Discos Adrián Cayetano Paoletti – En la ruta del árbol, en busca de la canción perfecta (reedición 2020)

A más dos décadas, podemos ver el disco en retrospectiva y entender la importancia que tuvo en la impronta del indie que se fue gestando a partir del 2000. Paoletti es inspirador y referente por excelencia de muchas bandas de la escena actual que lo celebran por su carrera dentro de la independencia y lo que conocemos como “low-fi”.

Por Carolina Figueredo

Hay personas que se toman su tiempo. Que no corren detrás de la productividad que impone el sistema, incluso en lo que atañe a su desempeño artístico. Así lo ha demostrado Adrián C. Paoletti quien respetó sus propios plazos: entre Paciencia (1995) y Me gustaba más cuando me querías (2017) editó siete trabajos y entre las ediciones de Soy Yo Por Ahora (2000) y Casa Rodante (2011) pasaron once años en los que se dedicó a estudiar, graduarse de abogado y a su familia.

Al cumplirse el veinte aniversario de En la ruta del árbol, en busca de la canción perfecta (1998) estaba previsto sacar una reedición que tardó tres años en terminarse. A esta altura de su transcurrir por el sendero musical, Paoletti puede permitirse que la espera brote por entre su consabida serenidad porque ese tiempo bien habrá valido la pena.

El pasado 15 de mayo, en plena crisis psico-social y como un aliciente de toda la situación que nos rodea, se realizó el lanzamiento a través de las plataformas de streaming. La idea era sacar una reedición particular: todos los temas son versiones de otros artistas, grupos o solistas, que le profesan admiración y cariño. Ale Schuster, El Príncipe Idiota, 107 Faunos, Antolín, Ex Colorado, Atrás hay Truenos, Srta Trueno Negro, entre otros, son de la partida junto a compañeros de generación que supieron compartir la movida autogestiva como Gori, Manza Esaín o Yuli Acri.

La atemporalidad musical de aquel álbum con raigambre folkie que se junta con otras estéticas herederas del rock guitarrero genera para cada composición una identidad propia. Ahora, cada grupo o artista la hace suya y deja una marca personal. Pero ¿qué sería de esa esencia si Paoletti no hubiera pasado por sus vidas e influenciado como lo efectivamente lo hizo?

La seguidilla de los tracks es un orden que desordena la estructura in crescendo del trabajo de origen donde temas acústicos y de asiento pop-folk transitan hacia otras sonoridades orquestales para terminar con las más clásicamente rockeras, entre conceptos melódicos sólidos y con intervenciones de 2 a 3 minutos que interpelan a la vida misma desde una poética entre sublime y tosca, apasionada y calma, fraternal y romántica, trascendental o terrenal. En esta nueva versión los temas más eléctricos suenan al principio y las armonías se van suavizando hacia el final.

Es así como el disco abre con “Percance”, justo el tema que aparece en la mitad del trabajo original, una obra que contenía veinticuatro piezas. Javi Punga mantiene los juegos de punteos y el espíritu efímero del original. Ale Schuster, cantante de Viva Elástico, con su voz de crooner y base marcial aumenta la sensación de desencuentro a “Impares”, uno de los temas más bellos de la carrera del artista homenajeado. No necesita mucho más que una base bajo-batería mantenida a lo largo del tema y guitarras acá y allá para dejar la vara alta. Antolín recoge el guante y dignifica la suavidad pop en “Aniversario”, que le calza de maravillas. “El uranio es nuestro metal, nada nos ha de faltar”: curiosa y recordada rima para celebrar el triunfo del amor cobra en la voz del músico platense una delicadeza que, tal vez, carecía la versión primigenia.

“La llave”, que originalmente era una explosión de drama y guitarras en dosis iguales, toma con El Príncipe Idiota un sendero reposado, con un cantar tranquilo y plagado de sutiles sintetizadores y celestiales coros. En “Canción de Julio Verne” los Atrás hay Truenos confeccionan casi una nueva canción mezclando suaves acordes de guitarras con bases electrónicas también por la vía de lo apacible.

