Apuntes sobre el uso del conurbano como mera estética
El lado equivocado
En los últimos años hubo una proliferación de artistas y obras con los ojos puestos en el fenómeno del conurbano. Con mayor y menor tino, algunas producciones se han popularizado y al mismo tiempo lo han ubicado en un lugar común. A cuento de eso este intento de vindicación
Por Ivánovich
Hurgando en la web, viendo notas de la escritora Mariana Enríquez, se puede encontrar un ciclo de entrevistas realizado por Canal Encuentro llamado Conurbano, donde personalidades de la cultura aportan su mirada sobre ese particular fenómeno. Al respecto del tema, un escritor y reconocido tallerista literario dijo en una ocasión que el conurbano está sobre-conceptualizado. Y en un punto es cierto, a fuerza de repetición, esa mónada se llenó de nada, se vació de contenido.
Al menos en el terreno de la producción cultural, cada vez que se habla de la periferia sin precisar a qué se refiere, lo que se hace es al menos vago.
Así, cuando se habla del -y no desde el- conurbano, la alusión parece querer dotar al discurso de una cierta potencia, un revestimiento que es fundamentalmente marginalidad y tiende a trabajar como una capa de ruido que pretende brindar cierto realismo mágico/trágico a un escenario normalmente de cartón. Mariana Enríquez, en el mencionado programa (que se puede ver a través de las plataformas del canal), brinda una definición en ese sentido, respecto de como se ve desde la perspectiva de un extraño –casi siempre del porteño-, y dice entonces que al conurbano se lo presenta como un lugar donde es imposible vivir, aunque efectivamente todos sabemos que sí se puede y que de hecho se hace con cierta dignidad e incluso alegría, para sorpresa de muchos.
En televisión, nuestros barrios son retratados desde la marginalidad, exhibidos exclusivamente en su faceta violenta, sobre todo en productos cargados de prejuicio contra el pobre; como diría Enríquez, un lugar homogéneamente violento, pobre y feo. Sin embargo, detrás de esa construcción, de esa cortina de humo, hay un transcurrir atravesando ese manto de oscuridad, hay un pertenecer, una forma de habitar que organiza una identidad. Juan Incardona cuenta, también en el ciclo de canal Encuentro, que su libro Villa Celina fue leído por un grupo de chicos detenidos en una Unidad Carcelaria de Florencio Varela que completaban sus estudios medios y que esa lectura motivó la creación de un libro de relatos que los propios pibes luego publicaron. Otra vez un pertenecer.
La construcción unitaria del bonaerense salvaje, de la barbarie, es cuestionada por una lectura atenta de la obra de algunos autores contemporáneos que, fuera de toda solemnidad, dan cuenta de una manera de habitar la realidad en los límites específicos de un lugar que es propio y no apropiado. Un espacio que no se puede determinar dónde empieza y dónde termina. Un lugar ocupado por placitas y campitos, descampados y potreros, clubes barriales, unidades básicas, comedores y merenderos, un paisaje trunco tal vez, que se quedó, como resultado de tiempos aciagos, en un estado de orgullo herido, con la imperiosa necesidad de cumplir con un mandato autoimpuesto de ser mejor. De alguna manera es cierto que el conurbano es fracaso, producto de ese devenir histórico que dejó huellas permanentes a causa de modelos económicos que llevaron a personas a perderlo todo, que las empujaron a la locura, que las obligaron a ponerse a juntar cartones o a criar gusanos pero también en ese ambiente afloró organización comunitaria. La estética y el lenguaje que pueden convivir ahí es un guiso espeso que alimentó a más de una generación.
Una propuesta genuina de eso y despojada de teatralidad forzada, es más propensa a obviar el concepto porque lo lleva en su ADN narrativo y existencial. En definitiva, al contar una historia desde alguno de los treinta y tres municipios que podrían comprender tal clasificación, lo esencial no es el territorio sobre el cual acontecen esas historias sino las historias en sí mismas, las personas que las padecen y disfrutan, los dispositivos y la creatividad para sostener los sueños y las ansias, las redes de contención que apuntalan lo cotidiano. Y esto no es menor porque lo valioso se da cuando se rescata una voz colectiva y su construcción de la realidad, donde se ve como se cimienta una economía de la vida a espaldas del Estado. En fin, desde Varela o Solano o Lanús o La Matanza, surgen historias, historias universales, no solo historias del conurbano, historias desde lo particular, sobre y hacia lo general, historias de la humanidad.
Está claro que narrar desde el borde conlleva especificidades que combinadas son un cóctel inusual –la jarra loca diría el periodista Martín Rodríguez. Para quienes hablan desde este extenso territorio la carga simbólica no debiera convertirse simplemente en una elección estilística, sino más bien ser pensamiento situado, porque lo valioso no resulta del mero hecho de escribir desde el margen, que es una contingencia, sino que en este entorno que nos circunda se produzca material sensible que pueda compartir sustancia con otros confines, que se levanten voces capaces de hacerse oír y de finalmente develar nuevas preguntas que pongan en crisis el estado de cosas. Pablo Ramos, quien escribiera El origen de la tristeza, dice que el conurbano es el lado equivocado. Para graficarlo, explica que si tomáramos la manga de un saco, y si esa manga fuera la capital, lo que está del otro lado sería el conurbano. Pero entonces si lo pensamos bien, no sería el lado equivocado, sería simplemente otro lado y desde ese otro lugar nos paramos para mirarnos, para pensarnos, para ver el reflejo de las torres que se levantan a espaldas del puente Pueyrredón sobre casas bajas y monoblocks, para narrarnos, para dar vuelta la taba, para poner al sol lo que suele estar entre sombras.