Entrega VIII Diario de la Pandemia

Por Efraín Bucler

Día 22 – Lunes 6 de abril

La madrugada fría me encuentra caminando hacia la rotonda por enésima vez. El paisaje me parece monótono y el hastío me hace apagar la radio en el celular porque todos dicen lo mismo. Prefiero la música. Yo acato las normas y me enojo con esa clase social que nunca respeta las reglas de convivencia en sociedad y nos mete en una pandemia mundial. No llego a terminar de hilar el pensamiento que ya asoma el micro y corro a tomarlo.

En el trabajo mis compañeros evidencian el cansancio o será que pongo el foco en sus rostros. Por eso les recuerdo que es una semana corta y que hay que bancar un poco. Por dentro pienso que estamos todos sobrepasados y no sé si vamos a soportar por mucho más hacer el trabajo con la mitad del equipo, recorrer hospitales contagiados de virus y de precarización laboral. Me traen una planilla donde figura un cambio de destino y es el hospital Vélez Sarsfield el que me espera. Justo me recuerda un compañero que en ese barrio hay un brote de contagio de Dengue. Le contesto con sorna que si no es por coronavirus la muerte no cuenta. De todas maneras, agarro mi kit de emergencia con todos los elementos de bioseguridad. En el hospital hago todo lo mejor y rápido posible para no tener que volver. Todo sale como necesito y cuando me doy cuenta ya estoy volviendo a mi casa.

Tarde de películas en familia. Los sobrinos crecen sin mí y eso no me preocupa pero me entristece porque me gustaría estar con ellos. Por otro lado, me alegra que no se dejen llevar por nada de este mundo arruinado, decadente e inestable. Saludo con una sonrisa un poco amarga y uno de mis sobrinos que lo nota me manda un mensaje al WhatsApp. Le contesto con la misma fe que recorro todo el día lunes, aunque aclaro que lo quiero mucho.

Escucho: “Camino”, de Los Punsetes.

Día 23 – Martes 7 de abril

El frío se instala y dejo la bermuda como opción e incluso el buzo no alcanza para abrigarme. Este clima complica las cosas porque necesitamos airear los ambientes. Voy yendo en el auto con las ventanillas media bajas y la música de a poco le gana a la radio como opción, porque las noticias son malas y a veces son las mismas de otros días. Y porque la música me salva. Me acuerdo de la frase “loquero salva” y me río porque al que no conoce la banda marplatense puede pensar en un neuropsiquiátrico.

Es ahí donde me toca ir hoy, más precisamente al Moyano. Es un hospital con una edificación muy linda y unos parques muy lindos también. Tiene un museo y un anfiteatro construido todo en madera. Voy porque el mantenimiento privatizado no contempla el instrumental y aparatos electrónicos.

La rutina de los días no me pesa, pero si la falta de guita, porque recién empieza el mes y ya me quedo sin plata y cobro recién el mes que viene. Al virus no le tengo miedo. Teniendo los elementos de seguridad es cuestión de hacer las cosas con cuidado o no hacerlas directamente. Pienso en esto mientras termino de cerrar la tapa de la máquina de rayos y sonrío porque sé que está lista para funcionar como yo lo estoy para volver a casa.

Los controles que implementan para la Semana Santa hace más lento el regreso. Coloco mi permiso contra el parabrisas para que se lea “Ministerio de Salud”. Llevo puesto el ambo y el barbijo. De todas maneras, me para el gendarme y no le dejo que toque los papeles y le digo que se puede contagiar porque trabajo en hospitales. No tiene ganas de pelear así que me agradece en tono irónico y sigo rápido porque mi familia espera.

Además del frío que no me gusta, aparece en la tele el Jefe de Gobierno. Empiezo a insultar la pantalla como siempre que veo a este tipo que no deja de hacer negocios y que vino a cerrar hospitales, y que los periodistas oportunistas y coimeros lo hacen ver como un superhéroe. Me acuerdo que hay una canción de Loquero que habla de lo que digo y pienso y me acuerdo también de la frase “Loquero salva” que es todo un slogan para el público de la banda.

Escucho: “El Soldado”, de Loquero.

Día 24 – Miércoles 8 de abril

Viajo rápido por la autopista. Parece que haber puesto un “Carril Izquierdo” empieza a funcionar. Un mes le lleva al gobierno y las fuerzas de seguridad organizar de manera coherente el ingreso a la ciudad, pienso.

“La gente tiene miedo de venir a trabajar”, dice el Viejo en la charla del desayuno. Le contesto que algo de eso hay pero que también “la gente” -se lo remarco porque sabe que le molesta- tiene miedo a perder el trabajo porque vé que la situación económica es caótica. Y me replica que  si nos basamos en la cuestión sanitaria nadie tiene que venir a trabajar. Agarra la taza y se levanta para irse. Está nervioso y me doy cuenta así que no sigo la discusión. Hoy hay reunión con la dirección, por eso tanto análisis sobre la situación de los compañeros. “Insisto en que somos un sindicato sin dirigentes, con delegados de base pero los dirigentes nos dejaron solos para resolver todos los problemas de esta pandemia de mierda”, discursea y se va para el pañol.

El Viejo es claro en lo que dice, y tiene una visión centrada en la defensa de los trabajadores. Por eso lo elegimos para que hable en la reunión con el Dr. Casan. No obtenemos nada, solo una discusión con un director que de salud pública que no sabe nada. De hecho, se pasa toda la reunión fumando y tosiendo sin taparse la boca con el antebrazo. Se lo hago saber y también que cuando termine la pandemia él y toda la manga de inútiles que lo secundan van a responder por no cuidar al personal. El portazo lo doy yo porque el Viejo sale disparado y los otros dos delegados detrás de él. El perro faldero del director se despierta por los ruidos y comienza a ladrarme.

Regreso a la oficina porque olvidé el celular y el perro me sigue ladrando. Casan mira la sorpresa en mi rostro y me pregunta desafiante si está mal que tenga un perro. Miro ese bicho pequeño, blanco y peludo como un peluche y le contesto que no, que no es fácil la soledad.

Vuelvo a mi sector cantando en voz baja: “Caigo en un pozo”, de Ricky Espinosa.

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