A fines de marzo y coincidiendo con el principio de la crisis desatada por el Coronavirus, no se tenía muy en claro a qué nos estábamos enfrentando como sociedad. Por esos días, un profesor de la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la UNLP puso para libre descarga Sopa de Wuhan, una compilación de textos de pensadores de la actualidad. Tomando algunas de esas ideas en retrospectiva y también de cara al futuro, surgen estos apuntes para reflexionar dentro de la incertidumbre.
Por Carolina Figueredo
Introducción: cómo pensar la cuestión
Un concepto, la “infodemia”, fue acuñado en círculos de pensadores, filósofos y analistas de la actualidad para contribuir al debate de estos días. Se refiere a la cantidad abrumadora de información que deambulan por todos los medios posibles (medios de comunicación masivos o alternativos y redes sociales, entre otros) que nos genera esa sensación de paranoia, angustia, frustración y finalmente estrés y de la que ni siquiera podemos dar cuenta de su veracidad. Estamos expuestos, en la misma medida, a data certera y a fake news acerca de cómo el mundo enfrenta al Covid-19.
Más allá de eso, lo real es que nos encontramos en una situación de suspensión global, comunicados a través de una pantalla con nuestros seres queridos, familiares, jefes o compañeros de trabajo. Nos han impuesto o nos auto imponemos un distanciamiento del otro para enfrentar al peligro que avanza invisiblemente en forma de pandemia. El vacío invade nuestra cotidianeidad mientras que desde los sectores de poder evidencian sus ansias por seguir manteniendo unido a un mundo (hola globalización) que ya rompió esa ligazón.
Teorías de todo tipo se han tejido y se seguirán tejiendo sobre el punto de inicio del virus y sobre los intereses detrás de su existencia. Desde la información inicial sobre la transmisión a una persona que tomó una sopa de murciélago, pasando la posibilidad de que haya sido diseñado en un laboratorio hasta la idea de un plan para extender políticas aún más autoritarias, lo cierto es que todas las hipótesis se dan en el marco que el neoliberalismo genera: ya sea el hambre extrema que lleva a comer animales no aptos para consumo, ya sea para intenciones imperialistas de quienes están peleando en la carrera por la supremacía del control mundial.
En este contexto, se declaró el aislamiento obligatorio de manera total o parcial en países de los cinco continentes. El virus por sí mismo no hace distinción, sin embargo la disparidad económica y social en las zonas pandémicas garantizan esa desigualdad. Así, el nacionalismo, el racismo, la xenofobia, la violencia contra las mujeres y disidencias, y la explotación capitalista encuentran formas de reproducir y expandir sus poderes desde los discursos oficiales y los que son reproducidos sin ningún tipo de pensamiento crítico o sensible. Lo que este tipo de razonamiento construye es la idea de que hay vidas que importan más que otras, entonces está claro a quién vale la pena proteger o salvar.
Lo que hemos aprendido hasta ahora del Covid-19 es que implica una serie de operaciones que dan por resultado el miedo al contagio y que concluye en la aceptación de: vigilancia policíaca y militar, confinamiento, distancia, supresión de todas las libertades sin cuestionamiento, clasificación de actividades en “imprescindibles” y de las otras, postergación de otras problemáticas que veníamos discutiendo como sociedad, erradicación de las manifestaciones, pérdida de la calle como espacio social de puja ante reivindicaciones o demandas, sometimiento a la virtualidad. Todo esto debido al pánico que genera la mentada “infodemia”.
El distanciamiento social y la individualización que eso conlleva hizo que “el otro” se transformara en sospechoso, el estado de alerta es absoluto y las medidas de higiene son calcadas de una película sobre un ataque nuclear. La circulación de los cuerpos es prohibida y el fascismo cumple su sueño húmedo al propagarse la idea de que los otros son el peligro. “La nueva frontera es la mascarilla”, sentenció el filósofo Paul Preciado; “nuestro prójimo ha sido abolido”, dijo por su parte el pensador italiano Giorgio Agamben.
Utilización de la pandemia
Según intereses de los grandes sectores financieros, empresas multinacionales o autoridades gubernamentales, apoyados por medios de comunicación aliados, se toman medidas de control y vigilancia, autoritarias y represivas.
