Entrevista a Walter Lezcano
La realidad incómoda
Walter Lezcano es uno de los referentes más importante de la literatura actual. El escritor, docente y periodista se mete en el mundo de las letras con temas y lenguaje propios para poner en escena existencias marginadas, con voracidad y visión de clase.
Por Martin Silva
Walter Lezcano escribe unas cuantas horas por día, todos los días. Una prepotencia de trabajo que le permite estar a tono con las exigencias y necesidades de un docente, escritor y periodista freelancer en la Argentina actual. Y para publicar, porque por suerte para él y para muchas personas que lo seguimos, hay cerca de cincuenta títulos entre poemarios, libros de cuentos, novelas, relatos, ensayos y biografías que nos permiten entrar en su universo temático narrativo.
Correntino de nacimiento, de Solano por crianza y ahora del barrio de Constitución, Lezcano (Goya, 1979) propone una mirada y una manera de escribir novedosas. No es que la haya inventado pero sí actualizó con temas y estilo la narrativa argentina o, más bien, metropolitana. La Linterna pudo conversar con este verdadero talento de las letras.
La Linterna: Hay en tu obra una serie de temas, que si bien no llegás a inaugurar, al menos los hablás con recurrencia y proximidad. Uno es el conurbano y sus paisajes. Y el otro es lo marginado, no lo marginal sino lo que queda fuera de foco.
Walter Lezcano: Sí, el conurbano y lo marginado están dentro de alguna de las cosas que escribo porque en principio es un territorio sumamente vasto y caótico. Es decir, es un lugar profuso, frondoso, intenso y donde muchísimas realidades están teniendo lugar. Creo que el conurbano es inabarcable pero con las cosas que escribo quiero contar algunas situaciones, contextos, bellezas, personajes que van a conformar ese todo inabarcable. Eso en cuanto al territorio.
Por otro lado, lo marginal me interesa porque me parece que había en la literatura una zona un tanto difusa que no estaba siendo retratada en estos últimos años. Esa zona fantasmal donde había seres que estaban en contacto con la clase media y en contacto con la ilegalidad y el delito. Es esa franja que por ahí -desde afuera- se puede llamar ‘clase media baja’, pero que efectivamente son aquellos resortes que movilizan algunas realidades dentro de la clase media (tal como se conoce dentro de la sociología) pero que también están cercanos a desbarrancar sus vidas. Es decir, una cerveza puede que los lleve a cruzar el límite, a lo irreversible. Es una zona que me gustaba explorar.
Y esta bueno esto de lo marginado porque no siempre se percibe a estos seres que tienen un contexto de trabajar en las sombras y llevar sus existencias en esos lugares, con algunas expectativas de movilidad social, con la confianza en la educación, en la familia, en ciertos valores que provienen de la clase media. Pero también con cierta desconfianza en el sistema, con cierto resentimiento acerca de por qué la vida no se presenta llena de oportunidades y que también por eso están cercanas al mundo de lo ilegal, al mundo del delito, al mundo del crimen.
Son personas que conocí, que transité mucho y con los cuales me juntaba, hablábamos y debatíamos cuál era la mejor vía posible. Y veía que esas voces, esas realidades, no estaban en la literatura y en los textos que me gustaba leer. Entonces decidí incluirlas, a ver qué pasaba.
LL: La música tiene mucha prominencia en tu obra, y entre esta, mundos tan diversos como Él mató a un policía motorizado, Calamaro, Dos Minutos. ¿Forman parte de tu universo o alguno de estos trabajos fue a pedido?
WL: La música no solamente es el motor de mis días en términos reales. Puedo escuchar una canción y sentir que la vida tiene sentido. También en muchos momentos de mi vida me ha salvado, me ha dado un día más de existencia, pude poner un disco y eso me dio fuerzas para poder seguir pensando que tenía algún tipo de valor despertarse al otro día. Así que para es lo más importante para que una vida pueda desarrollarse de forma interesante y atractiva, en un mundo que apuesta cada vez más a la fealdad, a lo horrible, al egoísmo y a la opresión. Viene a tener una materialidad muy potente, muy fuerte y muy literal de cómo combatir la vida real. O el tipo de realidad que te quieren vender las instituciones y los medios de comunicación; viene a darle ese contrapeso, ese refugio, esa especie de dar cuenta de otra cosa. Esa cuestión punk de mostrar que las cosas se pueden hacer de otra manera.
Los libros que escribí sobre música son acerca de bandas que a mí me marcaron. Que me mostraron formas de vidas alternativas a las que conocía, mostraron que ciertas aventuras montadas alrededor de las canciones y formar una banda y salir a tocar eran posibles. Para mí sirvieron de inspiración, compañía y escuela paralela a mi secundaria y a la universidad. Ahí yo encontré un montón de riqueza que no encontraba en ningún otro lado. A los libros sobre El Mató, Calamaro y Dos Minutos se suma un libro sobre The Strokes que se llama El resplandor de la mugre, que va a salir dentro de poco por Indie Libros en formato e-book. Ese primer disco, Is This It, también fue formativo para que pueda sobrellevar el año 2002 en el conurbano: vos te acordás lo que fueron esos años terribles y ese disco me ayudó muchísimo para pudiera posicionarme en un lugar que no fuera el de la tristeza y la desolación y la angustia. También estoy escribiendo un libro sobre Lou Reed.
