Miners Benefit de 1978 (Parte II)

Ya hemos hablado en un post anterior acerca del contexto de crisis económica que atravesaba Estados Unidos hacia fines de 1970. Este panorama había sumergido a la gran potencia en una situación absolutamente desconocida en décadas. En ese clima se venía gestando el movimiento punk de San Francisco. Paralelamente, los mineros de esa región se encontraban en pie de lucha. La Huelga minera y las definiciones políticas del punk, entonces, unieron sus necesidades y fuerzas. Hoy traemos la segunda parte de este especial sobre un hecho no tan conocido de la historia reciente de las luchas obreras en conjunción con la música.

Por Javier Becerra

La solidaridad punk llegó en el momento más álgido de la huelga minera. Todos los medios se habían montado a una durísima campaña que buscaba aislar y derrotar a los huelguistas. Era la causa común del Estado y de las principales empresas capitalistas del país. Los periodistas  actuaron como voceros y propagandistas  abiertos de las patronales. “Tengo la sensación de que en este momento los operadores están haciendo todo lo posible para quebrantar la fuerza de la United Mine Workers. Y si pudieran quebrantar su fuerza lo van a hacer con todos los demás sindicatos de este país. No puedo entender que la gente tome partido por las corporaciones y el gobierno, y que para mí son lo mismo”, declaraba Dave Forms, un minero de 29 años presidente de la UMW local en diciembre de 1977. 

Los líderes de la huelga caracterizaban que el capital había optado por “una guerra unilateral en este país. Una guerra contra los trabajadores, los desocupados, los pobres, las minorías, los muy jóvenes, los muy viejos, e incluso, contra la clase media”. La huelga minera movilizó 160 mil obreros desde el Este de Virginia a Illinois y duró 111 días. Tony Kinman, bajista de Dils declaraba que “Básicamente lo que los medios intentaron hacer con nosotros, con el punk rock, es tratar de cooptarnos y hacernos parecer estúpidos y neutralizar cualquier fuerza real que nuestro movimiento haya tenido o aún tenga. Se propusieron hacer que el punk pareciera lo más tonto posible. Es un viejo truco de los que están en el Poder; convertir a su oposición, hacer que alguien que ven peligroso se vea como un payaso. Están tratando de hacer lo mismo con los mineros al tergiversar su causa y sus problemas ante la gente”. Chip Kinman, guitarrista de Dils manifestó “Estos trabajadores están en huelga porque tienen quejas legítimas y urgentes que afectan directamente su seguridad, su salud y su sustento. Y los dueños de las minas cuyas ganancias han aumentado un 800% en los últimos 10 años están tratando de socavar un derecho básico y esencial: el derecho a huelga”.

La huelga minera de los años 1977/78, debe verse como un ensayo general de una ofensiva del capital contra el trabajo. La segunda posguerra había establecido importantes mejoras salariales en el sector pero a cambio de una extraña “paz social” por medio de acuerdos extraoficiales entre las burocracias sindicales y las empresas que se traducían en un aumento desmesurado de la tasa de explotación. Entre 1947 y 1967, la producción por trabajador se había duplicado lo que aumentaba considerablemente los accidentes laborales y las enfermedades. A finales de la década de 1960 comenzó un proceso de huelgas atomizadas por minas, generalmente por beneficios para la discapacidad y contra los efectos sanitarios del “black slung”. Por otra parte, la región de los Apalaches había sido identificada más de una década atrás como la región más pobre y menos desarrollada económicamente del país. Allí se concentraban los mayores índices de pobreza, desocupación permanente, bajos salarios y menores recursos invertidos en educación y obras públicas. El presidente Kennedy había presentado un proyecto de ley llamado “Ley sobre el Desarrollo de los Apalaches” consistente en la inyección de 1000 millones de dólares por parte del Estado Federal en Virginia Occidental, Kentucky, Tennessee, Alabama y Georgia, pero fue rechazado por el Congreso. Los inicios de la recesión económica de los años 1966/67 agravaría todo el cuadro.


Las empresas operadoras del carbón reunían a algunas de las empresas más grandes de los Estados Unidos: Continental Oil, Occidental Petroleum, Us Steel y Bethlem Steel entre otras. Entre 1970 y 1974 habían duplicado sus ganancias, pero se habían fijado por objetivo restablecer la disciplina laboral, dañada desde fines de los ’60. El aumento de la mecanización instalada sin ningún tipo de análisis de riesgos previos, promovía mayor cantidad de accidentes. La eliminación del sistema jubilatorio de posguerra era otro objetivo, que demostraba el agotamiento de las medidas de “bienestar” de la etapa anterior por un lado, y un ensayo de recortes típicamente neoliberales por el otro. Las patronales del carbón apuntaban a recuperar un lugar estratégico en la economía de la mano del planteo de Jimmi Carter de “independencia del petróleo de Medio Oriente”. La eliminación del derecho de huelga en los convenios de 1977 era el gran desafío. Dos años antes The Economist advertia al respecto: “Se dice que para 1985 se necesitará el doble del carbón que se extrae actualmente, si EE.UU. no quiere permanecer a merced de los proveedores extranjeros. Pero en las últimas semanas ese objetivo parece estar más lejos que nunca ya que 65 mil mineros del carbón, aproximadamente la mitad de los afiliados del sindicato se sumaron a los piquetes desafiando tanto a los tribunales como a las autoridades”. The Economist denominaba a los mineros en huelga “gatos salvajes del carbón” y llamaba a “domarlos urgentemente”. Como bien explicaba el medio gráfico, las huelgas se caracterizaban por un número muy grande de piquetes que se iban reproduciendo mina por mina. 

