Homenaje a Rosario Bléfari Réquiem a la humildad

Entre la celebración por la obra que nos dejó y la gran persona que fue, por un lado, y la tristeza por la partida más el vacío que nos deja a varias generaciones, por el otro. Adolescencia y juventud perdidas hoy derraman lágrimas en medio de ambas sensaciones.

Por Carolina Figueredo

Hay una regla tácita en el periodismo que indica que nunca se debe escribir una nota en primera persona, no al menos si sos alguien recién iniciado en el mundo de los medios o no reconocido. Vamos a hacer de cuenta que esta no es una nota sino un homenaje, una historia de cómo una artista trascendió el escenario para convertirse en un ser muy querido y cercano. Porque, ¿de qué manera relatar la importancia que tuvo, tiene y tendrá Rosario Bléfari para la música independiente local y para la vida de quienes la conocimos y admiramos? ¿Cómo contar este dolor para que sane?

Así que permítanme la osadía.

En los 90s, en algunas partes del conurbano no teníamos MTV y el cable nos proporcionaba Much Music como opción musical. Los viernes por la noche un personaje verborrágico y vistoso llamado Gary Castro conducía City Limits. Por medio de ese programa conocimos un mundo nuevo, la movida alternativa, hermana más variopinta del crudo grunge. Bandas internacionales y sus correlatos locales desfilaban con videos estilo radio college estadounidense o Madchester. Sin embargo, un grupo se diferenciaba del resto. Por singulares, por misteriosos, por mezclar musicalidad híper distorsionada con melodías exóticas. Se llamaban Suárez y en el video de su canción “Morirían” Rosario Bléfari cantaba y gritaba con dosis de dulzura y fortaleza por partes iguales.

Muy pronto vinieron los festivales City Limits en Cemento y tres mil “alternativos” copando la parada a los próceres del punk y el metal. Mis primeros permisos para salir los utilicé para ir a esas fechas.

Un tiempo después vimos a Suárez en el auditorio de C. C. Recoleta. Fue de una intensidad tan opresiva, tan experimental. Nos dimos cuenta que no se parecían en nada a sus compañeros generacionales de la “movida sónica”. Habíamos sido engañados, enhorabuena. Si bien compartían un modo de hacer las cosas, la independencia, no había correlato en considerar a todas esas bandas dentro de un mismo “género”.

Recuerdo un recital en La Luna, Cabrera y Medrano. Lo vimos anunciado en el Sí! de Clarín, medio por el cual te enterabas de las fechas de ese fin de semana. Con mi hermana decidimos ir. No compartimos muchas salidas con ella en nuestra historia familiar pero la pasamos muy bien esa noche. Llegamos temprano, a la hora indicada en el aviso. Rosario nos vio en la puerta y con su voz suave nos dijo “Chicas, ¿vienen al reci? En el diario dice a las diez pero hasta las doce no va a empezar. Disculpen. Igual voy a tratar de que entren lo más pronto posible”. El show se dividía en tres partes: Adrián Paoletti en formato acústico, luego Suárez, después Paoletti eléctrico con toda su banda. Al regreso, caminamos casi cuarenta cuadras por Córdoba y compramos flores: ya era domingo y era el día de la madre.

El del Teatro Santa María también fue un show fascinante. Nuevamente con Paoletti, quien grabó esa noche el video para “Recompensa”. Con una cara imposible de niña, aparezco entre los asistentes en uno de los paneos del video. Suárez descolló esa velada, todos vestidos de traje y Rosario con un vestido hermoso. Rememoraba al video de la versión de “Superstar” de Sonic Youth, con esa presencia elegante y brillante. Suárez eran nuestros Sonic Youth en algún sentido. Ese concepto de experimental jet set trash and no star latente.

Un show en la Alianza Francesa que oímos desde el hall porque se había colmado la capacidad tratando de hacer silencio para poder escuchar algo…

Siempre creí que podés tener toda la técnica del mundo, años de estudio en conservatorios y demás pero si no llegás al corazón de quien escucha, de nada vale. El estremecimiento que produce escuchar a Rosario, que apenas parece esforzarse, se prolonga hasta acariciarnos el alma.

