Editorial #1
En tiempos de Posverdad
El debate en torno a la construcción social de la realidad tiene una gran trascendencia hoy en día no sólo en los círculos periodísticos y de comunicación social sino también de debate cotidiano. En esta era híper comunicada y saturada de información estamos expuestos a noticias, eventos, acontecimientos todo el tiempo. Ahora bien, ¿cuánto de todo eso que nos llega es real?
En la discusión sobre cómo se construye la realidad tenemos que tener en cuenta que no hay una verdad en sí a la que se pueda acceder. Es una construcción que los seres humanos hacemos del mundo, relatos que le damos a ese universo de sentidos desde una perspectiva social y cultural. Los medios de comunicación toman esos discursos que circulan en la sociedad y -para producir realidad social- construyen el acontecimiento.
La verdad existe, entonces, en tanto creación humana. El filósofo alemán Friedrich Nietzsche plantea que los hombres han firmado un “Tratado de Paz” para evitar una guerra de todos contra todos, para llegar a un acuerdo sobre qué es verdad y qué es mentira. Naturalizamos algunas definiciones, creamos convenciones sobre lo que nos rodea y acordamos nombrar de tal manera a las cosas: ahí se construyen verdades validadas social e históricamente. Si existiera una verdad única fuera de la creación humana no existiría discusión.
Nietzsche postula tres definiciones sobre la verdad: “no hay hechos, sólo interpretaciones”; “la verdad es un ejército de metáforas en estado de combate” (una metáfora es algo que está en lugar de otra cosa, no la cosa en sí. Son interpretaciones en pugna y la que gana se instala como verdad); “la verdad es la mentira más eficiente” (la mentira que logró su objetivo es la que todos creemos.)
En el proceso de construcción de la verdad, el ser humano produce sentido que se construye y circula en sociedad a partir del lenguaje; por ende, es una construcción social (vincular). No hay absolutos, no hay una verdad en sentido estricto sino que siempre hay, como mínimo, una relación entre lo que es y lo que el ser humano construye en diferentes momentos como sentido de lo real.
¿Pero qué significa la posverdad?
Mucho se hablado y mucho escuchamos sobre esa palabra. ¿Qué función cumple? ¿En qué herramienta se ha transformado en esta nueva era en donde la vida social está impregnada y atravesada por los medios y plataformas?
“Post” como prefijo infiere que lo anterior murió o fue superado. Encontramos palabras como posparto, posgrado, posromanticismo, pospunk, poscuarentena, etc. “Pos” ó “Post” infiere “lo que viene después”. Pero en realidad, siempre estamos re significando lo anterior eternamente. Lo “post” remite permanentemente al concepto que califica, el eje sigue siendo el sustantivo. No hay una superación. Se continúa aferrado a una etapa que terminó y que todavía no dio una posibilidad de una etapa nueva.
La posverdad es esa construcción donde prevalece el sentimiento u opinión hacia el hecho objetivo más que el hecho en sí. Podríamos decir que predomina lo emotivo por sobre el acontecimiento. La misma Academia Oxford la define de esta manera.
La información que está pensada y construida para generar simpatías, adhesiones, satisfacciones, regocijos, rechazos, descontentos, rabias, etc., como si fuesen reacciones en Facebook, va en ese sentido. Entonces nosotros, los lectores, oyentes o espectadores, que ya tenemos preconceptos sobre temas en general, vamos a determinados medios para que nos confirmen esas ideas previas. Si una persona consume un determinado noticiero, por caso, ese noticiero no “le llena la cabeza” ni “le hace creer” cosas; esa persona ya pensaba anteriormente de una manera y necesita reconfirmarlo yendo a determinados medios de comunicación. La información apunta a la opinión pública en tanto que a lo emotivo y circunstancias personales en vez que a “datos objetivos”.
