Entrega XLIII
Diario de la Pandemia (Última Fase)
Por Efraín Bucler
Día 254 – Lunes 23 de noviembre
Llego a la parada y me sorprende ver tanta gente esperando el micro. Pienso que tal vez se haya descompuesto una unidad, o que alguna de las líneas esté de paro. La señora que está delante de mí en la fila me dice que esta así hace tiempo. Que ella es esencial y que cada vez hay más gente viajando en este micro.
Llega uno y me toca viajar parado, voy igual porque no quiero que se haga tarde. Cuando llego me preparo unos mates en solitario y a medida que llega el resto vamos hablando de la Resolución 1092. Para Adrián no solo hay que tener en cuenta que no se puede dejar sin personal el Taller sino que al menos dos personas tienen que estar.
El Viejo pretende que sean tres la cantidad mínima de gente trabajando. A todo esto, Jorgito pregunta por el tordo Soclovsky. “Quién sabe”, le contesta el Viejo. En eso llaman de la dirección para que vayamos todos a diagramar la modalidad que vamos a utilizar para tomarnos las vacaciones.
Casan pide que seamos ordenados y que cada uno termine sus trabajos así no recarga a los demás. Nos avisa que los hospitales van a aprovechar este periodo para reparar la mayor cantidad de aparatos posibles, así que no rechacemos trabajos por menores que sean. Y de paso nos felicita por el trabajo realizado durante estos meses. Estaba por empezar un discurso pero entra por la puerta su secretaria avisando que tiene un llamado del ministerio. Se disculpa y salimos para el Taller escuchando de fondo el pedido del director: “por favor, dejen a un lado sus prioridades y piensen en los hospitales y la gente que necesita que esos aparatos funcionen”
Escucho: “Golpe Bajo” de Loquero.
Día 255 – Martes 24 de noviembre
Tengo un poco de suerte y encuentro un asiento vacío. El viaje de ida al trabajo es confortable después de todo: el sol ya empezando a asomar por el horizonte, la autopista cargada de autos pero no tanto, los asientos reclinables del micro, la música por los auriculares se disfruta más cuando no hay que prestar atención al tránsito.
Eso me relaja y me predispone bien para llegar, saludar a todos los compañeros, preparar mi mate y después sentarme a resolver en conjunto las licencias y el trabajo por delante. En realidad, me doy cuenta que todos estamos más relajados y calmos, que a nos cayó bien la famosa Resolución. La reunión es cordial y enseguida acordamos sobre las tareas de acá en más. Dejamos para mañana las fechas de vacaciones porque ni el Viejo ni Adrián están decididos cuando tomárselas.
A la salida, llamo a la perfumería de Quilmes y salgo para allí. Elijo el tren, la estación de Constitución está más vacía de lo que pensaba. Están los movileros de los canales de noticias, encimándose sobre la gente que entra o sale de la estación. Paso rápido por delante de una cámara porque me espera el tren que en cinco minutos sale del andén 12 y que va a La Plata. A trabajar otra vez, volver al ruedo, pienso.
Escucho: “Una y otra Vez” de Sin Ley.
Día 256 – Miércoles 25 de noviembre
Ya está todo liquidado, me tomo vacaciones como quería y necesitaba. Elegí la primera tanda, a partir del 14 de diciembre para salir lo antes posible. Tñengo mi libreta a mano para ir tachando los días que me faltan. Eso, y el trabajo en la perfumería de Quilmes me hacen el viaje más ameno. Casi no me doy cuenta de la cantidad de gente parada: poco y nada de distanciamiento, pienso.
Y hace también que el trabajo en el Taller sea un trámite, para que pase lo más rápido posible la hora, el día, los días.
Cuando ya estoy en el tren camino a Quilmes el dueño de la farmacia me avisa que salió a hacer unos y tramites y que el encargado me va a indicar todo lo que hay que hacer. El tren llega a la estación, camino las dos cuadras por la peatonal Rivadavia y entro al local en cuestión. Son tres tótems para alcohol en gel y un arco sanitizante para la entrada del personal. Le paso el presupuesto por Whatsapp, me da el ok enseguida y aparece el encargado trayendo unas cajas con los aparatos que armar y colocar.
Empiezo a trabajar y me llega un mensaje al celular. Atiendo rápido porque pienso que es el dueño del local pero es del Viejo Jáuregui y hay solo dos palabras: “MURIO MARADONA”. Me quedo quieto por un rato, mirando el celular. Levanto la cabeza y veo un empleado que corre hasta el sector de cajas donde hay un televisor. Se agarra la cabeza, cruzamos las miradas y me dice que no puede ser, leo en sus labios los insultos al periodista que da la información, a los abogados, al médico que lo operó hace apenas diez días.