Jamás hago nada a pedido y las pocas cosas que me piden vienen de parte de editores y editoras con quienes nos conocemos, y sabemos que se puede generar algo atractivo a partir de la escritura. Entonces, me parece que la búsqueda va por ahí: generar el mundo que te interesa habitar y poder habitarlo con la escritura. La música es uno de los géneros más complejos de escribir, de llevar adelante con la escritura. Me parecía un desafío que valía la pena. Tenía ese espíritu de conquistar lo inútil.
LL: Hay algo que aparece a contracorriente en tu trayectoria y es el hecho que, siendo parte de la escena de la literatura y la cultura indie actual, escribiste Luces Calientes que habla de la tragedia de Cromañón, un hecho muy crudo y doloroso para el conurbano y para el rock, pero del cual el mundo del indie actual siempre se despegó a pesar de ser una suerte de piedra fundamental.
WL: Luces calientes fue una carta de amor a mi generación y a mi clase social. Lo que intenté es generar un artificio literario que pudiera dar cuenta de la complejidad de esos años, de la magnitud de la tragedia y de cómo poder seguir después. Quería que tenga intensidad literaria, quería que sea una máquina, un dispositivo literario y que si después eso generaba puentes, links con Cromañón, bueno, valía la pena charlar eso. Pero, en un principio, quería que funcionara literariamente.
Creo que no se puede entender el devenir de nuestra generación, de los que crecimos en los ´90s en lugares olvidados del conurbano sin pensar en esa tragedia. Porque Cromañón no está muy lejos, no es la conquista del desierto. Está todavía enfrente de nuestras narices. Creo que no se puede entender estos años que estamos transitando, incluso a nivel político no se puede entender la existencia del PRO, sin pensar en Cromañón. O sea que tenemos que entender de qué forma una generación fue diezmada, de qué forma nació un nuevo partido político, de qué forma nos relacionamos con las tragedias públicas en un país como Argentina. También me parecía extraño que la literatura no la hubiera abordado desde ningún lugar y creo que efectivamente tiene que ver con una marca clasista de la escritura en Argentina, o por lo menos en Buenos Aires, o por lo menos en Capital Federal.
Entonces, también quería pensar literariamente qué pasaba con esta tragedia. Y ahí fue la ambición y las ganas de poder comprender un poco eso. Porque también quería contemplar qué había debajo de esos números, debajo de todo lo que habían dicho los medios de comunicación, de los especiales de tele, de los especiales en las revistas. Y lo quise hacer a partir de la literatura.
LL: ¿Cómo llega una persona a hacer su propio camino de referencia literaria, musical o artística cuando eso no tiene que ver con el entorno inmediato?
WL: Creo que hay una palabra que funciona a nivel íntimo, público y político que es el deseo. En estos momentos, esa palabra tiene perfil de muchos niveles de sentido. Primero hay que ver dónde tiene uno puesto el deseo y después cuáles son las cosas que quiere cambiar y de qué forma puede intervenir en esos territorios. A mí la lectura me impactó desde muy pequeño. La leyenda familiar que me dice mi vieja es que aprendí a leer antes de entrar al colegio: a los cuatro años leía sólo, según me cuenta ella. Y desde ese momento encontré algo para toda la vida, no tuve un sueño de ser algo más que tocar en una banda de punk rock o dedicar mi vida a la lectura y la escritura, esos fueron mis dos únicos planes. No tenía ninguna otra cosa que me interesara ser, fue una especie de inclinación natural.
Desde que empecé a leer, la lectura fue un mundo que se fue acrecentando cada vez más porque también siento que la vida de los lectores es la vida más hermosa que existe, siempre hay un libro que hay que leer, siempre hay un libro que hay que comprender, siempre hay un libro al que hay que volver. Entonces, la decantación con la escritura fue un tanto orgánica. Me voy dando cuenta de la relación que tengo con la lectura y la escritura y el deseo está muy presente ahí.
LL: A partir de tus artículos vas conociendo muchos autores, escritores, muchas personas que escriben. ¿Podrías recomendar alguna de ellas que te haya llamado la atención en este último tiempo?
WL: Estuve haciendo una serie de textos sobe Vicente Luy, Ioshua y José Sbarra. Creo que hay algo único en estos tres poetas, se corren un poco de la herencia de los ´90s y aportan algo nuevo a la poesía argentina. Me parece que es una forma de acceder a un tipo de literatura que puede aportar algo nuevo para estos años. Y creo que lo están haciendo y son nombres que están circulando mucho dentro de lo que pasa con la gente joven.
LL: ¿Cómo es tu rutina de trabajo? ¿Cambió en algo a partir de la pandemia?
WL: Trato de no tener una rutina en un sentido capitalista. No quiero ser el empleado del mes de nadie ni de nada. Trabajo desde los trece años y trato de vincularme con la lectura y la escritura de un modo más erótico, más sensual, más atractivo en cuanto a generar placer. Pero un placer intenso, complejo y difícil. Quiero relacionarme desde ese lugar y no pensar en términos de rutina. Tuve la suerte de poder armar mi vida, incluso económica, alrededor de la lectura y escritura.
Siento que es parte de un flujo creativo que quiero aprovechar, que pueda seguir circulando dentro de las distintas cosas que hago. Entonces, quiero mantenerlo como dentro de una zona de bondad, de entrega, de belleza, de exploración y de búsqueda de la experiencia. Así que siempre trato de ir en contra de la rutina y trato de mantenerme en contacto todo el tiempo con esas otras cosas, como planteaba Saer, “estar en zona”.