Entrevista - Luludot Viento “Siempre voy a ser una respuesta al presente”

Poeta, tallerista, música, performer, docente, artista plástica, involucrada en el feminismo y las disidencias y militante de la independencia y autogestión, la Rusa fluye entre diferentes identidades, diversas pieles. Y comparte sus reflexiones

Por Carolina Figueredo

“Mi escudo tiene un corazón para enfrentar tanto dolor”, reza un verso de una canción punk rock de un grupo marplatense. Dar vuelta una imagen, el del guerrero o guerrera con un armazón que le cuida el cuerpo, para reflejar que se puede ir al frente con los sentimientos en alto, romper los miedos y combatir así las penurias de esta vida. Resignificar el dolor, algo para lo que no todo el mundo está listo. Reconocer la oscuridad para poder percibir la luz. Entender que la belleza es algo distinto a lo que nos hicieron creer.

Por ese camino deambula ella. Poeta, tallerista, música, performer, docente, artista plástica, involucrada en el feminismo y las disidencias y militante de la independencia y autogestión, la Rusa fluye entre diferentes identidades, diversas pieles. Muta entre varios nombres según estados de conciencia y rompe con los géneros preestablecidos: ni esto ni aquello y todo a la vez. Entonces la conocemos como la Rusa de Los Rusxs Hijxs de Putx, La Piba Berreta, Luludot Viento y sus encarnaciones en nuevos proyectos como Hiena (con Flor Mazzone, baterista de Lxs Rusxs), o dúos temporales como Ruina, un proyecto de performance, música y poesía con su coterránea Nadia Sandrone, o la canción y video que sacó con su amiga Pielcitta en el contexto de confinamiento. Porque la cuestión de las etiquetas no solamente puede resultar controversial sino también condicionante.

“A veces siento licor en toda la casa. Busco pasar el tiempo. Los momentos de lucidez se me escapan por el horizonte. Entiendo que no todo lo bueno es bueno y no todo lo malo es malo. No estoy enamorada. No estoy decepcionada. No estoy ilusionada. Me hice un juego de living con ladrillos abandonados en la terraza para mis amigues imaginaries. Y me siento a ver el sol como se escurre, como pasan los días. Me gusta espiar por las ventanas, me gusta descubrir a las personas sin los escudos levantados. A veces me quedo con mi primito Lucio de muy poquitos 4 años. Pasar tiempo con él me hace reconocer cuan reprimida estoy, cuan afectada, cuan inducida, cuan influenciada, cuánto me han quitado la pureza para convertirme en una máquina respuesta tonta asegurada. Veo todas las cosas que me enseñaron, y que yo asumí sin otra posibilidad como, por ejemplo, que al pájaro hay que decirle pájaro, y de ahí cada vez más profundo. También veo como nos han enseñado a lidiar con el peligro, ocultándonos de él, diciendo ΄esto no porque es peligroso΄. Soy una chica rubia, alcohólica, de clase media, que deambula entre la promiscuidad y el celibato y no cree en la democracia. Al momento jamás fui detenida aunque he robado teniendo al lado a un policía. No es una hazaña, se llama privilegio. Tengo muchísimos privilegios en este mundo nefasto y cruel. No es que los merezca, es portación de cara. Hasta el momento no me siento a gusto detrás de ninguna bandera de nada”.

Establecida en Zárate, ciudad que la vio nacer y crecer hasta que decidió irse a Buenos Aires a estudiar teatro y música, esta vida a veces circular la encuentra mirando los atardeceres desde la terraza de su casa, viendo el río a lo lejos y pensando en cómo las obras de relleno en los humedales están haciendo desaparecer muchas especies animales y vegetales y poniendo en peligro a las futuras generaciones del lugar que no contarán con un filtro y un pulmón tan necesario (y en esto nos emparenta a la situación que padecemos en zona sur con los humedales de Hudson en pos de negocios inmobiliarios).  

