Editorial #3 Meritocracia (Primera parte)

Existen en los discursos sociales varias problemáticas que surgen con mucha fuerza en algún momento y luego se diluyen hasta que vuelven a aparecer con otro ímpetu, desde otra perspectiva. En realidad, esas temáticas no “desaparecen” sino que siempre están presentes de diferentes modos, y los medios de comunicación o las redes sociales las instalan y desechan cíclicamente.

“Imaginate vivir en una meritocracia, un mundo donde cada persona tiene lo que se merece…” fue una de las frases de un comercial que publicitaba un nuevo modelo de autos de la firma Chevrolet a principios de mayo de 2016. Fue tal el revuelo que ocasionó que es una de las publicidades más recordadas hasta el día de hoy e incluso un contraspot tuvo más visitas en YouTube. El país vivía su primer año y medio de gobierno macrista y el clima ocasionado por los despidos en el sector estatal y las políticas de ajuste neoliberales coincidían con el mensaje de darwinismo social que se desprendía del anuncio.

Esos discursos reaparecen últimamente promovidos principalmente por sectores denominados “liberales libertarios” y economistas mediáticos que se pasean por todos los medios de comunicación, creando un relato sobre la meritocracia como una especie de panacea para todos los problemas de la sociedad.

Pero, ¿a qué nos referimos cuando hablamos de meritocracia? Por empezar, es una palabra compuesta: “merito” y el sufijo “-cracia”, que indicaría poder o forma de gobierno basada en el mérito.

Un enfoque teórico nos lleva al funcionalismo y a G. Becker que define su teoría del capital humano como el conjunto de las capacidades productivas que un individuo adquiere por acumulación de conocimientos generales o específicos. En palabras simples, el capital humano se refiere a las habilidades y cualidades que hacen que las personas sean productivas. El conocimiento es el más importante de estas, pero otros factores, desde un sentido de la puntualidad hasta el estado de salud de alguien, también importan. La inversión en educación redundaría en cualificación profesional y luego en rentabilidad macrosocial y privada.

Ahora bien, y en relación a los conceptos de G. Becker, el término al que nos referimos específicamente nace como tal en 1958 cuando el sociólogo y activista británico Michael Young publica El triunfo de la meritocracia, 1870-2033: ensayo sobre educación e igualdad. Muy a su pesar, esta idea ganó en pocas décadas un lugar positivo y central en el discurso neoliberal.

En forma de ensayo novelado, Young relata el devenir de un personaje situado en un distópico 2034, donde la elitización por medio de la educación formal lleva a Gran Bretaña a un sistema de gobierno detentado por una “minoría creativa” sobre una “masa estólida”. La clase dominante se basa en el principio “coeficiente intelectual + esfuerzo= mérito” para validar los nuevos privilegios.

La idea vigente que ronda en torno a una organización meritocrática se basa en el concepto de “igualdad de oportunidades”. Esa igualdad es, de hecho, cualidad necesaria para construir una comunidad que podríamos denominar justa. Sin embargo, un tipo de sociedad así no reduciría la desigualdad, solamente exacerbaría los impedimentos para un bienestar general. Una noción exclusivamente meritocrática del orden social pasa por alto las construcciones de redes de solidaridad, de empatía por el otro, de convivencia fraterna y apuntala la idea de individualidad.

Una individualidad que se “salvará” gracias al esfuerzo personal, que verá recompensado su sacrificio con “llegar a ser alguien”. Pero la sociedad es mucho más que una pista de competencia. Además, se parte de una falacia: ¿el que es pobre lo es porque se lo merece y el que es rico lo es porque se lo merece? ¿Dónde está puesto el merecimiento?

Las situaciones desfavorables condicionan estructuralmente las posibilidades a través de la vida, así como nacer en una clase acomodada parte del “mérito” de una herencia. Si tomamos esto, ya estamos frente a una injusticia, por lo que la igualdad de oportunidades nunca se podrá cumplir, al menos en este sistema de cosas.

¿Tienen las mismas condiciones para llegar a ciertas metas una persona que nació en una posición acomodada que otra que nació en la más absoluta miseria? ¿Tuvieron acceso a la misma calidad de nutrientes desde el vientre materno? ¿La misma alimentación cuando niños? ¿La misma educación? ¿Los mismos consumos culturales? Entonces, ¿es posible que ambos lleguen a ser gerentes de una empresa por mérito propio?

¿Y cuáles son los parámetros para evaluar cuál de los dos hizo más esfuerzo que el otro? Los condicionamientos sociales, económicos, políticos, culturales, de género, todo el abanico que nos diferencia y nos hace desiguales en todo momento de nuestras vidas, juegan un rol preponderante a la hora de definir nuestro porvenir.

Por esto, es un mito que con el esfuerzo individual se puede todo. La frase “a quien se esfuerza en algún momento le llegará el éxito” peca de estar cargada de sentido común, y entendemos que para que algo se consolide como natural debe haber una construcción que a alguien le interese. Este discurso, que está relacionado al concepto de justicia de recibir algo a cambio del esfuerzo que hiciste, a mucha gente le entusiasma. Ahí está Carlos Tévez, que se esforzó, salió de la villa y hoy es un millonario. Como existe ese ejemplo el alegato se agarra de eso. Cuando en realidad podríamos pensar que ese caso desnuda otra realidad: la de millones que son como él y siguen en la villa y en la miseria. No se ve la generalidad, se ve la excepción. En rigor de verdad, las excepciones existen como parte de la regla.

Referencias:

“Cinco argumentos contra la Meritocracia”, Matías Cociña. En www.ciperchile.cl (07/06/2013)

“Gary Becker y el capital humano”, Harvard Business Review. En www.lanacion.com.py (06/08/2017)

“El funcionalismo y la teoría meritocrática: la teoría del capital”. En www4.ujaen.es

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