Pensemos de qué manera llegamos a las cuarentenas a nivel internacional: desde la segunda mitad de 2019, en varias y distantes partes del mundo se estaban desarrollando movimientos de protesta: Chile, Ecuador, Colombia, Bolivia, Haití, Nicaragua, Medio Oriente, Hong Kong, etc., se levantaban con rabia contra políticas económicas de corte liberal o de capitalismo estatal. Todas expresiones proletarias que salían a la lucha porque el sistema económico dominante no les permitía llegar a fin de mes o porque el Estado se metía obscenamente en sus vidas como trabajadores o simplemente en su cotidianidad.
A partir de la crisis financiera de 2008 en Estados Unidos, el Capitalismo había quedado resentido más allá del rescate de deuda que realizó China. Esto resultó en una expansión de la economía del país asiático, lo que repercutió en un desplazamiento (aunque no total) del centro de la hegemonía capitalista. Estas convulsiones al interior del modelo neoliberal se dan a partir de una dependencia cada vez mayor del sector financiero por sobre la manufactura de bienes y servicios “tangibles”. El ciclo de expansión se había terminado y se encontraba en un estancamiento. De hecho, los fenómenos como la militarización extrema de países que anteriormente no lo estaban, nuevos ensayos de políticas dentro de la globalización, el declive del neoliberalismo de las últimas cuatro décadas, el robustecimiento de los Estados y el resurgimiento y auge de las ultraderechas, son todos procesos de largo aliento que en esta coyuntura se aceleran.
¿Cómo podrá el Capitalismo entonces hacer frente a esta pandemia y al parate que implica? ¿Tal vez utilizando esta inmovilidad como una transición? ¿Tal vez se desplome directamente como lo hizo el precio del petróleo a mediados de abril? ¿Tal vez decante en implosión, se derrumben las bolsas de valores y tengamos otro crack como en 1929, esta vez irremontable? La cadena global de crecimiento se ve afectada como un organismo vivo, infectado como los cuerpos con Coronavirus. La aceleración y la exaltación consumista propia del orden económico dan paso a una situación estanca e incierta.
En medio de este contexto mundial, la cuarentena, implementada en un primer momento en China, se va extendiendo al resto de los países. Algunos con políticas más liberales tienen un saldo de muertos mucho mayor, otros con políticas de Estado autoritarias “demostraron” tener más control: China, Rusia, Turquía y Arabia Saudita, con custodia estatal y tecnología virtual de avanzada metiéndose por completo en la vida de la sus pueblos, argumentaron que con esos Estados fuertes y vigilantes es más factible luchar contra el virus que en los casos de los más liberales como EE.UU., España o Italia. Sólo con eso pareciera que la tumba del neoliberalismo se empieza a cavar y que nos encaminamos hacia el autoritarismo con aprobación popular.
Crisis Sanitaria
Ante esta pandemia, los gobiernos se reinventan en la estatalización y las decisiones políticas regresan a un primer plano. Se visten de Estado de Guerra. Y comienzan a utilizar lenguaje bélico. Se habla de “una guerra que vamos a vencer todos juntos” en “una batalla sin cuartel”. Esconden tras esa denominación una intención de cohesionar a la sociedad frente a un enemigo que nos acecha a todos. La retórica guerrera apunta a un imaginario de inmunidad batallante en vez de promover una inmunidad comunitaria. Vemos también, cómo en Argentina se aprovechan las metáforas futbolísticas porque, se sabe, somos un país con garra y “de esta salimos alentando”.
Las personas mayores, descarte de la sociedad, son los más propensos a contraer el virus, al igual que las personas que sufren enfermedades crónicas o referidas al sistema respiratorio. También los más débiles que no pueden alimentarse bien debido a la escasez de recursos materiales y la imposibilidad de hallar un trabajo con el que comprar alimentos sanos y variados. No todo el mundo tiene el privilegio de cumplir el eslogan “quedate en casa”. Respetar la cuarentena es sumamente necesario, sin embargo no todos pueden hacerlo. Los trabajadores de la salud, en primer lugar, y los trabajadores de las denominadas “actividades esenciales”, sin máscaras u otras protecciones en muchos casos, y a medio metro de distancia uno del otro. Pero también los “sin techo” o aquellos que viven el día a día, los que con sus trabajos o changas llevan diariamente el sustento a sus familias. No debe existir sensación más desesperante que no tener un pedazo de pan para darles a sus hijos.
