Entrega XV Diario de la Pandemia

Por Efraín Bucler

Día 51 – Martes 5 de mayo

Día de descanso. En casa esperan demasiadas actividades para una sola jornada así que empiezo por lo más fácil y lo demás que espere, como todo lo que tiene que esperar durante estos tiempos. Dejo la tele de fondo y veo cómo los ministros y periodistas empiezan con los ensayos: plantean la vuelta a clases para agosto. Después se suman infectólogos, expertos en educación, panelistas y el círculo cierra. Ahora sí hay tela para cortar y para no hablar de la situación en las villas y en los geriátricos, pienso.

Por la tarde conversamos con Josefina, una enfermera amiga del Hospital Mi Pueblo de Varela. Ella está a cargo de los operativos de vacunación, así que es difícil esquivar el tema de la pandemia. Cuenta que está muy expuesta y que, aun estando en la casa, a cada rato ella y su hija corren a lavarse las manos. Se cuida, obvio, pero tiene el problema de todos los trabajadores de salud: le faltan insumos y los famosos EPP (Elementos de Protección Personal). Dice que no se queja de lo que le toca, aunque sabemos que sí, que cada tanto pega unos gritos a los directivos para poder conseguir antiparras y barbijos para sus compañeros.

Le cuento que yendo al trabajo dejé de escuchar el noticiero de la radio completo, que solo me quedo con los títulos y que de regreso a casa directamente pongo música. Y ella dice que la angustia, el fracaso, la preocupación y la incertidumbre se le pasan con música. Nos cuenta que vuelve en el auto con la música a todo volumen, “ahí sí que me lloro todo, canto y lloro”. Y cuando entra a la casa, está lista para engancharse a mirar una serie con su hija.

Nos despedimos mucho más arriba de ánimo y nos deseamos buenos augurios. Después de todo, puede haber esperanzas en esta pandemia y buenos augurios aun de parte de personas que, como Josefina, les toca bailar en el Titanic.

Escucho: “Human” de The Killers.

Día 52 – Miércoles 6 de mayo

Volver a trabajar no es tan malo, después de todo. Aunque la radio no para de alarmar sobre contagios, curvas, recesión, deuda externa y los negocios que cierran sus persianas. Ya no aguanto las noticias, pero pienso que la pandemia a veces me hace entrar en esa dinámica, y a veces necesito escuchar las novedades que no son novedades porque ya las tengo escuchadas más temprano y así todo el día. En el trabajo hablamos todo el tiempo de contagios, países y cantidad de muertes. En las conversaciones con mis amigos doy consejos de cuidado y prevención y trato de conseguir alcohol en gel y barbijos para mí y para mi gente. Me doy cuenta que hablo como si fuera un experto y sólo sé soldar cables y cambiar plaquetas de las máquinas. Pero bueno, pienso, es lo que me toca ser en este tiempo. 

“Infodemia”, digo en voz alta mientras bajo la autopista y tomo por Avenida Garay. Me gusta el neologismo, como el de “conspiranoide”. Son dos cosas que están presentes todo el tiempo porque nadie, ni siquiera los que somos delegados y trabajamos en salud, sabemos qué es y cómo se desarrolla una pandemia. Y le echan la culpa a los multimillonarios, a los gobiernos de China o Rusia. Yo, en cambio, no pienso en otra cosa que tomar vacaciones, como cuando fuimos en pleno invierno a la costa. Pienso que parecen épocas tan lejanas.

Llego al trabajo y bajo del auto. Al final, termino maldiciendo tener que trabajar, justo lo contrario de lo que pensaba cuando me subí. Tienen razón Los Punsetes, pienso, el trabajo te vuelve un haragán.

Escucho: “Dinero” de Los Punsetes.

Día 53 – Jueves 7 de mayo

Mañana tranquila en la autopista. Parece que mucha gente eligió quedarse en casa, no por las recomendaciones de los gobiernos, sino por el frío y el pronóstico de lluvias. La radio plantea un debate que viene del interior del país: la vuelta a clases presenciales. Me pregunto en voz baja cómo se puede plantear algo así con el ciclo de la pandemia recién comenzada. 