Gori (líder de Fantasmagoria y ex Fun People) toma una sensibilidad folkie en “Hay una calle con tu nombre”. El final con el gong le da paso Filo,Rafo,Balzarotti y quizás la traducción más extraña de un track de En la ruta del árbol…“Recompensa” es tal vez una de las canciones más conocidas de la trayectoria de Paoletti con esa historia del viejo que se mece y la mecedora que envejece. Aquí se exotiza aún más con las voces cavernosas y las sonoridades graves y tecno-sosegadas.

Los Objetos Inanimados ft. Agustina Bécares vuelve a poner las cosas en el terreno de lo conocido con “Sueño eterno” y una versión power-pop con guitarras que suben y bajan en forma espiralada formando varias capas de sencillas estructuras que son la impronta de Paoletti. Falso final a toda orquesta y segunda vuelta aún más intensa, aplaudimos esta versión. Los 107 Faunos demuestran en “Contemplar” que su naturaleza se deba probablemente a la enorme influencia que el artista montegrandino ejerció sobre ellos desde un principio. Falencias musicales para mostrar su verdadero interés: letras atractivas y poéticas. Srta. Trueno Negro ejecuta “Te” sobre el desprendimiento y entrega que significa una guitarra y una voz como todo instrumental. Reno apuesta en “Vamos” a una experimentación con efectos sobre una viola acústica mostrando las diferentes texturas que puede contener una canción.

Mariano “Manza” Esaín toma “Monstruos” y la provee de su particular estilo, con arreglos exquisitos propios de un productor experimentado. Lucas Finocchi incorpora a “No hay mal” en la tradición de lo que podemos llamar el tradicional rock nacional. El poeta Francisco Garamona, haciendo gala del título de la canción, despoja a “Aprender es robar” de su originalidad y transforma el aura de la canción rock pop de peculiar estructura en una distinguida milonga.

Valentina Maurino construye increíblemente una delicada pieza orquestal en los 2´18” que dura “Fuccia”. Yuli Acri emprende la misma senda instrumental en “Hotel Robado”. Los Cerros con “Iberia” llevan esa orquestación hacia algo más tecno-barroco y emotivo constituyendo una tríada más que disfrutable en menos de siete minutos.

Ex-Colorado y su dreamy krautrock recrea la esencia cándida de “El Remanso” con suma precisión. Shit cambia la guitarra en escala-bajo-batería de “Ciempiés” por un beat electrónico bailable y alienado. Con “Anahí”, Federico Durand redefine la canción de modo completo y cierra el disco homenaje con un loop sostenido épicamente durante todo el track. Gran manera de cerrar el álbum.

Este disco, que supo ser el trabajo más reconocido en la trayectoria de Adrián Paoletti, nos muestra hasta dónde llegó la autogestión. Siempre moviéndose por fuera del mainstream, en los márgenes, construyó un séquito de admiradores e influenciados por sus melodías y su poética atemporal, de cierto aire inocente.

Un aura early 2000 queda dando vueltas por el éter. Si bien cada artista interpreta los temas de En la ruta del árbol, en busca de la canción perfecta con su sonido propio, queda claro que ese sonido no se aleja del espíritu fundacional de Paoletti: el disco puede leerse como uno del cantautor de Monte Grande sin mayores dificultades.

Muchos de los artistas que participan de este esfuerzo pueden hacer gala de su virtuosismo, tal vez. Característica que quizás le falte a Paoletti a la hora de tocar o cantar, pero ¿importa realmente a esta altura? Si lo que ha hecho el cantautor es influenciar al menos dos generaciones de músicos mientras sigue en la búsqueda honesta de la canción perfecta, sin regirse por la ultra velocidad y las tendencias imperantes en el negocio musical, y le estamos muy agradecidos por eso.

PD: la reseña de este disco comenzó a realizarse antes de que conociera la muerte de Rosario Bléfari, quien junto a su banda Suárez compartiera muchas fechas con Adrián Paoletti allá en los lejanos 90s. Compañeros de ruta, de búsqueda artística y de territorio (zona sur del GBA), no deja de ser curioso que todas aquellas bandas que participaron de esta reedición también fueron atravesadas sonora y emocionalmente por Suárez y especialmente por el arte de Bléfari. Esa autogestión, independencia y libertad a la hora de crear y pensarse como expresión artística fue indefectiblemente marcada por el posicionamiento en los lugares del margen que fundaron estos artífices de la movida under desde sus inicios.

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