Entrega VI
Diario de la Pandemia (Segunda Fase)
Por Efraín Bucler
Día 16 – Martes 31 de marzo
Feriado en casa. Compras bajo la lluvia y vuelta a casa para acomodar todo lo antes posible.
“La linealidad del tiempo se suspende”, escucho al entrar. Es un filósofo que habla con un periodista, “las formas del disciplinamiento social necesita un enemigo. Entonces ese enemigo es un virus que espera agazapado en cada elemento de la vida real fuera de casa”. Justo desde donde vengo con las bolsas, pienso y me dispongo a aplicar el protocolo Bucler para limpiar de virus cada cosa que entre a la casa.
Luego, en el mismo canal de noticias reproducen la respuesta del presidente sobre el “Estado de Excepción”.
El Estado de Excepción está a mano de cualquier gobierno, sobre todo en un país con quince millones de personas a punto de no tener para comer, pienso. El Estado de Excepción es el Estado de Sitio, sobrevuela en las ansias de cualquier gobierno, es el acto supremo de un gobierno que muestra su cara real. Todo le pertenece, todos le pertenecemos a un gobierno que decreta el estado de excepción. La producción, el consumo, las opiniones públicas y privadas dependen del presidente que se embiste a sí mismo como un emperador. Las fotografías de los salones presidenciales de San Martín, Rosas, Perón y esos tapan las verdaderas imágenes de sus inspiradores: Julio César, Napoleón, Nerón.
Pienso en eso mientras termina la entrevista de no sé qué periodista al presidente. Discuten los panelistas y dicen que se lo ve preocupado pero firme. Afirman muchas cosas buenas de él y de los gobernadores. Dicen muchas cosas que no comparto y que no puedo compartir con nadie porque reina ese optimismo infundado. Cambio de canal, pero están todos en la misma. Entonces le hago caso a Sergio Maldonado y pongo música.
Escucho: “Igual para todos”, de La Polla Records.
Día 17 – Miércoles 1 de abril
“Me trasladan Efraín. Voy a uno de los hoteles donde alojan a los que llegan del extranjero. Me toca. No sé qué hotel es, pero tengo una bronca y un miedo”, me dice el Doc. El Doc es un médico que hace asistencia psiquiátrica y psicológica también porque es analista. Y como siempre está en contra de Casan, piensa que el director se la está cobrando haciéndolo atender a gente que seguro esta paranoica y tal vez contagiada.
Rompo el distanciamiento social y lo abrazo. Los demás me miran para retarme y no les doy cabida porque el Doc siempre nos da una mano con las recetas y la medicación. Le digo que nos vamos a ver, que cuando me toque salir lo puedo pasar a saludar. Y que la gente en los hoteles está quince días nomás. Se ríe por cortesía. Me recomienda que no afloje porque los delegados hoy día son más esenciales y que no dejemos de pelear por tener todo lo necesario para cuidarnos del Covid 19.
No pasa ni la mitad del día y ya estoy en el vestuario, aburrido y preocupado como todos. Porque hace días que solo cambiamos cables y arreglamos maquinas que no se usan. Y eso, pienso, es un traslado seguro a un hospital con centro Covid. Esas salas con camas de madera de pino y un porta suero, montadas en galpones y pabellones en desuso son los leprosarios modernos. Al fin de la jornada ya estoy cansado de los comentarios de ocasión, de los países y contagios, los muertos y recuperados. Está Casan delante nuestro que nos comenta del traslado del Doc, de manera informal porque no es una reunión. No me sonrío ni hablo porque pienso que las cargadas y bromas las hago con mis compañeros y no con los directores. También pienso que es hora de irse porque termina mi horario de trabajo y mejor me voy a casa.
Este miércoles las calles empiezan a llenarse. Es día de cobro y la gente sale a buscar el mango. Y yo estoy en un colectivo, pienso que son dos de ida y otros dos de vuelta y me pongo el barbijo que no me inmuniza, pero me aleja un poco de la sociedad. Simula la contención del virus como simula el de la canción que voy escuchando en el celular, mientras apuro los pasos para combinar con el otro colectivo que me lleve lo más rápido posible a casa.
Escucho: “El baile de Elvis”, de Las Ligas Menores.
Día 18 – Jueves 2 de abril
Madrugada rara en la autopista porque es un día hábil, pero es también 2 de abril. Las radios que voy escuchando en el auto de ida al trabajo hablan de Malvinas como una aventura loca de la última dictadura militar. Pienso que llevó mucho tiempo mostrar que en realidad se trata de una maniobra de los milicos en lugar de una gesta heroica del pueblo argentino, como todavía algunos lo ven. Mientras tanto, un gendarme me para en el control en Dock Sud. Muestro los papeles de rutina, me saluda y no le respondo el saludo como es mi rutina.
En el trabajo los humores no son los mejores. Circula una comunicación interna del Ministerio de Salud que habla de traslados y comisiones del personal. Y como no nos creen, algunos prefieren hablar mal de la comisión interna en lugar de consultarnos. Llama por teléfono el director Casan y avisa que hay que salir a reparar una máquina de rayos al Hospital Borda. Me quiere chicanear con el descontento de algunos compañeros, pero a esta altura Casan es uno de esos directores que no sabe lo que pasa a dos metros suyo, así que me quedo en silencio unos segundos y corta.
En el hospital los trabajadores están asustados. Saben que es un virus y por ende es controlable. Pero igual tienen un pánico terrible: dice el encargado del sector que la mayoría no quieren venir a trabajar. Arreglo todo lo más rápido posible porque no quiero volver mañana y porque tampoco soy inmortal como para andar todo el tiempo de hospital en hospital en medio de una pandemia. Se me viene la frase “justificando todo, todo el tiempo”, que es la canción de una banda que ya no toca y que necesitamos que vuelva. Aviso en la dirección que está funcionando todo y me voy a cambiar para regresar a casa.
Me doy cuenta que la gente en las calles camina con un ritmo particular, camina como si estuviera haciendo gimnasia, un poco más rápido que lo habitual. Camina apurada y programada de un punto a otro sin distraerse y respetando ese ritmo. Como alienada.
Escucho: “El tecno pop de los trabajadores”, de Hiroshima Dandys.