajás?
AR: El año pasado, en uno de los talleres de que di para niños, hicimos algo de fotografía estenopeica, que es una manera de trabajar con métodos analógicos. Pero al ser bastante inaccesible la fotografía analógica al menos para mí, estoy trabajando únicamente en digital, donde se utiliza Photoshop o Lightroom o cualquier otro programa que sirva para revelar. Uno se enfrenta con el archivo, trabaja los colores, el contraste, le da tal vez una impronta personal. Está bueno cuando uno ya tiene un estilo. A pesar de eso, creo que nunca tuve un estilo, en el revelado voy viendo cómo va la tendencia y voy practicando para no estar anclado o encasillado solamente en una cosa. El revelado es eso, me parece, darle un toque final a la toma que hiciste, un ajuste.
LL: ¿Cómo es la experiencia de dar talleres?
AR: Hace ya muchos años que doy talleres. Más o menos en 2010 fui convocado por la Facultad de Filosofía para dar unos talleres experimentales que estaban haciendo desde la Extensión de Secretaría Universitaria en el barrio de Barracas. Se planteaba que todas las personas tenían una cámara fotográfica en el bolsillo porque los celulares ya venían con cámara en ese entonces. La cuestión no era tanto enfocarse en la técnica como los talleres convencionales (diafragma, ISO, velocidad, etc.) que tiene que ver con el manejo mecánico de un aparato. Ahora tu celular tenía una pantallita, apretabas un botón y tenías una fotografía. La idea del taller fue darle un sentido a la inquietud de querer registrar, abordar algún tema, cuestiones narrativas o de composición. Fue una experiencia que me nutrió y me dio una manera particular de encarar los talleres con la cuestión de educación visual acompañada de textos que me sirvieron más allá de la fotografía, para la vida en general. Uno aprende fotografía cambiando la mirada sobre la realidad. Que de eso se trata también fotografiar: cambiar los ángulos, cambiar los puntos de vista.
Después empecé a dar talleres con compañeros en centros culturales, y luego me convocaron para un proyecto educativo y hoy en día estoy dando tres talleres en el PCB, el Programa de Centros Culturales en Barrios.
LL: Trabajaste la relación de tu hijo Lautaro con el agua y el proceso de bienestar que le generaba. Ese trabajo derivó en una muestra. ¿Cómo se desarrolló tal proyecto?
AR: Desde que Lautaro era muy chico le sacaba fotos. La primera cámara digital que tuve me ayudó a hacer unos juegos de espejos para que pudiera reconocerse porque sacaba la fotografía e instantáneamente tenía la imagen. A Lautaro le diagnosticaron autismo cuando tenía tres años, ahora tiene dieciocho. Y ese trabajo ayudó a que pudiera reconocerse y reconocerse en un entorno. También para que tenga una mirada hacia las cosas. Hice algunas muestras de diferentes trabajos realizados con él. El primero fue Lautaro, el autismo y el agua, que circuló, se expuso en el Borda, en el INADI, en el Banco Ciudad. Era novedosa la conexión autismo y fotografía. Fue pensado como una especie de folletín, fanzine o librito pero no se concretó aunque sí se realizó esa muestra itinerante. Fue un momento muy hermoso, lo recuerdo con mucho cariño. Tengo fotos de esa muestra colgadas en la casa, con Lauti en el agua sonriendo con expresiones y miradas increíbles.
LL: ¿Creés que la fotografía llena algún tipo de vacío? Si es así, ¿qué sustituyen tus imágenes?
AR: Creo que la fotografía es un puente que nos hace viajar en el tiempo. No sé si entre el presente y esa porción de pasado ese puente que se tiende llega a llenar algo. Pero sí es un viaje. A veces la fotografía no solamente trae el momento vivido sino alguna voz, algún olor, alguna sensación. Entonces llena ese vacío que es el lapso del tiempo, tal vez. Mis imágenes apuntan a eso porque es lo que pienso de ellas. Me generan ese puente y me traen un montón de recuerdos, sensaciones, sonidos…
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