Entrega XI Diario de la Pandemia

Por Efraín Bucler

Día 32 – Jueves 16 de abril

Día perdido en la ciudad. Todos se preparan para aprovechar que levantaron restricciones con las obras públicas, los bancos comenzaron a atender con turnos y los talleres mecánicos y las gomerías retomaron su actividad. Mi trabajo sigue igual, eso me cansa, y en casa no logro concentrarme en libros, ni discos, ni series. Así es imposible toda actividad. La falta de descanso hace mella y claramente me provoca mal humor. Pienso que el miedo, el temor o el pánico hacen su trabajo silencioso en mi mente. Y que esas malas formas de contestar o los olvidos son como la punta del iceberg que plantean los cuentos de Ernest Hemingway.

Escucho: “For whom the bell tolls” de Metallica.

Día 33 – Viernes 17 de abril

A partir de la semana que viene empezamos a descansar un día extra. Eso nos avisa el director Casan y lo dice como si con esta medida nos estuviese resolviendo la vida. Le decimos que en realidad hay que descansar dos o tres días más. Porque la cantidad de trabajo que hay se resuelve igual y porque no hay que correr riesgo de contagio. Pero eso es imposible para Casan porque hay compromiso con la salud pública, dice.

Y dice otras cosas más y empieza con su discurso y ya no quiero escucharlo más, así que tomo el celular y aviso que tengo una llamada importante. Casan me pregunta si hay algo más importante que esta situación y le contesto que muchas. Salgo para el vestuario y me quedo pensando en nada hasta que se haga la hora de salida. 

En casa la familia me salva una vez más de tanta tensión y me siento a comer algo rico.

Escucho: “Under pressure” de Queen.

https://www.youtube.com/watch?v=YoDh_gHDvkk

Día 34 – Sábado 18 de abril

Se me pasó la hora y corro a abrir la compu para sumarme a la reunión de delegados. El Viejo se queja pero es el que mejor semblante tiene en la pantalla. Dice que si nos dan un día libre extra es porque se viene lo peor. Le contesto que para lo peor falta, porque tenemos muy pocos contagiados. Me replica que de ahora en más entramos en fase de pandemia real y fatal.

Y el resto concuerda con él. Pero me parece que más por temores propios que por información y análisis. Es que las imágenes de otros países de cuerpos y cuerpos acumulados en las morgues y las fosas comunes, los cajones cargados en camiones frigoríficos, todo configura un futuro nefasto para nosotros. Como en el cuento de Arlt donde el padre le dice a su hijo que se portó mal y que lo va a castigar al día siguiente y el chico no duerme en toda la noche esperando que no amanezca. Así estamos, pienso, esperando una catástrofe que va a llegar. Y los sabemos.

Me voy despidiendo porque a pesar que ya están habilitadas para abrir librerías e insumos informáticos, los negocios en mi barrio cierran a apenas pasadas las 18 hs. Camino al mercado y pienso en los miles de víctimas que pronosticaron en la reunión. Me amarga saber que algo muy malo va a pasar y no poder hacer nada, como tampoco con la desesperanza y el desgano que a veces me invaden. Hago la fila y me toca entrar. Un asistente me coloca alcohol en las manos y me hace dejar las bolsas en el locker. Pienso que esta es una especie de nueva normalidad y que el mundo es cada vez peor, al menos para nosotros, los mortales.

Escucho: “Losing my religion” de REM.

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