La posverdad es una categoría que ya se utilizaba en la filosofía y otras ciencias sociales para dar cuentas de cómo el poder se relaciona con la verdad pero que últimamente irrumpió con mucha fuerza y todos hablan de ella. Es innegable que en el uso actual también está presente esa relación poder-verdad aunque se le suma el hecho de pensar a la actualidad por fuera de la actualidad.
En este sentido, en tiempos de revolución tecnológica y específicamente su vinculación con las redes sociales, las formas de hacer política y los mass media entablan con la cuestión de la verdad una reactualización. No es lo mismo decir “esto es una mentira” que decir “esto es posverdad”. La posverdad nos hace entender cómo lo mediático y lo político no son esferas independientes, son partes de un mismo juego, un mismo dispositivo, una misma forma de ordenamiento de la realidad social.
Los discursos que se establecen como verdades y que el poder sostiene y refuerza como tales a través de sus medios encuentran un campo abierto para recibirlas. No importa si algo es verdadero o no en la medida que ciertos dispositivos de poder la ponen en juego y que además hay una sociedad ávida de querer creer en algo. La posverdad es ese deseo de parte de un colectivo de creer y crear una situación que termine dándole respuestas aunque esa situación no pueda ser debidamente comprobada. Si alguien quiere creer en algo va a hacer todo lo posible para que la mayoría de los argumentos sean finalmente creíbles. Las proyecciones propias van determinando lo que uno finalmente quiere ver.
La posverdad es infinita, cada vez que un argumento empiece a mostrarse insuficiente crea otro argumento en paralelo para que uno siga creyendo en lo que necesita creer.
Un ejemplo muy claro es cuando desde los lugares de poder se utiliza a la posverdad en tiempos de marketing político. Otro ejemplo es cuando se presenta un hecho como “incidentes”, “enfrentamientos” o “represión”: la realidad puede ser interpretada de diferentes maneras. La realidad no es uniforme, está abierta a interpretaciones. La posverdad es una especie de autoengaño porque lo que se intenta es sostener una verdad previa para que se siga confirmando esa posición.
¿Cómo opera la posverdad?
En el mundo de los medios podemos tomar un concepto del filósofo francés Michel Foucault: él no concibe al poder desde lo represivo sino desde lo normalizador: hoy el poder no reprime sino que normaliza. El poder no dictamina lo prohibido y lo permitido sino que el poder va construyendo nuestra forma de pensar, haciéndolo normal. En este efecto de normalización los medios tienen una fuerza muy importante. No desde la información porque los contenidos fluyen por todos lados, sino desde la construcción de formas de pensar. El tema son los dispositivos, las estructuras con las que pensamos la realidad. Las características de esos formatos o estructuras son:
•Pensamiento binario (macho o hembra, k o antik, no hay nada contaminado por matices);
•La exaltación de todos los estados de ánimo (“efecto telenovela”, dispone nuestros estados de ánimo más hacia el servicio de lo que el poder necesita que de lo que nosotros después vivimos);
•La rapidez en el lenguaje y en los tiempos.
Para Foucault la normalización tiene que ver con el hecho de que una norma se establezca como si fuese normal. Pero normal no hay nada en este mundo. Si algo es normal es porque proviene de una norma. Y si hay una norma es porque alguien la puso porque le conviene. ¿Cómo salirse de esto? Foucault plantea que donde hay poder hay resistencia. Pero el poder construye también a esos enemigos que quiere, necesita y le conviene tener. Entonces tampoco tenemos que ser la resistencia que el poder necesita. Para esto hay que deconstruir: una realidad normalizada instala categorías y criterios como si no pudiesen ser de otra manera. Al deconstruir uno pone todo en cuestión y hasta lo que se cree absolutamente cotidiano, propio de la realidad diaria, conceptos básicos de los que nunca se dudaría, también pueden ser construcciones que pueden ser de otro modo.
(Nota: se utilizaron para la elaboración de esta editorial conceptos vertidos por el filósofo Darío Sztajnszrajber en sus ponencias en la Facultad Libre de Rosario)