Por otro lado, los sistemas de salud en todo el mundo naufragan. Ya sea porque son privativos (como en EE.UU) o porque los públicos fueron desfinanciados por los gobiernos neoliberales que azotaron a países en América del Sur, del Norte y Europa en los últimos cuarenta años. Estamos comprobando que son sistemas insuficientes y colapsan ante una pandemia de esta magnitud. Tampoco se encuentra hasta ahora con una vacuna, aunque podemos jugar a adivinar qué pasaría si se descubre: el dominio sería de los poderosos.
El hecho de que el personal de salud esté totalmente precarizado y sea el más expuesto es producto del mismo sistema criminal. Hay escaso personal y escasos centros de atención. La crisis sanitaria que atravesamos no puede ser detenida por las manos de los médicos y enfermeros porque se escurre entre sus dedos, sin Elementos de Protección Personal (EPP). Otro dato que demuestra el estado de desidia es que Argentina tiene una de las tasas más altas de trabajadores de la salud contagiados, alrededor del 15%. Las condiciones en las que tienen que atender pacientes es directamente proporcional a la desfinanciación de la salud pública, que se traduce en falta de inversión para comprar instrumental, cubrir las vacantes y mantenimiento edilicio.
Infecciones virales en términos real y virtual
La propagación del Covid-19 sucede, como es de esperarse en esta sociedad moderna, en dos niveles: uno mediático, de redes sociales, inmediatez y “viralización” (vaya paradoja), y otro en lo concreto, en cifras reales de infectados y fallecidos y en cómo el sistema adecúa la situación para su provecho.
En el primer punto, el “infovirus” alude a la manera en que la producción, circulación y recepción de todo concepto referido al Covid-19 se transforma y adquiere una determinada significación, y cómo la comunicación es producción social de sentido. Un determinado fenómeno (en este caso, el virus) se puede “entender” de determinada manera dependiendo de cómo es comprendido socialmente y en relación a la cultura de cada comunidad. Los significados y los sentidos se entrecruzan con las posturas y actitudes que toman las personas en relación a la nueva situación presentada mediante las imágenes apocalípticas que vemos constantemente.
Saliendo de lo simbólico, tenemos la producción, circulación y recepción de bienes y capitales en esta realidad donde los trabajadores están controlados y el mandato del distanciamiento está “normalizado”. Dice el filósofo y activista croata Srecko Horvat: “El coronavirus no es una amenaza para la economía neoliberal, sino que crea el ambiente perfecto para esa ideología. Pero una crisis sanitaria podría favorecer el objetivo etnonacionalista de reforzar las fronteras y esgrimir la exclusividad racial, de interrumpir la libre circulación de personas, asegurando una circulación incontrolada de bienes y capitales. Ya ha afectado a la economía global y pronto nacerá una forma más peligrosa de capitalismo, que contará con un mayor control y purificación de las poblaciones”.
El proceso de curación y cuidado sólo puede aparecer en un contexto de transformación política y social. Un contexto por fuera de las medidas proteccionistas de los Estado-nación, por fuera del cierre de fronteras y comunidades y alejada de la vigilancia cibernética de los cuerpos. Mutar, como lo hace el virus. El fracaso del sistema queda a la vista de todos. El progreso científico y tecnológico es bajado de su entronización al mostrar desconocimiento e imposibilidades sobre un virus nuevo. También nos pone frente a la desprotección de la humanidad ante el traspaso de enfermedades entre animales y ser humano, en un contexto de neoliberalismo devastador. La globalización misma es una pandemia.
Epidemias pasadas y sus enseñanzas
A lo largo de la historia de la humanidad hubo otras pandemias. Pero esa historia pasada no contaba con los factores de creación científica ni con la globalización. No podemos decir que el Covid-19 haya sido creado en un laboratorio pero sí podemos nombrar las consecuencias que está teniendo hasta ahora para las clases más desprotegidas.
