Las canciones que marcan nuestras vidas Elegimos nuestros temas favoritos

El arte contemporáneo trata de la estética de la expresión, en la que las emociones, razones y experiencias de los individuos toman una dimensión central. La sensibilidad artística adquiere caracteres diferenciales de acuerdo a la rama que estemos analizando; aun así, siempre advertimos lo precario e imperfecto de todo lenguaje para expresar lo que se percibe y siente. ¿Podemos decir que la música es la herramienta comunicacional más amiga de la verdadera expresión? Quizás, pero entraríamos en una discusión entre los diferentes campos del arte y eso no tendría sentido.

Lo que sí podemos asegurar es que concebimos al arte como algo inseparable de la vida, como un compañero de ruta que nos interpela a desarrollar una mirada poética sobre la existencia y las cosas que nos rodean. Ser testigos de la belleza e intentar traducirla, así como también a la voz interna de cada sujeto que luego se vuelve colectiva en la obra. En este trayecto en donde comprendemos al arte como una revelación inacabada, novedosa siempre y fuente de inspiración, las canciones son engranajes sencillos a la vez que subversivos, que con exactitud y determinación estremecedoras pueden prender fuego el alma de cualquier persona.

¿Qué sería del mundo sin canciones? No podríamos imaginarlo. O sí, y pensar que sin melodías todo carecería de sentido, de motivación, de alegría, de pasión y también de melancolía. Se mantendría todo plano y gris. La música es un gran motor en nuestra vida diaria y quienes hacemos La Linterna la vivenciamos como una forma de amor. De hecho, ¿pueden imaginarse un amor sin una música que lo caracterice, que lo represente? “Tal vez las canciones sean el lenguaje del amor”, escribió recientemente el músico australiano Nick Cave en su página The Red Hand Files, y no podemos estar más de acuerdo.

En las sucesivas entrevistas que estaremos entregando le pediremos a los músicos y las músicas que nos cuenten sobre sus canciones favoritas como una forma de acercarnos aún más a su mundo musical y también a su mundo interior. Que nos entreguen un poco de su universo privado para que a su vez nosotros lo podamos compartir con ustedes.

En esta primera entrega, a modo introductorio, el staff de La Linterna se toma el atrevimiento de realizar un listado propio. Si bien las canciones hablan por sí mismas, proponemos una breve caracterización ─en un nivel de subjetividad inevitable─ para tratar de contar por qué estas piezas nos interpelan de tal manera.


Joy Division – Love will tear us apart (Carolina Figueredo, redacción)

Inicialmente resueltos por el punk inglés y especialmente por Sex Pistols, Joy Division comenzó su carrera de manera más rabiosa hasta que encontraron su propio rumbo en un momento que los sonidos empezaban a mutar. El post-punk dio una profundidad a esa furia inicial transformándola en melodías más introspectivas sin perder la rebeldía. Con una Manchester profundamente atravesado por las políticas de Margaret Thatcher, convirtiéndola en un espectro de su época de esplendor industrial, esa bruma de la ciudad lúgubre no fue ajena al moldeamiento de la música que crearon los cuatro integrantes de la banda. Una sonoridad derrotada, si se permite el término.

“Love will tear us apart” no fue ajeno a ese derrotero y más aún teniendo en cuenta la particularidad de las líricas: amor/desamor por partes iguales que desgarran de idéntica manera. Comienzo que golpea; batería marcial; bajo y teclado marcando una profunda melodía; voz cavernosa, como a lo lejos, ida; letra conmocionante; un rasgueo de guitarra hacia el final: todo confluye para hacer de esta una canción que impacta a primera escucha y se queda guardada en tu cabeza como un clásico de todos los tiempos. El video ofrece una puerta que se abre y nos deja ver un galpón abandonado, en consonancia con la inhóspita mirada de Ian Curtis, que se cierra luego como mostrando el final hermético de una vida intensa sobre la que mucho se podrá escribir (esto incluido) más nunca comprender cabalmente.