Agotó la décima edición de su poemario Poesía Nuclear (2017), hecho artesanalmente de principio a fin. Reversiona clásicos del rock y del pop con su acústica y los comparte en sus redes. Sube otras versiones de sus canciones más descarnadamente punk, de amor y desamor, de depresiones y de posicionamientos antiautoritarios. Trabaja obras en acrílico. Dicta talleres a distancia, algo que la llena de energía. Asimismo, es crítica con la idea de la productividad en épocas de pandemia y la presión sobre el “tiempo libre”.

“Tengo agendas y calendarios donde trato de organizarme, donde hago listas con ΄cosas΄ que tengo que hacer. Cosas que jamás puedo hacer en un orden. Me hago mapas mentales que no debo olvidarme, una inocente insistencia cotidiana de mis voluntades para tener algo que decirme cada vez que me detengo a mitad de camino y me digo ΄ey, pará, ¿qué estaba viniendo a buscar acá?΄ Cuando me preguntan qué hago, me gusta decir ΄Nada΄. Hacer algo, siempre eso, ¿por qué? ¿Por qué siempre hacer algo? ¿Sino qué? ¿Qué pasa cuando no hacemos nada? Hasta el momento, solo hago cosas, como si ΄hacer΄ fuera el volante de algo que podría llamar vida, más no existencia. La existencia no tiene volante. Prefiero el corto plazo. Aunque sé también la importancia de plantar árboles. Sé también de malos tratos, de la poca paciencia, de la insistencia, de la dependencia, de la coexistencia. Todas las cosas que hago creo en verdad que ellas me hacen a mí. El tiempo, como noción, nos obliga a ver las relaciones de las cosas en un solo sentido, que es el de la productividad. ¿Para qué sirve lo que estoy haciendo? ¿Se vende? ¿Se come? ¿Cuándo funciona mejor una persona? ¿Por qué funcionan las personas? ¿Por qué funcionar? En verdad creo que me mueva por donde me mueva, me escape donde me escape, me pierda con quien me pierda, siempre voy a ser esto, una respuesta al presente. La música es recurrente afluente en mí, me van a ver sonreír al sol con la cara al viento disfrutando del silencio como si fuera una sinfonía. Puedo ir a donde sea, que todo lo que necesito está conmigo. Y cuando yo muera, que es un tema que me interesa mucho, va a seguir conmigo. Siempre o casi siempre hablo de mí. Más de lo que me interesa, pero es una de las cosas que me metieron en la cabeza. No sé quién. No entiendo aun donde está el centro de toda esta cuestión, si es que hay un centro de gravedad, que nos tiene persiguiendo a todes una misma cosa que no sabemos qué es”.

Dijo Nick Cave: “el artista que rehúsa explorar las regiones más oscuras del corazón nunca será capaz de escribir convincentemente acerca de la maravilla, la magia y el disfrute del amor… al igual que no se puede confiar en la bondad al menos que haya respirado el mismo aire que el diablo”. Atravesar el dolor, el desamor, las penas cotidianas no está mal en sí mismo. Es un desafío en este sistema capitalista que nos quiere siempre de buen humor, sonriente y listo para producir. Vivir el presente y disfrutarlo en toda su extensión se presenta como demasiado complejo porque se cae en el peligro de proyectar en un futuro que nunca llega o vivir atrapado en un pasado del que no se puede zafar. Y sin embargo la norma exige gente “exitosa” constantemente. Esa es la presión que tenemos sobre nuestros hombros toda la vida.

A pesar de todo esto, la Rusa insiste en que la música es liberación como también lo es el silencio. El disfrute de escuchar la nada en la terraza o en las calles por la noche, el silencio como voz primera y última del deseo. Así como el gozo de la auto-compañía, en contraste con la mala prensa que tiene la soledad. Abrir en el cuerpo propio una puerta por la que dejar salir y buscar todo.