En 1977 la huelga le había costado a las patronales la suma de 2,5 millones de ďolares “por hombre” y era asumida como la única acción efectiva por los obreros. Las vias “legales” para que el sindicato obtuviera respuesta del Estado ante algún accidente o violación de los convenios, consistia en un informe que tardaba 90 días en ser respondido. Entre los mineros existía, además, un fuerte recambio generacional. Muchos eran muy jóvenes y poco y nada tenían que ver con los viejos obreros de las épocas del “Estado de Bienestar” de la segunda posguerra. Había, también, un gran número de ex combatientes de Vietnam, generalmente los más audaces durante toda la huelga. El sindicato contaba además con una rara tradición: sus dirigentes solían mantener el trabajo en las minas, lo que se traducía en una mayor presión de las bases difícil de dejar de lado. El conflicto, básicamente, se focalizó en la defensa del derecho a la huelga y si bien sólo el 50% de los mineros estaba sindicalizado, la huelga movilizó al 75% del total del personal. La producción, durante aquellos 111 días cayó de los 14,7 millones de toneladas a solo 5,4 millones.

La campaña mediática contra la huelga no pudo evitar que el frente patronal comenzara a quebrarse. Los sectores con actividades siderúrgicas y los operadores de mercado se dividieron. El presidente Carter intervino entonces en favor de que se abandonara la eliminación del derecho a huelga permitiendo el despido de los principales activistas. La base minera rechazó la propuesta presidencial y la huelga continuó. En Illinois y Kentucky hubo enfrentamientos armados entre obreros, policías y rompehuelgas. Trescientos mineros armados tomaron la terminal de Metrópolis donde se preparaba el despacho de 20 mil toneladas de carbón. El Washington Post informaba que “600 mineros con hachas y escopetas bloquearon las minas no sindicalizadas de Tennessee” y que “otros 500 mineros asaltaron el muelle de Ohio, donde se depositaba el carbón de 3 minas no sindicalizadas”. 

La radicalización de los huelguistas iba en ascenso. Carter invocó el 6 de marzo de 1978 a la  Ley Taft-Hartley de 1947 para poner freno a la ola de huelgas. La ley establecía un periodo de “enfriamiento” de 60 días antes de ser  convocada una huelga y declaraba a los sindicatos como “personas jurídicas responsables ante tribunales”, prohibía las huelgas solidarias o políticas, los boicots y los piquetes. Prohibía, también, los fondos de huelga y las colectas de otros sindicatos o particulares en ayuda de los huelguistas, además de permitir a los Estados locales sancionar leyes laborales como la prohibición del derecho a la huelga y de los sindicatos mismos. La Taft- Hartley había sido vetada por el entonces presidente Truman pero el Congreso la ratificó en una escandalosa votación que contó con el abrumador apoyo de los demócratas. 

La respuesta de los mineros, sin embargo, no se hizo esperar: “Si quieren carbón Taft puede extraerlo, Hartley puede transportarlo y Carter puede empujarlo”. 


En medio de la aplicación de la Ley Taft-Hartley, el juvenil movimiento punk de San Francisco concretó las dos fechas establecidas para el beneficio ahora prohibido y sancionado por el mismísimo  Estado Federal. Los días 20 y 21 de mayo las bandas tocaron para los mineros en huelga. El 22 de mayo fue enviado a Stears, Kentucky un cheque por 3.700 dólares. John Silvers, baterista de Dils recuerda la respuesta de los mineros a través de un comunicado que se les fue enviado a las bandas: “No sabemos que es el punk rock y no sabemos que es esa escena, pero que Dios los bendiga eternamente”. 

En mayo de 1978 se retomaron las reuniones entre las partes. Las patronales bajaron sus demandas anti huelgas pero el conflicto cayó en un punto muerto en que no estaba clara la victoria de los obreros. Los días transcurridos habían agotado a las familias y los huelguistas y no había resto para la estocada final. El resultado fue el regreso al trabajo de manera confusa y desorganizada. Nunca quedó establecido un acuerdo definitorio entre sindicatos y empresas. El Estado y las patronales supieron sacar las conclusiones necesarias del caso y las aplicaron con todo durante la huelga de los controladores aéreos de PACTO de 1981 con despidos masivos de trabajadores en huelga. 

La segunda mitad de la década de 1970 ponía de relieve el agotamiento de los años dorados de posguerra. No era el neoliberalismo quien arremetía contra trabajadores y jóvenes. Eran los estertores de la “época progresiva” del Capital y su “Estado de bienestar”. No era Ronald Reagan el personal político a cargo de semejante cruzada, era el mismísimo progresista Jimmy Carter. Durante esta verdadera transición política y social se tejía aquel momento de esperanza incierta para la revuelta juvenil de San Francisco. 

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