Por Efraín Bucler

La pandemia termina afectando las relaciones sociales primarias. El abrazo, el beso, la caricia, todo tan prohibido como necesario. Y a la falta de empatía de los gobernantes se suma la necedad de sus declaraciones y actos. Volver a caminar por barrios empobrecidos afecta, resiente la relación que llevo con las clases dirigentes. Y desconcierta el hecho de no saber qué representamos para ellas: ¿somos soldados, somos peligrosos, hay que aplaudirnos, hay que encerrarnos, hay que vallarnos?

Esta vez, la tragedia puso las cosas en su lugar. Me doy cuenta que nos estamos preparando solo para salvar a quienes ya estaban salvados de antemano. Otras personas y otras regiones más alejadas de la mano de dios y las cámaras, están, estamos, a la deriva. La cuestión es si como en ese cuento de Quiroga, la calma sólo llega con el final.

Camino todos los días con la esperanza que todo termine al fin y pueda llegar a abrazar, acariciar y besar a cada una de las personas que extraño. Y no encuentro, por ningún lado, una señal para tener esperanzas. Solo la música acompaña y empuja cada día de tránsito por esas calles.