En el siglo XIX y XX la epidemia del Cólera causó 1 millón de muertes. La ausencia de saneamiento y de agua potable fueron los principales responsables de su propagación, que trascendió las barreras de clase. Uno de los resultados de esto último fue la implementación de medidas asociadas a la salud e higiene públicas. La puesta en marcha de este cambio derivó de la intranquilidad de las clases altas ante un posible contagio. Las clases bajas nunca son tenidas en cuenta en estos cambios estructurales.
La denominada “Gripe Española” (1918-1919) fue la tercera más letal de la historia: en el poco tiempo que duró causó entre 40 y 50 millones de muertes. La epidemia del N1H1 se desarrolló durante la I Guerra Mundial. Los países beligerantes no informaban sobre cantidad ni causa de muertes. España que no había formado parte de la conflagración sí mostraba sus cifras, de ahí que se habla de Gripe Española. Se estima que infectó a 500 millones de personas en todo el mundo, alrededor del 27% de la población global. A pesar de la devastación que esto implicó a nivel de vidas humanas, sus efectos económicos no fueron tan graves como los que se viven ahora. Hoy en día el Capitalismo global provoca estragos contradictorios.
La economía que estaba sometiendo al mundo del trabajo a una precarización y sobreexplotación con salarios decrecientes, a la vez que sumía al resto de la sociedad a una vorágine consumista, aceleración y sobreestimulación, encontró en esta fase rapidez para cerrar fronteras y justificación para despedir trabajadores.
El filósofo surcoreano Byung-Chul Han ensaya una hipótesis: “Por primera vez, la crisis no proviene de factores financieros y ni siquiera de factores estrictamente económicos, del juego de la oferta y la demanda. La crisis proviene del cuerpo. La desmovilización general del coronavirus es un síntoma del estancamiento, incluso antes de ser una causa del mismo.”
Si bien el Capitalismo pudo sobreponerse en cierta medida al colapso financiero de 2008, esto se dió porque los componentes del mismo eran del ámbito económico y las finanzas. Siguiendo la línea de pensamiento de Byung-Chul Han, esta vez la crisis no es causa de un determinante financiero sino extrasistémico lo que hará difícil la sobrevivencia del sistema-mundo como lo conocemos.
Salida de la crisis: triunfo de los poderes concentrados o un nuevo paradigma comunitario
Esta situación de confinamiento y parate económico nos hacen preguntarnos ¿cuánto tiempo más soportarán los grandes empresarios y el sector financiero sin generar ganancia? ¿Podemos especular con un desplome de los centros económicos y de poder? Ciertamente, porque no existen los milagros capitalistas.
Frente a esta coyuntura también entendemos que los sectores explotados y desposeídos pueden dar un paso al frente, y lo harán si las condiciones de marginalidad siguen en esta situación un tiempo más o deban enfrentar una crisis aún más grave que la actual. Los desprotegidos no tienen mucho que perder. Entonces, tenemos a los dos grupos enfrentados en sus intereses pero posibles de estallar a su manera.
Ante la encrucijada de cómo se desenvolverá este estado de cosas en los días venideros, dos alternativas se presentan como las más convincentes: una que predice condiciones tendientes a un estado más totalitario, más controlador, basado en la vigilancia masiva y la represión política y social a través de la tecnología; un estado, en fin, muy similar a las distopías que plantearon varios escritores de ciencia ficción. La otra opción trata más bien de dar por sentado que el capitalismo ya no es viable, y que claramente hay que adoptar métodos comunitarios en los que la vida humana y el bienestar de todos valga más que el capital y sus ganancias ilimitadas.
Las condiciones de esta pandemia fueron creadas por el neoliberalismo, por los recortes a la salud pública y todo lo que eso conlleva, por las condiciones de marginalidad en que viven millones de seres humanos. Franco Bifo Berardi, uno de los pensadores más interesantes de la actualidad, plantea lo siguiente: “Existe una divergencia en el tiempo que viene: podríamos salir de esta situación imaginando una posibilidad que hasta ayer parecía impensable: redistribución del ingreso, reducción del tiempo de trabajo. Igualdad, frugalidad, abandono del paradigma del crecimiento, inversión de energías sociales en investigación, en educación, en salud. Podríamos salir de ella definitivamente solos, agresivos, competitivos. Pero, por el contrario, podríamos salir de ella con un gran deseo de abrazar: solidaridad social, contacto, igualdad”.