El día del Festival Argentina Vivo en el Club Hípico hacía un calor tremendo. Fuimos con mis amigos y amigas del barrio en colectivo hasta Retiro y de ahí a patear. Febrero de 2001, plena crisis, las monedas no alcanzaban ni para colarse en el transporte público. El agua fría que llevamos en botellas plásticas se calentó al toque. Alguno o alguna con botella térmica y buena voluntad nos convidaba de vez en cuando. Se vivía un clima raro. Era hermoso poder ver a esos artistas todos juntos y gratis y a la vez el humor social era atroz, pre-explosivo. Rosario con su panza de embarazo súper avanzado dio cátedra de lo que muchos años después sería consigna: mi cuerpo, mi decisión. Pero en ese momento fue hasta “escandaloso”, no por puritanismo si no por una falsa creencia de que eso le haría mal a ella y a la bebé. La autodeterminación y la libertad en su máxima expresión.

La independencia siguió marcando su forma de hacer y no la abandonó cuando emprendió la carrera solista, ni cuando actuó en películas como Silvia Prieto o cuando editó libros de poesía. Siempre al margen del mainstream, al margen del sistema establecido, Rosario también fue actriz, escritora, artista plástica y docente. Y, además, buena persona.

Su obra fue gigante (cuesta hablar en pasado) y destelló en cada rama artística que se propuso incursionar. Tenía una presencia magnética, una sonrisa hipnótica y una dulzura lumínica. Construía de cuestiones banales los asombros más interesantes de oír. Su poética es única y su interpretación de una creación mágica y conmovedora.

Me puse muy contenta al momento que se publicó el proyecto Sue Mon Mont. Con Tifa Rex, Marcos Díaz y Gustavo Monsalvo, todas personas que quiero un montón. La banda sonaba increíble y el disco es un susurro en mi casa bastante seguido.

Cuando se anunció el estreno del documental Entre Dos Luces, que retrata los años de Suárez, para el Festival de Cine de Mar del Plata en 2015 se comunicó paralelamente que la banda se reuniría para dar un recital especial como motivo de celebración del largometraje. Hubo un consenso generalizado (dentro de los nostálgicos como yo y de quienes vivenciaron al grupo como un mito) de que sería EL evento del año. Y no era para menos. Separados en 2001, se juntaban catorce años después para un único show. No tenía guita y, charlando con mi mamá, me aconsejó: “Hacé el esfuerzo, si no te vas a arrepentir”. Fui con unos amigos en auto y mi vieja me prestó plata para el micro de vuelta. Me alojé en un hostal encantador y económico. Fui a visitar a mi amigo Chary de Loquero. Fue mejor que si lo hubiese soñado. El recital se dio en una carpa enorme con salida a la explanada. Ahí estaba con los integrantes de Él Mató a un Policía Motorizado cuando Rosario se acercó a saludar y agradecer humildemente por haber viajado hasta allá.

Unos años antes, cuando formaba parte de una banda de Laptra en La Plata, la invitamos a tocar en el Centro Cultural Dardo Rocha. Aceptó sin más, sencilla como era. En una especie de backstage, estuvimos hablando entre la prueba de sonido y la hora del show. Charlamos de los estudios universitarios, en ese entonces yo había dejado la carrera de Periodismo por problemas de salud. Mientras el público iba llenando el auditorio, en la intimidad de la conversación le conté que tenía algunas cosas escritas, perfiles que habían sido aceptados en el No de Página/12 y luego cajoneados. Me estimuló a que siguiera escribiendo y a que presentara esos perfiles en otros lados. No lo hice por inseguridades, pero hoy en día estoy en medio de un proyecto literario ambicioso en el que no me hubiese embarcado nunca de no haber sido por aquella charla que desinteresadamente me brindó.

Espero algún día estar a la altura de tus expectativas Rosario, porque me diste el empujón que necesitaba en el momento justo. Leo que muchas personas coinciden en utilizar la palabra “luminosa”; adhiero, por supuesto, a ese concepto. Y gracias por todo, fuiste la guía y el abrigo de una generación y de otra y de otra.

Fotografía de portada: Candela Gallo
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