Editorial #2
Convivir con el odio o rebelarse
Mientras en Estados Unidos y otras partes del mundo se siguen desarrollando protestas desencadenadas por el asesinato del afroestadounidense George Floyd ocurrida el 25 de mayo en Minneapolis y bajo la consigna que dio vuelta al mundo, el #BlackLivesMatter, estas manifestaciones -si bien perdieron la masividad de un principio- ya no son televisadas.
¿Qué es lo que sucede? ¿Ya no importa? Claro que sí, pero la lógica de espectacularización da lugar a que otros temas vayan tomando la posta, “deglutan” lo que ya no es novedad porque, justamente, se perdió el impacto de la placa roja.
El feroz crimen cometido contra Floyd a manos de un policía que lo tuvo presionado del cuello con su rodilla, asfixiándolo contra el asfalto por ocho minutos, volvió a poner en la mira el racismo imperante en las bases del régimen sobre el que descansa la mayor potencia mundial. Y no sólo en la mira sino en discusión y en reacción contra el sistema todo: empezando por la policía, pasando por el gobierno del presidente Donald Trump y llegando a cuestionar la limitada democracia burguesa.
El grito “No puedo respirar” fue tomado como slogan de lucha, de resistencia y de liberación de una comunidad históricamente sometida al odio, la marginación y la explotación. Desafiando represiones y pandemia, otra consigna, “Si no hay justicia no habrá paz” (No justice no peace) recordó anteriores levantamientos como los de Ferguson y Baltimore en 2014 y 2015. ¿Qué tenían de diferente estos sucesos? ¿Por qué había tanta expectativa puesta en ella? Seguramente, el hecho de la sociedad de 2020 no es la misma de hace 5 ó 6 años atrás. Procesos de deconstrucción en todo el mundo y juventudes cuestionadoras y decididas a cambiar todo puede ser una de las claves.
Claro que no hay que subestimar el poder del sistema y sus aparatos ideológicos y represivos, cada vez más afilados, cada vez más adelantados.
¿Y por casa cómo andamos?
“No se puede tener capitalismo sin racismo. Es incorrecto clasificar la revuelta de los negros simplemente como un conflicto racial del Negro contra el Blanco. Hay oprimidos contra opresores, explotados contra explotadores”, fueron frases dichas por Malcolm X, famoso activista por la defensa de los derechos de los y las afroestadounidenses.
Una persona afrodescendiente es aquella de origen africano que vive en las Américas y en todas zonas de la diáspora africana por consecuencia de la esclavitud. A través de la colonización de América (y aún varias décadas después de las guerras de independencia) fueron traídos esclavos y esclavas desde una punta del continente hasta la otra. Recién en 1860 nuestro país abolió la esclavitud “en los papeles” y tres años más tarde hacía lo mismo Estados Unidos. Ahora, hay una diferencia mucho más notoria. En tanto que en EE.UU. se denomina negra a aquella persona afrodescendiente, en Argentina tiene un empleo más abarcativo, no por eso inclusivo: es negro o negra no solamente todo/a descendiente de africanos/as esclavizados/as o perteneciente o descendiente de pueblos originarios, sino también el o la residente de un barrio popular, persona de piel oscura o persona pobre, indistintamente.
Miles de afrodescendientes fueron traídos a la Argentina en barcos como mano de obra esclavizada. Otros tantos indígenas, entregados para ocupar puestos de servidumbre. Ambos en las más salvajes condiciones de opresión para luego ser carne de cañón en las batallas de independencia. El Estado se encarga de negarlos e invisibilizarlos desde sus instituciones, desde la más temprana escolarización y la canonización de personajes como el General Julio Roca y su título de “Conquistador del Desierto”. Una matanza a manos de fusiles y en torno a lo simbólico, trascendentemente identitario.
Son extensos y muy conocidos los usos de términos como “negro cabeza”, “negro de mierda”, “negro villeros”, “negro de adentro”, “negro de alma”. ¿Quién no los ha escuchado o los escucha habitualmente? Esa obstinación por rebajar el color negro a algo supuestamente negativo. Esa obstinación por separarse y distinguirse del otro que es “menos que yo”. Menos rico, menos culto, menos blanco. Porque es aquí donde el racismo se entrelaza con el desprecio de clase. Y es en esa circulación de discursos de odio que se habilitan prácticas violentas. “En nombre del statu quo”, dirán. Sin embargo, la doble vara siempre estará presente, ese privilegio blanco que es en esencia un privilegio de clase.
Porque mientras tanto, la gendarmería entra a las barriadas y se lleva gente “negra” porque no cumple la cuarentena mientras en los barrios privados las familias acomodadas mantienen a sus empleadas en situación de semi-esclavitud y lo cuentan casi como una hazaña por televisión (ver el caso de Nicole Neumann quien, además, acusa a su trabajadora doméstica de haberla contagiado Coronavirus). Mientras tanto, la policía reprime una movilización en pedido de justicia por Santiago Maldonado el mismo día que custodió que unos manifestantes anti-cuarentena se divirtieran en el Obelisco. Mientras tanto, Luis Espinoza (Tucumán), Alan Maidana (Berazategui), Franco Maranguello (San Luis), Florencia Morales (San Luis), Lucas Barrios (Avellaneda), José Antonio Ávila (Córdoba), Diego Arzamendia (Berazategui), Facundo Scalso (CABA) y Lucas Verón (González Catán), entre otros nombres, fueron asesinados por la policía en el contexto de la cuarentena por ser pobres, por ser negros.
En un país donde la mayoría de la población es no-blanca, el poder lo detentan los blancos. Son minoría, pero son poderosos. Y son ricos, por supuesto. Entonces entendemos por qué se habla de un problema estructural. Tampoco hay que perder de vista el avance y crecimiento de propuestas de derecha (“light” en nuestro país, dirán algunos ingenuos) que abiertamente proclaman su racismo y odio de clase, en un contexto mundial en que se ha llegado a las experiencias de Bolsonaro en Brasil, el partido Vox en España, Le Pen en Francia y, obviamente, Trump en EE.UU. con posibilidades de reelección a pesar del clima que allí se vive.
En este enrarecido, complejo, caótico 2020, se celebra que la paciencia de las masas se haya agotado en la autodenominada “tierra de la libertad”. “Lo que debemos condenar no son los actos de violencia de los oprimidos sino la violencia que engendran las instituciones”, proclamó el escritor y filósofo Albert Camus. El levantamiento antirracista en EE.UU. contra la rodilla opresiva de la supremacía blanca es consecuencia de años, décadas y siglos de dominación y vejaciones difíciles de explicar racionalmente. Tal vez no sea este el levantamiento definitivo. De hecho, cuando el 29 de junio la policía asesinó a Walter Ceferino Nadal en Tucumán del mismo modo que a George Floyd, contra el piso y luego de que gritara “No puedo respirar”, no hubo movilizaciones populares ni en la provincia ni en ningún lugar del país.
¿Será que tenemos tan internalizada la violencia policial hacia los pobres, hacia los negros? ¿Será que nada nos importa? ¿Será que esta pandemia nos volvió aún más insensibles?
Optamos por creer que todas estas son semillas esparcidas que germinarán más pronto que tarde. Optamos por creer que la propaganda mediática y política caerán por su propio peso. Optamos por creer que no falta mucho para que saquemos las vendas de los ojos, las indignaciones selectivas de encima y comprendamos que los verdaderos cambios están en nuestras manos.