Por Efraín Bucler
Día 13 – Sábado 28 de marzo
El auto roto y no lo puedo llevar a reparar. Trato de meterle mano pero ni idea. Llamo a un compañero de trabajo que sabe de mecánica y me da un par de instrucciones que sigo al pie y que hacen arrancar el Corsa: conectar bien los bornes de la batería.
Lo arreglo para nada porque las compras la hago de a pie para estirarlos un poco y porque en este lugar del mundo todavía el aire es fresco y puro. Las compras son un desafío para la imaginación entre los precios y los bajos salarios. Los aplausos de las 21 todavía no llegaron a sensibilizar a la clase dirigente.
Pero aún en medio de la pandemia sigue siendo sábado y estamos en familia, en un bunker lleno de sol, pasto y aire puro, y todo lo que pasa de malo lo vamos a superar, pienso. Y nos abrazamos en familia y parecemos dentro del video de Él Mató, cuando al final los pibes triunfan, se abrazan y levantan las espadas.
Pienso que tiene razón, así que prendo el equipo de música y pongo bien fuerte: “El Tesoro”, de Él Mató a un policía motorizado.
Día 14 – Domingo 29 de marzo
La rutina de los días cambia para la mayoría de las personas y en esta ocasión también para mí. El domingo parece jueves o martes. La familia descansa un poco de la pandemia. Todos aquí, hasta las mascotas, descansan.
Así las cosas, los vecinos que siempre dan la nota, los chismes y la economía son parte de las conversaciones en las filas. Filas en el cajero que se queda sin dinero cuatro personas antes de mi turno, colas en la verdulería que sube todos los precios, colas en el almacén que los sube un poco menos.
Cocinar en común es uno de los ejercicios de coordinación y solidaridad que mejor nos sale y el resultado se agradece y disfruta. En este momento de aislamiento y crisis tener una familia sin peleas ni violencias es casi una bendición, pienso, y espero que el resto de mi familia también lo piense porque nos esperan los ñoquis del 29.
Aprovecho el disco que está puesto y escucho: “La Noche eterna”, de Él Mató a un policía motorizado.
Día 15 – Lunes 30 de marzo
Todavía no termina una cuarentena que ya empieza otra. Parece que las cosas se están haciendo bien y el optimismo gana en los medios de comunicación, las redes sociales y los grupos de Whatsapp. La calle no, sigue vacía y mi sensación es que hay algún grado de distorsión.
Mientras camino por la vereda de la Avenida Garay alguien desde el piso me pide plata y recuerdo ese rostro que no es otro que el de aquella mujer a la salida de la estación de trenes que siempre veo. Me dice que ya no está más allí porque la echaron y también me dice que se acuerda que siempre le doy unos pesos. La criatura que tiene en brazos duerme. Le acaricio la cabeza y le digo que lo cuide lo mejor que pueda y que a tres cuadras hay una iglesia donde dan comida al mediodía y también puede conseguir ropa ahí.
Pero agarra el billete, se levanta rápido y sale para el lado de Irigoyen porque detrás de mí aparecen cuatro policías, dos femeninos y dos masculinos, que aceleran el paso. Uno me pregunta si la mujer me estaba molestando y le digo que la conozco del hospital porque el bebé se atiende ahí. Me corta con un “que tenga buen día señor” y me quedo parado, desafiándolos. En definitiva es para nada porque siguen caminando por Garay, nomás.
“Trabajamos porque no es feriado pero igual vamos a pasarla bien”, dice el Viejo en tono irónico y sigue: “su presidente y su jefe de gobierno dicen que somos tan imprescindibles que no hay feriado para nosotros”. Pero nadie le sigue la corriente. Algunos porque ya están hartos de las discusiones a las siete de la mañana y otros porque son optimistas y piensan que las cosas se están haciendo bien y están, dicen, orgullosos de lo que votaron.
Miro por la ventana la avenida vacía. Pasa una camioneta de la prefectura con cuatro prefectos riéndose y me vuelvo a preguntar a esta altura de la pandemia por qué mierda tanto optimismo.
Voy para el vestuario, me pongo los auriculares y escucho: “Ellos dicen mierda, nosotros amén”, de La Polla Records.