En el trabajo, mientras desayunamos también hablamos del retorno de las clases. Jorgito piensa que es porque muchas provincias y ciudades no tienen la situación que tenemos aquí en el AMBA. Y eso, para él, “da lugar a que se piense en una normalidad paulatina”. Adrián le dice que sus parientes en Santa Fe Capital están tan paranoicos como lo están en Buenos Aires y que ya ni dejan entrar a los camiones que van desde el Mercado Central con mercadería fresca. Jorgito se encoge de hombros y sale para el pañol a buscar sus herramientas.

Suena el teléfono de la oficina, me avisa la secretaria que nos llama el director para reunirnos a las 8:30hs porque tiene una respuesta a la propuesta de la semana pasada. Y vamos a ver cuál es la novedad. Casan nos dice que desde el Ministerio le bajaron la recomendación que el personal descanse un poco más, porque “el sistema se va a saturar y tienen que estar todo los agentes disponibles para ese entonces”. En definitiva, tenemos dos días de descanso extra en lugar de uno. 

Nos apuramos a difundir la información en los demás sectores y organizar bien el trabajo. Sale bien y antes de terminar el día ya está el listado del personal que descansa con detalle de secciones, días y apellidos: “Reparaciones Eléctricas y Electrónicas: lunes y martes, Lorenzo/ martes y miércoles, Bucler/ miércoles y jueves, Jáuregui/ jueves y viernes, Aquino”. El Doc Socolovsky no entra en la rotación porque va a estar en el hotel de Congreso hasta el final de la pandemia.

Volviendo a casa prendo la radio del auto y otra vez la preocupación por el retorno a clases en agosto. Tanto apuro por las clases, pienso, y yo que me conformo con saber si esta pandemia terminará en algún momento.

Escucho: “How soon is now?” de The Smiths.

Día 54 – Viernes 8 de mayo

“Los italianos están locos”, dice Jorgito, “se piensan que sube un poco la temperatura y el virus se va y acá en Sudamérica tuvimos casos en pleno verano”. Las imágenes de la tele del comedor muestran gente paseando por las playas, incluso hay quienes se meten al agua. Bares con tres o cuatro personas sentadas a la mesa “¡En la vereda!”, exclama.

Le digo que nosotros culturalmente somos un poco como los italianos, y le digo que al principio tuvo que hacerse un  trabajo de concientización muy fuerte para que no pase lo que en Italia, que todos iban de un lado a otro del país hasta que empezaron a registrarse la cantidad de contagios y muertes. Me replica que lo que hay acá en Argentina son policías y gendarmes por todos lados y al acecho. Y que lo que pasó en Italia con la cantidad de muertes les tiene que hacer reflexionar.

No le retruco nada de sus argumentos porque tiene razón. Y porque no quiero que salte la ficha que yo también rompo el aislamiento para hacer changas. Lo que, además de ser ilegal, está mal visto para alguien que es trabajador de la salud. Entonces nos ponemos a reparar un monitor de led que nos quedó pendiente de antes de la cuarentena y que si funciona se lo llevamos a los del Depósito Central que tienen uno más viejo.

Le digo que la preocupación es cómo organizarnos con el trabajo de ahora en más. Pero nos llama el Viejo porque ya está el almuerzo, así que nos vamos a la cocina a seguir deliberando. “Ahora sí, última cena”, dice Jorgito, que descansa lunes y martes, así que hasta el jueves no lo vuelvo a ver. También dice que descansar más nos va a venir bien y que tiene muchos arreglos pendientes en la casa pero no hace nada porque le gana la fiaca, el cansancio y también el miedo a ir a comprar los repuestos. Dice que la pandemia y sus consecuencias nos terminan ganando el cerebro aunque no nos demos cuenta. Y le decimos que tiene razón. Empieza a comer los ravioles y dice que están riquísimos y también le damos la razón.

