Una aproximación al largometraje
El hoyo del sistema
¿Es el filme una crítica al sistema o una visión hobbesiana del ser humano? Proponemos un análisis distinto para pensar El Hoyo desde una mirada sobre el actuar del encierro penitenciario en la actualidad.
Por Ivánovich
A partir del estreno de El Hoyo, la ópera prima del español Galder Gaztelu-Urrutia, una primera interpretación señala al largometraje como una crítica al capitalismo salvaje y sus expresiones más comunes como el egoísmo y la indiferencia. Los elementos iniciales con que se presenta el filme parecen dar cuenta de ello. Sin embargo, con el transcurso, ese mensaje comienza a perder fuerza para tornarse en un ensayo contra la naturaleza humana y es entonces cuando el peso reflexivo centrado en una visión pesimista del sistema es reemplazado por la idea de la supervivencia en un mundo donde las personas parecen ser las culpables de sus propios males, siendo indiferente el contexto histórico.
Pero otra lectura es posible.
La película El hoyo transcurre en un contexto de encierro. Esta táctica punitiva, en términos foucaultianos, es el modo de castigo que predomina en la sociedad de nuestro tiempo, establecido de manera definitiva entre el siglo XVIII y XIX. Sin embargo, el encierro que observamos en la pantalla se estructura de una forma peculiar que inicialmente se diferencia del modelo de prisión que conocemos. Consta de una construcción vertical con habitáculos para dos personas, en la que se distribuye la comida por medio de una plataforma que se desplaza desde el piso superior hacia abajo, donde se puede augurar que no llegará comida.
El lugar es organizado de una manera que impone sobre el mismo un sistema de vigilancia y control ininterrumpido, donde cada acción es monitoreada a los fines de sancionar las posibles transgresiones de la población, que es siempre potencialmente peligrosa, lo que precisamente justifica la aplicación de dicho mecanismo. Control total. De todos modos, el control de infracciones es selectivo, o en otros términos, es permisivo frente a determinados actos de violencia que no ponen en peligro el statu quo. Es decir, existe una violencia no permitida y otra que si no es permitida tampoco es castigada. En derecho penal se le llama selectividad.
Pero el encierro no parece ser suficiente, privar al individuo de su libertad es solo una parte. A ello se le aplica un plus, que actúa sobre las emociones, los pensamientos, la voluntad y, en definitiva, sobre la personalidad de quienes están encerrados, con el objetivo de modularla, de someterla a su régimen. En la película, eso funciona a partir del racionamiento de alimentos, que a su vez tiene una serie de consecuencias, en principio desconocidas por quienes ingresan, lo que nos muestra la invisibilización de las prácticas que ocurren hacia el interior de la prisión. Esto mismo es posible pensarlo para nuestras cárceles que no tienen ningún tipo de publicidad sino que representan un tabú y es sencillo pensar por qué es así.
Durante el desarrollo de la trama, se llega a advertir que la presencia de algunos individuos es voluntaria, es decir, el sometimiento a una terrible degradación a cambio de una contraprestación. No parece raro que sea el individuo el que voluntariamente se someta a un régimen que lo esclaviza, así lo demuestra el ejemplo de largas jornadas laborales que continúan en el hogar de los trabajadores contemporáneos, en el afán de ser útiles a la empresa a la que se pertenece, o las nuevas formas de esclavitud relacionadas al consumo.
Parece ser entonces que en los casos en que se impone la pena lo que se castiga es, de acuerdo a la mecánica que muestra el film y tal como ocurre en las prisiones actuales, no lo que han hecho, sino algo más que -siguiendo el razonamiento- interviene en una esfera que escapa a lo superficial, que podríamos denominar metafóricamente “el alma”, y por ello que lejos de lograr “corregir” o “curar”, reproduce un tipo de personas.
De allí que podamos hablar de una estrategia de dominación, que horada la personalidad de las personas encarceladas, que administra la marginalidad, que suspende el conflicto exterior, lo interna momentáneamente para luego volver a soltarlo y finalmente reproduce la categoría de individuos que luego van retornar a sus dominios, que difícilmente puedan evadir. De este modo, el castigo se desempeña como una táctica política en un entramado social complejo que se relaciona con el sistema de producción imperante, como se observa de forma extrema en El Hoyo. Es así porque nuestra sociedad, y aquella que se representa en la película, está asentada en la desigualdad y lidiar contra ella puede implicar una anomalía que eventualmente legitime el estadio en la prisión.