“La sensación de conocer algo nuevo, que antes no habíamos conocido, música nueva, gente nueva, lugares nuevos, sabores nuevos, saberes nuevos, la sensación de volver a nuestra casa después de mucho tiempo de viaje, siempre saber que puedo estropearlo todo, sea como sea, lo único que tengo, es esto que soy. Por eso soy un montón de personas, soy precisamente lo que me rodea ahora. Y lo que me rodea ahora también es el pasado que nos inventamos y el futuro que anhelamos, nuestros anhelos son nuestro presente. Y nuestra historia es un discurso inventado repetido de memoria. Disfruto de los procesos de todo, no tanto de los resultados. Los resultados me dan nostalgia, son como cadáveres. Luna que se quiebra sobre la tiniebla de mi soledad. Absolutamente soy una respuesta a todo lo que me rodea, pensamientos, personas, calles, sensaciones, y eso es lo que me hace precisamente saber que no soy una unidad, un ser solo, uno. No, no soy un individuo, soy un montón de todo. Cada cosa tiene su ritmo, su voluntad, entonces somos coexistencia. Acá vine a pasar el tiempo, a vivir. Me entretengo. Nada de lo que soy o hago es relevante, ni clave, ni importante, ni imprescindible, ni siquiera soy dueña de mis pensamientos, ya que son inducidos, ¿entonces?”

En estos tiempos convulsos de revisión interior, de deconstrucción, desaprendizaje de enseñanzas vetustas y ejercitación en valores más sanos y empáticos, el espejo puede devolvernos una imagen rota de nuestros pensamientos y temores más íntimos. La Rusa aplica con total honestidad una frase que podría ser tatuaje: “Ser feliz es una exigencia que no es mía”. Y desde ese verso, desde ese poema, nos está haciendo una entrega máxima de amor, aprendiendo a su vez algo que seguramente a ella la hace más fuerte. Darse la posibilidad de doler, de sanar, de morir, de renacer, de hundirse y sumergir una y otra vez hasta que las heridas estén curadas, hasta que los ojos puedan mirar diferente.

“Casi todos los objetos materiales que tengo son regalos, donaciones de personas que ya no usan y me lo regalan, porque al parecer, yo nunca tengo, a mí siempre me falta, yo nunca alcanzo. Así que soy un buen depósito para la gente que siente culpa de descartar cosas, o lo que sea. Al aceptar algunas de esas donaciones, ya sean muebles o ropa, casi siempre me la ingenio para convertirlas en cosas que sean de mi gusto personal. Ayer me hice una campera preciosa. Estoy segura de que no existe otra igual en el mundo. Y si existiese me gustaría conocer a la persona que la haya inventado. Siempre o casi siempre hablo de mí. Más de lo que me interesa. La campera es preciosa y con esa pavada, me siento dichosa, salgo a caminar con el perro y es un día especial, porque estreno campera nueva, hecha por mí, la investigo en sus cualidades de peluche, su color fucsia en el paisaje marrón violeta desnutrido del invierno. Adoro el invierno, como todo muere. Salgo a bicicletear en la neblina solo para ver los faroles entre la noche espesa y sentirme parte de algo que es más grande que yo. Me meto en la noche como si fuera una nave. Y solamente voy por ahí, sin perseguir nada”. 

Dice Byung-Chun Han en el libro Psicopolítica: “Quien fracasa en la sociedad neoliberal de rendimiento se hace a sí mismo responsable y se avergüenza, en lugar de poner en duda al sistema. En esto consiste la especial inteligencia del régimen neoliberal (…) En este régimen de la auto explotación uno dirige la agresión hacia sí mismo.” 

Ante este estado de cosas, hay personas como la Rusa que desde su arte, activismo, rabia, amor y auto-aceptación propagan una idea más atractiva y liberadora: no hay que tener miedo de sentir. “Me considero una persona muy sensible. El miedo es un arma que nos ponen en las manos en esto de hacernos soldaditos de mi imperio. El miedo es el peor enemigo de la sensibilidad y atenta directamente contra la solidaridad y el pueblo.”

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