Por Efraín Bucler

En estos primeros quince días que cambiaron nuestros mundos, de un día para otro las calles comenzaron a estar desoladas, se desplegó una militarización sobre la sociedad en barrios, rutas y avenidas, los negocios en su mayoría cerraron, las plazas se vaciaron. Las proyecciones eran alarmantes y la información sobre qué hacer para cuidarnos era errática; más allá del lavado de manos no sabíamos si usar el tapabocas estaba bien o no, por ejemplo. La confusión reinaba nuestra cotidianeidad y se percibía hasta en los más mínimos detalles: imposibilidad para concentrarse, dificultad para mantener conversaciones virtuales, sensaciones de frustración por nosotros y por quienes están aún peor que nosotros.

Terminada esta primera fase, ya voy aprendiendo lo que es una pandemia.  Cómo se comportan las personas con y sin poder, los periodistas con y sin poder, los empresarios con y sin poder, los gobiernos con y sin poder. Y también voy aprendiendo que lo único que puede salvarme es mi búnker… y la música.