Entrega XII Diario de la Pandemia

Por Efraín Bucler

Día 35 – Domingo 19 de abril

“La necesidad hace al hereje”, dice el dicho y tal cual. Aparentemente cada uno se las va a arreglar solo y como pueda durante esta pandemia, pienso. Me conecto al mediodía para la reunión por Zoom pero se ve que todos tienen sus prioridades más allá de la familia. A esta altura de la pandemia las videollamadas son como un insumo más, aunque a veces no haya ánimo para hablar. Por eso pienso que no debo forzar los procesos, que en algún momento podré hablar con la familia. Y también que hay otras formas de familia más allá de lo estrictamente vincular. Pero igual me queda la sensación amarga por no hablar con alguno de mis hermanos y mi madre.

En definitiva, la familia que construí, lejos de la casa de mis padres y hermanos me alberga y refugia, me cobija y contiene. Y me cuida durante esta cuarentena. Ya no tengo más tiempo porque se viene el atardecer por las ventanas. Desconecto el auricular y el cargador de la notebook y queda sonando la canción del CD puesto.

Escucho: “A Tres colores” de Las Ligas Menores.

Día 36 – Lunes 20 de abril

Salgo un poco más tarde y dormido para capital. Aquí no hay nada de qué preocuparse, parece. La cantidad de contagios son pocos, incluso hay zonas del país con cero casos. Lo que está haciendo estragos es la economía. Esta semana hay ollas populares por todos lados. Pienso que la presión sobre las cabezas de la gente que está sin laburo debe ser terrible, porque si yo estoy mal que tengo un sueldo fijo, los que viven de changas deben estar desesperados.

Un poco retrasado también, llego a la reunión de delegados. Hay que tratar el tema del homenaje por la represión en el Hospital Borda. Hay que mandar adhesiones y un comunicado, tal vez, y ver si dos compañeros pueden acercarse. Igual, la invitación todavía no llegó porque los gremios no quieren actos. Le quieren hacer caso a Alberto Fernández y terminan haciéndole caso a Larreta, pienso.

El Viejo vuelve a cargar contra la dirigencia sindical: “durante este mes nos dejaron solos y ahora quieren decidir por los compañeros, quieren decir cómo hay que hacer las cosas”. Reúno los papelitos sueltos para armar un comunicado y adhesión y me los llevo al morral en el vestuario. De paso, espero ahí fumando un pucho hasta que se hace la hora de salir, contento porque ya tengo la idea de cómo hacerlos y entonces al fin tengo un lunes productivo.

Recuerdo algunos flashes de ese día de la represión. Las caras, los gestos de los canas, la máquina esa tirando abajo el Taller Protegido. No recuerdo cuando volvimos ese día, solo que eran las tres de la tarde y estábamos con Jorgito en el auto esperando al Viejo que no paraba de hablar con gente.

El regreso a casa es contrariado porque tengo que volver a salir para las compras. Y eso implica activar la imaginación porque, simplemente, no hay plata. Pienso que no hay problemas en tomar mates y ver una serie o leer algo hasta que venga el sueño que nos lleve a otro día. Y así otro día más hasta conseguir algo de guita o cobrar.

Escucho: “Más o menos bien” de Él Mató a un policía motorizado.

Día 37 – Martes 21 de abril

Prueba de fuego para el equipo de trabajo. Nos espera el Hospital Piñero para arreglar “algo” en la Sala de Traumatología. Este lugar tiene una mesa especial para poder operar personas obesas. Esa mesa, con algunos aparatos y sensores conectados es el famoso “algo” que reparar. Por suerte ahí está con nosotros Marcelo, o Marce, un médico que conozco hace años y que le gusta la música y que tiene su banda de rock, Pedazos, que alguna vez fui a ver. Y es una suerte porque el trabajo es complicado y con Jorgito tardamos más de lo esperado y como Marce siempre tiene buena música, todo es más ameno.

Los hospitales tienen una rigidez para el trato con los que venimos desde el ‘afuera’, más aún con las medidas de bioseguridad. Pienso que esta pandemia nos transforma a todos en posibles víctimas y victimarios. A pesar de los guantes de látex y las máscara que se empaña todo el tiempo, terminamos al fin y guardo las herramientas mientras Jorgito hace firmar los papeles con el encargado del Servicio. Vamos saliendo mientras suena una canción que acompañó varios años de mi vida y que me parece un himno en estos tiempos en que cada persona que camina por la vereda o entra por una puerta es una amenaza.

Escucho: “Come as You are” de Nirvana.

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