La primera vez que escuché este tema era todavía una niña pero me produjo lo que pocos: la evocación de algo familiar, de algo que en realidad conocía desde antes. Será ese halo de “eternidad” que se desprende desde sus elegíacas líneas que nos hablan a las claras de un continuo tormento emocional. “Cuando se instala la rutina/ Y las ambiciones son bajas/ Se acumula el resentimiento/ Y las emociones dejan de crecer/ Nos alejamos/ Tomamos rutas diferentes/ Y entonces el amor, el amor nos destrozará otra vez.”


Pequeña Orquesta Reincidentes – Negro (Martín Silva, redacción)

La música tal vez sea una de las más maravillosas creaciones de la humanidad. Por ello la dificultad de elegir sólo un tema. Desde que comencé a escuchar la música que sonaba en casa durante mi niñez y adolescencia hasta aquí pasaron grandes épocas creativas y bandas inolvidables, desde  Los Abuelos de la Nada, Virus, V8 y Los Violadores, pasando por Nirvana, Negu Gorriak, Loquero e Interpol,  hasta la evolución lógica y contundente del rock independiente: Acorazado Potemkin y Él Mató a un Policía Motorizado.

Pero hay una banda que atravesó temporadas tormentosas de la sociedad con elegancia y estilo sofisticados. Pequeña Orquesta Reincidentes vivió públicamente desde 1992, grabó seis discos, dos EPs y terminó inmolándose en 2008. POR aún contiene la mejor dupla poética del rock: Juan Pablo Fernández y Guillermo Pesoa. Sus letras son dramas cotidianos vividos en la periferia de la ciudad, en la periferia de la legalidad y, a veces, en la clandestinidad política. En lo musical, POR recorrió desde el dark semioscuro al trip hop, pasando por los ritmos balcánicos, el tango y, al fin, la world music.

A finales del funesto 2019 apareció un flyer donde se anunciaba que Pequeña Orquesta Reincidentes y sus bandas sucedáneas tocarían en un salón de Palermo para recaudar fondos porque la familia de un integrante necesitaba costear un tratamiento. Así de simple. Así nomás y por un motivo que no tenía que ver con lo musical ni con la industria del entretenimiento. De pronto, la vida te pone ante una nueva posibilidad, ante una situación que no esperás y que ni siquiera merecés. Pero ahí está la chance y parece que será sólo una más…

Porque pensé que no los iba a ver nunca más. Por las ciento cincuenta personas que gritamos y lloramos de emoción al volver a verlos y escucharlos. Porque este tema -específicamente- resume aquel drama y aquella clandestinidad en su poesía. Porque en lo musical continúa teniendo más intensidad que cualquiera de los temas de cualquier banda que les siguieron. Porque la magia sigue intacta y porque fue el elegido para abrir el show, “Negro”, de Pequeña Orquesta Reincidentes es el tema que marca mi vida.


Eterna Inocencia – Cassiopeia (Ainara Romero, fotógrafa)

Creo que cualquier canción que haya marcado tu vida es algo que no te vas a cansar de escuchar. Eso me pasa con “Cassiopeia” de Eterna Inocencia. Doy crédito a los detalles que hacen a los momentos un poco menos pesados o te ayudan a poder soportar caídas. Ésta es una de esas canciones mágicas que aparecen en el momento indicado, cuando reflexiono, cuando viajo, cuando hay algo en mí que me cuesta resolver; no voy a decir que muchas veces también lo busqué, por las mismas razones, pero hay frases claves como “no más estrellas en tu cuerpo”, “¿Quiénes fueron los que te lastimaron?” y muchas otras que me llevan a rincones de introspección. Por eso, como decía al principio, “Cassiopeia” es una canción que marcó mi vida en momentos cúlmines y por ese motivo no me cansaría nunca de escucharla.