Fue así nomás, murió Maradona y sigo con el trabajo. Lo termino y Santiago, que así se llama el dueño, me paga y me dice que tampoco lo puede creer, que es de Boca porque el tío lo llevó a ver ‘al Diego’ en la bombonera. Me dice que murió el ídolo y nació el dios. Yo agarro el dinero, lo guardo y salgo caminando para la estación, aunque me detengo unos minutos en una vidriera. Es cierto nomás, pienso.
Escucho: “Santa Maradona” de Mano Negra.
Día 257 – jueves 26 de noviembre
Voy caminando a tomar el micro y pongo música; no quiero escuchar las noticias. Maradona murió el mismo día que asesinaron a Rafael Nahuel y el día de lucha contra la violencia hacia las mujeres. Y sin embargo, la conmoción del pueblo está puesta en la despedida de ese enorme personaje, contradictorio y demencial, rebelde y justiciero, padre ausente e hijo predilecto, menemista y guevarista, el negro más poderoso de nosotros.
Diego ya no está, y eso en algún punto nos hace más endebles: aunque sea en el banco de suplentes, frente a una cámara de televisión o incluso en una tribuna, mientras estaba Maradona siempre había una esperanza. Y eso ya no está. El hombre más increíble, el dios con los pies de barro; el ídolo roto, como nuestra cuarentena, como nuestras esperanzas. Tan próximo y tan lejano. Solo habrá que dejarlo ir y arreglarnos con lo que tenemos, sabiendo que la chance extra ya la perdimos, apenas ayer.
Escucho: “El féretro” de Todos Tus Muertos.
Día 258 – Viernes 27 de noviembre
Viajo sentado, después de haber esperado unos veinte minutos. El sol ya casi está a pleno y me pega en el costado derecho de la cara. Por los auriculares, la radio anuncia un día caluroso y con un poco de viento. Voy tranquilo, sabiendo que las cosas se van resolviendo. En el trabajo están todos organizando sus vacaciones y los del departamento de personal llenan los formularios de licencias de a montones.
Espero que el monitor del ecógrafo frente mío encienda para ir a desayunar. Pero no prende, así que lo vuelvo a desarmar y me doy cuenta que me faltó conectar un switch. Ahora sí funciona. Lo embalo para que se lo lleve Adrián hasta el Hospital Udaondo. Me llevó una hora más dejarlo en condiciones. Ahora sí a descansar, pienso.
Salgo del trabajo y Jorgito, que va a buscar unas zapatillas que compró online, me deja en la parada del micro. Y llego más rápido a casa. Esta tarde habla el presidente por la extensión de la cuarentena. Esperamos frente al televisor pero sin prestar mucha atención.
Al fin aparece y dice que ya están mejores las cosas y que con las vacunas que van a llegar en diciembre el panorama es mejor. La especulación de los analistas es que tendremos temporada veraniega. Eso nos predispone a fantasear con una posible estadía en algún rincón de paraíso entre bosques y playas al sur de la provincia.
Escucho: “Vacaciones” de Los Blenders.
Día 259 – Sábado 28 de noviembre
Está todo listo para que sea un sábado relajado, positivo después de tantas preocupaciones e incertidumbres. Pasó una etapa de cuidados extremos, cuidados medios y, a veces, casi sin cuidados. Temporada larga de barbijos, alcohol, agua con lavandina y zapatillas arruinadas.
Con ilusión, nos ponemos a tomar unos mates y buscar alguno de esos lugares a los que solíamos consultar. Una semana, no mucho. Antes de navidad, entre el 25 de diciembre y fin de año. Todos problemas para resolver con alegría y entusiasmo. Solo queda arreglar el auto, cargarlo de valijas con ropas y salir para la Autovía 2.
Escucho: “Vacaciones en el cementerio” de Mal Pasar.
Día 260 – Domingo 29 de noviembre
Es fin de mes, pero en el mercado de la plaza cerca de casa hay una carnicería que acepta tarjeta de crédito, así que se impone un asado familiar. Asado no para celebrar sino para sentir que estamos vivos después de tanta muerte. Y por la cantidad de gente delante de mí, son bastantes los vecinos que van a usar la parrilla.
Por la tarde paseamos por la plaza, con el tapabocas a pesar de ser casi los únicos en llevarlos. El crepúsculo nos encuentra buscando ropa en el placard. Todo muy lindo, hasta que llega un mensaje al grupo de Whatsapp del trabajo. Es Jorgito que dice “compañeros, disculpen la molestia pero tenemos que hablar URGENTE…hay problemas”
Escucho: “No pasa nada” de Flema.