Vuelvo a casa en el auto y la autopista está muy cargada para ser tan temprano. Tal vez el viernes le dispare a la gente las ganas de salir. Pienso en lo charlado sobre la pandemia, el cansancio y los miedos y se me viene a la cabeza un tema donde unos tipos se sientan a la mesa a conversar sobre la ciudad y los destinos o algo así. Y sigo nomás, sin que me paren en ningún control, tarareando la melodía.

Escucho: “De mañana” de Pequeña Orquesta Reincidentes.

Día 55 – Sábado 9 de mayo

Me despierto casi al mediodía y salgo rápido con el auto para hacer las compras. En el mercado hay una tele grande que muestra las noticias. Pienso que no hace falta seguir con la locura general aquí también pero trato de apurarme y cuidarme a la vez. Logro salir del mercado y de las conversaciones trágicas de mis vecinos pensando en que si llegan a saber que entro y salgo de los hospitales de Capital Federal todos los días, me echan del barrio.

De vuelta en casa pongo el noticiero y veo que sigue el bombardeo con las noticias de la Villa 31. Un lamentable espectáculo de morbo desplegado por canales que llegan, dan cuenta del dolor y el sufrimiento de los pobres y después se van sin más. Los funcionarios del Gobierno de la Ciudad y los de la oposición hacen lo mismo, si hasta repiten las mismas palabras y conceptos. Utilizan eufemismos pero en fondo quieren decir lo mismo: “se lo tienen merecido”. Toda esa gente que vive hacinada y anda toda junta por los pasillos de la villa, sin barbijo y tomando del pico. De esos que solo sirven para limpiar las casas y levantar paredes hay un montón más, piensa la Ministra, y se le nota en la cara. 

Ignoran que ahí dentro deben estar los mejores constructores del país. Allí nacen y se desarrollan muchos de los mejores deportistas y músicos también. Y, claro está, las mujeres que crían y educan a sus hijos la famosa ‘chica que me ayuda con las tareas de la casa’. Pero la clase media porteña prefiere olvidar esto. No debe haber muchos bolivianos ahí en la Villa 31, pienso, porque hasta el golpe de estado de noviembre Bolivia era, según la UNICEF, el país con mejores condiciones para el desarrollo de niños, niñas y adolescentes de América Latina y el mundo. Y tampoco debe hacer muchos paraguayos, ya que la economía guaraní estuvo en los puestos de mayor crecimiento de la década, mientras Argentina se hundía cada vez más.

Escucho: “Generación” de Loquero.

Día 56 – Domingo 10 de mayo

Lindo día después de todo. Se armó la juntada familiar por videoconferencia y están bastante bien todos, parece. Eso, en parte me alegra porque cada vez me convenzo más que la salud es lo que importa. Pero lo que no digo se intuye, parece, porque mi hermana me manda un mensaje para que vaya a ver un trabajo de electricidad que tiene que hacer una familia amiga de ella. Le hago caso y llamo a los potenciales clientes y arreglo para ir el miércoles porque el martes ya lo tengo ocupado: otra balanza electrónica de una farmacia, esta vez en La Plata.

Trabajar en los días de descanso me hace sentir contrariado, más pensado en la salud y en los viajes en transporte público, y pienso también en mi Permiso de Circulación, que dice que trabajo en Capital. Pero la economía de mi familia no se arregla con discursos ni ASPO, así que me consuelo pensando en que de esta manera hay “una inyección de pesos frescos”, como dicen los especialistas de economía en los canales de noticias. Con algunas cosas resueltas en el corto plazo, me siento en el sillón a ver unos videos musicales. Con todo lo que me ayudó la música a transitar estos tiempos, tal vez encuentre alguna lección que me sirva para la vida.

Escucho: “Bankrobber” de The Clash.

Deje su comentario

No se publicará su e-mail. Los campos obligatorios están marcados con un *.