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Entrega IV
Diario de la Pandemia

Por Efraín Bucler

Día 10 – Miércoles 25 de marzo

La lluvia y la oscuridad me convencen de viajar en colectivo. El auto queda para otro día. Igual no arranca, creo.

En el peaje de Hudson un gendarme para el colectivo y pregunta cuántos pasajeros hay. Como somos pocos, se sube y revisa los permisos de tránsito a todos menos a dos que muestran la credencial de la policía de la ciudad. Llego a Constitución y no llueve por aquí pero la gente corre para entrar a la estación de subte. No encuentro mi tarjeta SUBE así que me paro a buscarla en los bolsillos y en el morral. Dos me miran de costado y cuando giro se hacen los distraídos. Sonrío porque la tarjeta está en el bolsillo del buzo y porque me doy cuenta que mi intuición sigue intacta: a uno de ellos se le puede ver el cordel que sostiene la placa.

En el trabajo inauguramos el sector “cambio de ropas”: dejamos la ropa de calle colgada de perchas en una parte del vestuario y le tiramos desinfectante para volver a usarla en el regreso. Pronto nos llama el director Casan para decirnos que, entre otras cosas, ya están los elementos de bioseguridad reclamados. El resto del día transcurre cambiando cables y esperando el horario de salida. Las ganas de llegar a casa le ganan a la lluvia y decido mojarme igual. 

Miro la fila de autos, uno detrás del otro, prolijos vamos caminando por la vereda. Me pregunto cuántas pandemias faltan para que esta lluvia que me refresca sea radioactiva o algo así.

Escucho en el celular: “The model”, de Kraftwerk.

Día 11 – Jueves 26 de marzo

Llegar a la Ciudad de Buenos Aires con el auto es un milagro. Pienso en voz alta para que me escuche el policía del control que si no quieren que entremos a su ciudad es mejor que nos avisen, y nos quedamos en casa con la familia.

En el trabajo las cosas cambian a partir de hoy. Y no sé por qué. Llama un administrativo al interno para avisar que en unos minutos hay que conectarse para una video conferencia. Al Viejo no le gustan, les dice ‘video órdenes’ y nos hace burlas detrás de la pantalla. Pero también entiende que “esto” ‒como le dice a la situación de crisis‒ hay que llevarlo adelante con los que estamos, que somos pocos. Así que se prepara el desayuno colectivo mientras terminamos la capacitación on line. Tostadas, seis tazas, saquitos de té y mate cocido. Yo preparo el mate solitario. El Viejo dice que no vamos a aguantar, mientras José, que es médico, le contesta que son unas pocas semanas más y se arma el debate. Para el Viejo no vamos a soportar la pandemia porque no tenemos información clara, no tenemos quien nos cuide y esto supera a todos los gobiernos del mundo. Y entonces digo que no tiene sentido debatir porque no hay solución a mano. Y el Viejo me reta por mi postura pre hegeliana. Le digo que soy nietzscheano para que se enoje, se levanta y se va insultando en voz baja.

Al fin llega la hora de salida y me voy a cambiar. Para el regreso prefiero el ambo porque no estoy en condiciones de gastar tanta ropa ni que me confundan con personal de las fuerzas armadas o de seguridad.

A mí me parece una herramienta piola la videoconferencia porque es una forma de estar cerca de las personas que tenemos lejos. Además de cambiar esa costumbre de interrumpirse todo el tiempo. Pero también me queda un poco la sensación de distopía. Aunque al final pienso que no sé.

Escucho: “Beside You”, de Iggy Pop.

Día 12 – Viernes 27 de marzo

Se trabaja el lunes, el sol todavía no sale y ya está haciendo calor, no hay feriado puente, el bono para el personal de salud es de veinte mil pesos en lugar de treinta mil y a pagar en cuatro cuotas. Todavía me falta pasar el control del peaje de Hudson. Lo único positivo de esta mañana es que elegí el micro en lugar del auto y viajo cómodo y con aire acondicionado. La radio, además de darme malas noticias, pasa un tema que me llama la atención porque me hace acordar a Queen.

En el trabajo ya dejan de asistir a partir de hoy los compañeros que forman parte del Grupo de Riesgo por lo que el plantel de mi sector se reduce a cinco. Igual algo se puede hacer así que arrancamos con las actividades hasta el desayuno. La segunda mañana es de vacunación contra la otra gripe, contra la pandemia anterior. Eso también da una sensación de esperanza a más de algún compañero que recuerda, desde estos días, el temor pasado.

En la vuelta a casa el inesperado calor de finales de marzo me empieza a agobiar. Me pican los brazos y un poco los pómulos y luego la frente. Me voy cargando con síntomas de enfermedades inexistentes. Subo al micro y recuerdo esa melodía del grupo parecido a Queen y que tiene tres temas de mucha circulación en las radios y canales de música. 

Ya en casa la familia se prepara para otro fin de semana de cuarentena. Música, libros, documentales y patio, esa porción de pasto, tierra y sombra que envidian los que viven en la antigua comodidad de asfalto, ascensores y deliverys.

Recuerdo la melodía una vez más y escucho: “Grace Kelly”, de Mika.

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