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Entrega III
Diario de la Pandemia

Por Efraín Bucler

Día 7 – Domingo 22 de marzo

“Escucháme, Efraín, te llamo para agradecerte. Todo este tiempo pienso en las veces que estuviste a nuestro lado, loco. Siempre con tu gente, con tus amigos. Y ahora, en este momento histórico, con la patria. Por eso, agradecerte, Efraín. Debés estar re cansado y estresado, loco. Por eso te dejo este mensaje y más tarde te llamo. Pero nada, eso, agradecerte de nuevo y un abrazo grande.”

El mensaje de Valentín termina por despertarme de un hermoso sueño. Un sueño desinfectado, sin virus. Me gana la curiosidad y prendo la tele pero veo el mismo collage de siempre: infectados, por suerte pocos muertos, tarados al volante que violan la cuarentena, tarados con uniforme disparando a cuerpos lánguidos en algún barrio de Rosario. Parece que el mundo está expectante de lo que hacemos aquí en los laboratorios de Sudamérica… Pienso que siempre es más fácil experimentar con argentinos en lugar de alemanes o franceses. Los jefes de los gobiernos hablan sobre las ventajas del Aislamiento.

Me esperan mates en el patio con algo casero, porque a comprar no voy hasta el lunes o martes. Lindo almuerzo y mensajes con la familia. Todo en orden. Nada de qué preocuparse, más allá de la situación. Pero empieza a circular entre las charlas por WhatsApp con los amigos alguna certeza de lo que nos pasa: incertidumbre que no deja concentrar ni relajar la mente. Por eso no hay un libro leído, tampoco está limpia la casa y no hay rastro del trabajo manual.

Termina el domingo y la lista sigue colgada en la pantalla de la pc. Solo el ítem “compras” está tachado con una línea horizontal en color azul.

Suena de fondo: “Not even jail”, de Interpol.

Día 8 – Lunes 23 de marzo

Primera prueba del Aislamiento en día feriado. Llego con el auto hasta el retén de gendarmería y me piden el permiso de tránsito y el documento. Le paso la documentación y me preguntan si soy médico. Le contesto que arreglo los aparatos del hospital y me dicen “gracias por lo que está haciendo, señor”. No le contesto y lo miro fijo para que sepa que me doy cuenta de lo que pasa con el pibe que está tirado con su moto al costado del peaje.

En el trabajo calma, mucha calma. Nada por hacer. Sin nuevos pacientes, los hospitales son depósitos de empleados mal pagos tomando mates con galletitas de agua. Pasa el director fumando uno de sus Marlboro Light largos con esa cara de perro malo y me río porque recuerdo el meme que circula sobre él… y es igual. Me saluda por el apellido y me desafía con un “Bucler está contento hoy”. “Si, Casan, como Riquelme, Bucler está feli΄”, le contesto y sigue su paso a la dirección. 

Me retiro porque me da fiaca no hacer nada y porque termina mi horario de trabajo. “Esta persona indispensable para la sociedad e inmortal para la genética se retira”, dice el portero en tono de chanza. Le aclaro, siguiendo la broma, que falta mencionar los millones de pesos que ganamos al año. Me dice que en cualquier momento los diputados y senadores dejan sus bancas para venir a trabajar con nosotros.

Salgo rápido porque la familia me espera con el desinfectante y el alcohol en gel cerca de la puerta para seguir ellos con el feriado y yo con la rutina.

Hace años que no le pido ni rezo. Pero igual pongo en la computadora y escucho: “Una vuelta de tuerca”, de Dios.

Día 9 – Martes 24 de marzo

Día copiado al de ayer, solo que liberan unas vías de la autopista y paso con el auto más rápido y sin controles. Llego temprano y me pongo a leer mensajes y escuchar audios mientras preparo mi mente en sentido literal.

A media mañana me vuelve a llamar Valentín, atiendo y me disculpo por haberme colgado en contestarle el mensaje y dice que no hay problemas y vuelve a agradecer mi cruzada y lo cruzo yo. Le aclaro que no es una guerra y que trabajo porque no tengo otra forma de mantenerme y que si fuera por mí y mi familia este trabajo no lo hago. Insiste en decirme que somos héroes y le contesto que héroe es el que tiene tres o cinco hijos y sin un laburo fijo y que no quiero morirme aquí ni así. Que no me hinche mas con eso de la patria y me corta en seco con un “bueno, chau. Cuídate y gracias igual”.

A la salida el portero saca un armatoste blanco y me apunta a la frente, “quieto ahí coronavirus” me dice. Me causa gracia pero le aviso con un gesto que el director lo está mirando detrás de la ventana. Lo vigila porque quiere retarlo por cualquier cosa y no voy a darle excusas. No tengo fiebre así que me apuro y guarda el aparato en la valija.

En casa la familia me recibe con la bolsa de residuos y una muda de ropa. Aplico el aerosol en las zapatillas. Las dejo afuera como las malas ondas reinantes entre las calles y colectivos vacíos. Kilómetros y kilómetros para llegar a un lugar seguro de todo y vivir la vida real, la del encierro en el bunker. Aquí tampoco olvidamos que es 24 y colgamos el pañuelo blanco en la reja.

Escucho: “El Chupadero”, de Todos Tus Muertos.

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