Rosario Bléfari – Tierra  (Sandérico, Redacción)

La tierra acontece. El tiempo transcurre. La música sacude. Son tres momentos sonales. De sonidos y de zonas que se entrecruzan para envolvernos a contraluz. La música se transforma, así, en nuestro ropaje diario. La canción nos encuentra cuando el oído está preparado para escuchar.

La música generalmente, pero en particular en Rosario Bléfari, sostiene una pausa y una voz genuina. ¡Qué pocos artistas lo consiguen! Las melodías de Bléfari no buscan trascender. Como si fueran olas en el mar, su universo se sostiene en una lejanía con las malezas. “Tierra” se proyecta así, en la simpleza.  

Rosario Bléfari vivificó y enseñó a unificar el mundo de una época en los 90s y adentrar la literatura en tensión artística en la actualidad. La canción pertenece al álbum Calendario de 2008. Su autora no requiere ninguna presentación extensa, en las canciones se puede leer su biografía cosmológica. Es ella misma toda una canción. Su vida está trazada por esa fuerza espiritual. Prosa con alma. Bléfari supo mentar desde tiempos eclécticos la singularidad destellante tanto en Suárez y actualmente en otros proyectos como Sue Mon Mont y Los mundos posibles.

Sin embargo, una canción acompaña. Tierra es voz propia -no sólo la poesía y las guitarras- de extensiones distorsivas sino que no se reconoce en ningún estereotipo. Pasa por distintas variantes. Pues en vez de achicar el imaginario, lo aumenta, en vez de pedir silencio brinda espacio de atmósferas corales. El tema es un recorrido, un viaje, un proceso. Al final: tierra. Escojo “Tierra” porque me acompañó en un momento compungido de mi vida.

“Tierra aaa/ tierra al fin./ ¿A quién le hablo en realidad?”


The Cult – Sacred life (Stan, Desarrollador web)

Hay momentos de muerte en la vida y hay momentos de muerte en vida. Siempre existe un correlato de los acontecimientos cotidianos y personales con los temas universales que, si bien nos pueden tomar por sorpresa, nadie está exento de ellos. Quizás en más de uno de esos momentos sea un acto de supervivencia emocional acudir a la música. En particular, vino a mi mente cuando una canción resonó en mí como una serie de preguntas que jamás se contestan, pero remiten a una empatía cuando sentimos la muerte rondando de cerca, ya sea la de uno mismo, ya sea la de alguien próximo y afectivamente afín a nosotros, o nada más ni nada menos que la muerte de un mundo que agoniza su propia soberbia.

Esta canción, titulada “Sacred Life” (Vida sagrada), es la octava del disco y rompe abruptamente con lo que venía siendo una seguidilla de canciones potentes de un rocanrol explosivo. Es una especie de balada midtempo de acordes llanos y presencia tanto de guitarras acústicas como de colchones tocados con sintetizador en la que la voz de Ian Astbury aparece como reflexiva y dibujando una seriedad en el aire del recinto donde se la escuche, que predispone un clima de homenaje y reivindicación.

La letra nombra una serie de personajes de la cultura anglosajona pertenecientes al activismo político, el cine y la música como lo son Abbie Hoffman (activista anarquista, cofundador del Partido Internacional de la Juventud también denominado como los “Yippies”), River Phoenix (actor hermano del recientemente premiado Joaquin Phoenix, quien al recibir el Oscar lo recordó en un acto cargado de emotividad), Kurt Cobain (cuya muerte estuvo muy próxima a la grabación de esta canción) y Andrew Wood (ambos moldeadores del icónico “Sonido Seattle” cuya influencia llega hasta nuestros días, con sus bandas Nirvana y Mother Love Bone respectivamente).

A continuación se puede escuchar la canción, que es una invitación a una introspectiva acerca del valor de la vida, la sanidad mental y las consecuencias de los actos a los cuales le dedicamos nuestro limitado tiempo en esta tierra:

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